Ramón Llanes. Se me viene la imagen golosa del sol cuando hace su entrada en la escena de nuestro pequeño universo, impregna tierra y sombras de un contorno distinto y a su hora desaparece por la llanura del mar sin más conocimiento que el de su origen. Barre y peina la insólita cúpula, se entretiene en los bajos, acude a los ojos y a las dolencias, restablece el don de gozarlo como un privilegio que otorga la sabia naturaleza. A solas llega, a solas se va, sin el ruido, la locura o la inquietud. Y vuelve en el mañana con más seguridad; así es aquí; nos cita, le citamos, comparece, nos alivia, se va por su puerta grande.
Conté los días sin sol hasta hoy, en este año, solo fue uno en nuestra tierra, en esta más cercana que andamos y permitimos que nos soporte. Solo un día sin sol parece poco pero también conté que aquel día le echamos de menos, tan de menos como que el aire parecía otro, más insulso, más húmedo, menos afable. Presumo de mi cita con el sol, presumo de este espacio lugar que la suerte me dio para vivir donde me deleitan sus rayos y otras veleidades.
Más cita ahora que se hace la boca agua salada y primavera en ciernes y sol potente, porque nunca daña si se le mima, nunca discute por conseguir un tiempo para su sombra. Y presumo de saber que seguiré bajo su luz sin fecha de caducidad, sin preocuparme por encender o apagar, sin remedio. Es así aquí, siempre.