Ramón Llanes. Desde casi el principio de la democracia, -cuando conseguimos el derecho a elegir a nuestros propios gobernantes-, ando metido en esa difícil reflexión de que los políticos reflejan el nivel exacto de cada sociedad, que dan talla o desmerecen de acuerdo con la procedencia o la genética social. No es exigencia lícita pretender políticos diez en una sociedad de nivel seis, tampoco es lícito la viceversa. A este hilo me aumenta en el usufructo del pensamiento la reflexión cuando capto en noticias las manifestaciones ciudadanas en muchos foros, pueblos, ciudades y medios en protesta por la escasa calidad de los políticos que nos rigen, mostrada la incompetencia por las innumerables tramas urbanísticas y chanchullos, en que se encuentran implicados. El ciudadano se queja de la alteración social que los dirigentes provocan y entienden que están elegidos exactamente para lo contrario.
Me pregunto si a nuestra sociedad le corresponde cuota más alta de excelencia en políticos y si la actual se refleja desde la propia sociedad representada. Me asalta la duda, en momentos me inclino por pensar que tenemos una sociedad limpia y en otros me decepciono. Indico que aunque así fuera, el representante debería ser el elemento ejemplo y ejemplarizante de la misma.
Es aceptable y lógico que la ciudadanía aspire -en ella y en políticos- a ciudadanos diez en todas las partidas, es lógico que se exprese el descontento, que se requiera una gestión exenta de corruptelas y aprovechamientos personales, que alguien ponga chinitas en los zapatos y se alíe con la excelencia. No es así aún a nivel general pero llegará el momento de las rebeldías de los consumidores, de los autónomos, de los propietarios de vehículos, de los fumadores, de los desempleados, de los honestos y de la parte más decente de la sociedad, llegará el momento de una conspiración democrática para evitarlo. Esto puede valer para un viernes o una elección pero debe valer para todos los días.