Ramón Llanes. Se esperan epidemias de emociones hasta ocupar todos los costados nuestros, de sur a norte, de cielo a tierra, desde todos los órdenes se esperan corolarios que dan sentido al hecho de vivir en este universo profundo donde nos hicieron nacer y estar. Han llegado los premios al Andévalo por las laderas de Morante y Osma. Se cultivan las devociones a modo de fragmento importante del sistema que genera pasiones, en Calañas a una virtuosidad llamada Coronada, en Castillejos y El Almendro a la Piedras Albas que engancha tiempo a tiempo el deseo y comparecen a las viejas zonas pedregosas y ardientes romeros que se engalanan de propósitos durante la primavera.
Vendrán gabachas y subirán alturas en arraigos; se asomarán todos los ojos a los cerros peñeros y a las calles adoquinadas; los humanos, los caballos, los peroles, el romanticismo y las polainas sacarán del arca sueños y composturas y abril se hará con buriles y trenzas por costumbre. Son siglos de emociones y de esperanzas en estas cuitas del sentimiento; por aquí no se entiende de otra manera.
Hay muchas historias escritas en versos mayores que cuentan y refieren los pronombres y acontecimientos que encierra esta tierra agreste en la epidermis exterior y tan suculenta en los fondos, desde su riqueza mineral y aurífera hasta la consideración de sus habitantes e incluso hasta en las advocaciones líricas por la extensa adhesión a los detalles de nobleza. De ello han hablado los libros y las enciclopedias y los poetas y los pintores y los espacios. Son emociones de aquí, sin intérpretes, sin traducción, sin campanillas; emociones íntimas que se insertan en los abrazos o en los silencios, emociones que simbolizan y definen, que dominan el sentido común y que nunca duermen porque el tiempo las purifican y las ennoblecen. Andévalo se llama.