Ana Rodríguez. Un Castro Crespo es siempre inconfundible, pues representa la modernidad dentro de la tradición. Es como un buen vino. Intenso, con contraste, con color, con fuerza… Cada creación tiene, pues, un poquito del carácter de su autor, un onubense que ha fusionado en su última gran muestra dos mundos de comunes raíces, la pintura y la música, para parir ‘Symploké’. Este término griego significa algo así como “trabazón de ideas, un conjunto en el que cada una tiene un peso específico, pero en la obra global adquiere una entidad propia, como una sola cosa”, explica el propio artista.
Se trata de una exposición monotemática, lo cual para Juan Carlos Castro Crespo es un reto, ya que lleva dos años desarrollando el concepto plástico de música, el cual sigue dando frutos y por ello estará en el futuro de nuevo en su punto de mira. Todo comenzó hace unos años, cuando Castro Crespo escuchó un concierto de música clásica en Lisboa, en las ruinas de la iglesia del Convento do Carmo, y le gustó tanto aquella sensación que comenzó a hacer bocetos y éstos se convirtieron en piezas. Nacía entonces ‘El arte de la fuga’, una exposición que viajó primero al Instituto Cervantes de Lisboa y, después, al de Ámsterdam. La idea funcionó tan bien que ha seguido con ella “y es posible que siga creando con esta misma temática”, afirma.
‘Symploké’, actualmente abierta al público en la sala de la Fundación Caja Rural del Sur en Huelva hasta el 9 de marzo, es una continuación de aquella serie, y en ella se mezcla música con pintura, “arte con arte”. En cada cuadro se observa un espacio operístico, teatral, donde se pone en marcha una pieza concreta. “Me emociono cuando escucho música y la misma canción que usé para componer cada pieza es la que se puede oír en la muestra cuando la contemplas”, apunta el artista.
Así, acompañan a los cuadros obras de Mozart, Tchaikovsky, Bach, Verdi… “En este último intento ilusionar con la alegría de Verdi, siendo mis dibujos de esta escena casi humorísticos. En otra de las composiciones, me imaginé Gaza tras un bombardeo y en aquel escenario a Daniel Barenboim y su Orquesta Joven Palestina representando la unión por la música, ese elemento de esperanza”, comenta Castro Crespo.
Todos los conciertos que se contemplan en los lienzos se desarrollan en espacios inventados por el autor, salvo algunos como el Convento do Carmo de Lisboa u otro en los jardines del Generalife de Granada, inspirados en conciertos reales a los que asistió el artista en algún momento de su vida. Los demás están sacados de la nada, siendo escenarios tan diversos como catedrales, teatros, espacios al aire libre, iglesias inexistentes… Todo como pretexto para colocar una orquesta con todos sus músicos e instrumentos.
Uno de los elementos más destacados de estos cuadros es el uso del collage, en algunos casos de manera brutal porque Castro Crespo añade muchos elementos corpóreos. Como él mismo explica, “coloco maderas y trozos de instrumentos musicales inservibles que compro en un atelier de Sevilla, destrozo las piezas y las coloco dentro del cuadro. Además, las sitúo en el lugar donde iría el instrumento al que pertenecen en realidad, es decir, si tengo un trozo de un chelo, lo moldeo un poco para que adquiera la forma de este instrumento y la pego donde va el chelo en la orquesta. Así hago participar en la composición instrumentos antiguos que modelo”.
En total, son 45 piezas, en las que domina el acrílico, las que componen ‘Symploké’, un trabajo que viajará a Córdoba y a Ámsterdam este 2015. “Suelo hacer una muestra al año en España o fuera de ella, pues es lo que tardo en componer una. En casa tengo casi tantos cuadros como hay ahora expuestos y a Córdoba llevaré unas 50 piezas y a Ámsterdam unas 30, algunas de las que se pueden ver ahora y otras muchas de las que tengo guardadas de esta misma serie”, señala el artista.
Pero antes de llevar su nuevo trabajo a otros lares, Castro Crespo viajará a Dinamarca en septiembre, a un simposio de escultura de artistas europeos y americanos al que ha sido invitado. Y es que el prestigio de este onubense es de dominio internacional, un hombre que con mucha razón se considera autodidacta, pues fue capaz de concentrar en un único año los cinco de la carrera de Bellas Artes, sacándose la licenciatura en un curso. Cabe recordar que previamente había estudiado Arquitectura en Sevilla y que más tarde se convirtió en catedrático y doctor de Bellas Artes, habiendo dedicado la mayor parte de su vida a la enseñanza.
A lo largo de su trayectoria, ha expuesto en numerosas galerías andaluzas y en ciudades como Barcelona, Pamplona, Valencia, Madrid, Irlanda, Génova, Caracas, Winsconsis, La Habana, Bruselas y un largo etcétera.
Ha realizado diversas publicaciones y obras gráficas y ganado numeroso premios, como el primer Premio de Dibujo Salón de Otoño de Sevilla (1983), el Premio de Pintura Antonio Mohedano de Córdoba, el primer Premio de Pintura Pedro Gómez (1999) o el Premio Nacional Doñana en 2008, entre otros.
Y es que su pincel es tan variado que abarca desde las figuras a los paisajes, pasando por bodegones, interiores, temas sociales… tiene series dedicadas a los animales, otra la tauromaquia, a su propio estudio y a personajes y lugares de su Huelva natal.
Sobre su manera de trabajar, el artista asegura que “procuro ser con mi pintura una persona que no esté atada, me considero un pintor creativo y libre en todo. Lo que hago me gusta, me llena, me satisface plenamente”.
Para Castro Crespo, lo esencial en su profesión es la creatividad, la cualidad “más maravillosa que puede tener cualquier ser humano que se dedique al arte, la pongo por encima de la habilidad. Hay pintores maravillosos, pero yo siempre comparo al pintor con el intérprete. Alguien que interpreta pero no compone, para mí es un ser menor, aunque sea un excelente intérprete. Estamos faltos de personas creativas en todos los ámbitos de la vida, hasta en la política. Sin creatividad, todo falla”.
Y es que a este onubense cualquier elemento de la vida cotidiana le inspira una nueva creación. Sin ir más lejos, asegura que acaba de comprar dos borlones, los típicos que se colocan en las cortinas, con los que tiene intención de pintar el torso de un torero.
Esta idea da buena cuenta de que cómo es este artista, que siempre trata de huir de comparaciones y parecidos, que trata de ser diferente y genuino en su temática, conceptos, en la puesta a punto de las obras… algo que logra gracias a su creatividad y elevado grado de autoexigencia.
Respecto a su profesión, el artista pone de relieve que el concepto de arte está cambiando totalmente, tomando derroteros a veces acordes con los nuevos tiempos, pero insiste en que todo requiere de la misma creatividad, ya sea el soporte tablets, grabados, lienzos, cine…
En esta línea, Castro Crespo afirma: “el arte está evolucionando mucho y me encantaría ver las posibilidades con las tecnologías dentro de 50 años. Yo sigo siendo un pintor más cercano al Renacimiento que a la era digital; me considero, sobre todo, un pintor contemporáneo. Mi pintura es tradicional enriquecida con mucha modernidad, porque soy creador e innovador. La mía podría ser una pintura con I+D+i”, bromea divertido.
Amante del papel y de imponer su impronta física sobre el mismo, el artista se considera en términos generales un hombre feliz y afortunado, quizá porque hace lo que ama y se alía con Bach, Verdi o Mozart, como es el caso de ‘Symploké’, para que los demás consigan amar lo que él hace.