RFB. Pasar un rato con Antonio Álvarez Navarro equivale a una inyección de vitalidad sin parangón. Es un hombre culto cuya actitud dinámica y positiva probablemente se haya convertido en una de sus fuentes de longevidad. Ha sido un gran médico, siempre atento a la vanguardia del conocimiento en su profesión, permanentemente actualizado. Habiéndose colegiado en Huelva nada menos que en 1942, hoy ostenta el decanato en nuestra provincia por edad aunque, obviamente, se encuentra jubilado… desde hace más de 30 años.
Llegó a Huelva muy joven, recién acabada su carrera de medicina y, como suele ocurrir, sin propósito de quedarse. Como también resulta frecuente, al final se convirtió en onubense, con unas raíces que han crecido en esta tierra la friolera de 72 años, ‘pulverizando’ bodas de plata, oro y diamante en esta ciudad. Muy pocos alcanzan su edad pero casi nadie lo hace como lo ha hecho él.
Tras 60 años en la misma casa de dos plantas en la que vive con su mujer, Sigrid Clauss von Radecki, continua subiendo y bajando innumerables veces al día las escaleras que unen ambas plantas… a una velocidad de vértigo.
Esta escalera sin barandillas sería una dura prueba para cualquiera que peinase canas. Pero tal cotidiano trayecto -la sala de estar está en la planta alta y la cocina en la planta baja- ya hay que considerarlo una proeza si de lo que hablamos es de un señor al que le quedan solo tres para cumplir cien años. Increíble.
Antonio nació en Sevilla en 1917, bajo el reinado medio de Alfonso XIII, mucho antes de la Exposición Iberoamericana que configuró arquitectónicamente una gran parte de la ciudad. Para hacernos una idea, mucho antes, por tanto y por ejemplo, de que se erigiese la Plaza de España de Aníbal González. Precisamente, nada menos que en ese 1929 en el que Sevilla se vistió de largo expositivo e iberoamericano, Antonio forjaba su vocación, acompañando a su tío Federico, médico en Utrera, en las visitas domiciliarias. Qué mejor escuela que la de la medicina rural para marcar un hierro vocacional que ha perdurado hasta la fecha. Según nos comentaba Antonio, con su adolescente docena de años, quedó impactado por el efecto que producía en la gente las atenciones de su tío, y por las muestras de cariño que le retornaban los habitantes del pueblo sevillano.
Inició, por esa razón, sus estudios de medicina. Antonio Álvarez había nacido en el seno de una familia que regentaba un comercio textil en la céntrica calle Tetuán. Era el mayor de nueve hermanos. Hoy, junto a él, de esta amplia familia viven otros dos de sus hermanos, José, con 87; y María Luisa, con 86. Cuando ya le quedaba un único año para terminar la carrera, tuvo que sufrir en sus propias carnes -ya hay pocos que pueden contarlo en primera persona- la terrible guerra civil que asoló las tierras de España. Alistado en una sección sanitaria especial fue destinado a las primeras líneas del frente en Peñarroya.
Con seis años ya completados de medicina, le ofrecieron la oportunidad de ser oficial del ejército haciendo un curso y, al contrario de lo común en esos tiempos convulsos, la rechazó, según nos dice «por que no quería ser militar, sino médico, y por aquella vía probablemente perdería el camino profesional en el que tenía depositadas tantas ilusiones».
Acabada la guerra terminó sus estudios brillantemente y opositó. Su idea era hacer carrera en Sevilla, pero influyó en su devenir el consejo del prestigioso catedrático de patología y clínica médica Juan Andreu Urra (1905-1955), que le recomendó optase a una de las dos plazas de médico internista que se habían convocado en Huelva. Algo que ni se había planteado, trabajar en nuestra ciudad, terminó siendo el camino elegido.
Andreu Urra le había convencido con el argumento de que en Huelva, como jefe, podría desarrollar todas sus capacidades, mientras que 2en Sevilla «su» puesto ya lo estaba ocupando él». Además, según Urra ese puesto suponía la mayor responsabilidad como médico en la provincia de Huelva. Hay que tener en cuenta que en aquella época, aparte del Hospital de la Merced, solo estaba el hospital inglés, en el que entonces se contaba con un único médico. «Cuando tenían algún enfermo con cierta gravedad lo transferían al hospital público», nos comenta Álvarez Navarro. Al concurso de plaza se presentaron cinco aspirantes, quedando Antonio el primero, seguido de Luis Carrascal, que ocupó la segunda plaza.
La pequeña y acogedora Huelva recibió al joven y prometedor médico como es propio de aquí, con los brazos abiertos. Ocupó los primeros tiempos, además de su plaza en el Hospital de La Merced, ‘plaza’ en la popular fonda de María Mandao. Más tarde alquiló un pequeño apartamento de dos habitaciones en la calle Miguel Redondo. En principio pensaba que su paso por Huelva iba a ser un eslabón inicial en una carrera que se desarrollaría en otros lares. Sin embargo, la necesidad de aprender alemán para estar al día en los avances de la medicina hizo que empezase a recibir clases del idioma por parte de una atractiva joven de la colonia alemana onubense, con la que terminó casándose y sellando su vínculo y destino con esta ciudad para siempre.
En 1947 fue nombrado inspector médico para Huelva del Instituto Nacional de Previsión. En este puesto tuvo que centrarse fundamentalmente en la lucha contra la silicosis, enfermedad con mucha presencia en Huelva a causa de la gran actividad minera. Simultaneó este cargo con la jefatura de medicina interna en el Hospital y, además, impulsado por su vocación y generosidad comenzó a tratar a los enfermos del manicomio de Huelva, La Morana. Hasta entonces los enfermos mentales de nuestra provincia se recogían, o recluían, en este centro sufragado por la Diputación provincial pero no existía ningún psiquiatra que los atendiense. Realmente entonces no existía la especialidad como tal, de modo que Álvarez Navarro comenzó a investigar, estudiar y tratar a los enfermos y, posteriormente reconocido con el título oficial, fue el primer especialista en psiquiatría en ejercer en la historia médica de Huelva.
Hasta que nuestro médico comenzó a tratar a los enfermos de la Morana, una o dos veces al mes la Diputación fletaba un autobús y los trasladaba a Sevilla, al hospital psiquiátrico de Miraflores, para que allí tuviesen algún tipo de seguimiento. Cuando Álvarez Navarro se ocupó de ellos desaparecieron los viajes a Sevilla. En Miraflores se extrañaron y cuando habían pasado dos meses sin ver a los enfermos mentales de Huelva las autoridades sanitarias enviaron a nuestra capital a dos psiquiatras inspectores a ver que ocurría. Sin advertir de ello al médico onubense, examinaron a dichos enfermos. Volvieron a Sevilla y a partir de entonces los enfermos mentales ya fueron tratados en Huelva, al entender que en Sevilla no podían mejorar la atención que Álvarez Navarro les prestaba.
Siempre trabajó en la sanidad pública. En 1977, cuando ya llevaba más de 35 años de profesión recibió la Cruz Azul de la Seguridad Social. Nunca ejerció en Sevilla, pero al cumplir las bodas de oro como médico, el Colegio de Médicos de esa provincia reconoció su profesionalidad.
Para Antonio Álvarez, aunque su profesión ha supuesto casi un sacerdocio, el deporte ha sido una constante. Ha practicado con asiduidad el tenis y el golf, siendo frecuente hasta no hace muchos años encontrarlo en la playa de Punta Umbría bañándose en pleno invierno.
Cuando le preguntamos la inevitable cuestión sobre las claves de su longevidad, singularmente en su excelente estado, se ríe. Nos dice que «de eso no se puede presumir y reconoce que ha tenido mucha suerte…» que no ha fumado nunca -para él la droga más dañina para la humanidad en los últimos dos siglos-. Nos comenta que en sus años de universidad –década de los 30 del XX– le ofrecieron opio y optó por no probarlo «porque -sonríe- sabía que podía gustarle y ello podría traerle malas consecuencias».
Apasionado del ajedrez, se ha llevado mucho tiempo estudiando las jugadas de los mejores ajedrecistas profesionales y se considera un buen jugador, encontrando dificultades -se ríe- en tener oponentes con los que jugar una buena partida.
Le apuntamos que puede que una de las razones de su salud y longevidad sea la actitud positiva que muestra ante la vida. Nos responde que quizá, y que la gran mayoría de personas que ha conocido en tantísimos años de existencia han sido buenas personas. En ocasiones a su juicio han podido errar, pero nunca por ello las ha podido calificar de malas. Los pacientes que nosotros conocemos que han sido atendidos por Antonio Álvarez como médico lo califican como «excelente, con un ojo clínico extraordinario y de este tipo de profesionales que no se conforma con un diagnóstico simple y con una solución a base de antibióticos a granel». Es de los que creen en la capacidad del propio cuerpo para luchar contra las enfermedades y también en el origen psicológico y psiquiátrico de muchas patologías.
Comprobar la vitalidad de este hombre de 97 años es un canto a la esperanza, máxime cuando lleva tantísimos años contribuyendo a la felicidad de los demás. El primer psiquiatra que ejerció en la provincia de Huelva, ahí es nada. Historia viva, y sigue aquí, con nosotros.
2 comentarios en «Antonio Álvarez Navarro, a sus 97 años, la historia viva de la medicina onubense»
Antonio es todo lo que ponéis, médico entregado a su profesión, buen marido, dinámico, muy inteligente, gran lector, melomano, ajedrecista, deportista, generoso, con un gran sentido del humor, ameno…. Me quedaría horas escuchándolo ya que es como una enciclopedia, se puede hablar abiertamente de cualquier tema con él, siempre aprendes algo! Q bonito y entrañable artículo, Antonio se lo merece, ha sido y sigue siendo un hombre bueno! siempre ha estado al lado de todo aquel que lo ha necesitado! Enhorabuena por este homenaje! Enhorabuena Huelva Buenas Noticias!
Y la persona. Más Honesta que he conocido