Miguel Ángel Velasco. “En la orilla de la playa, ay de la playa, se mojaron mis pisadas y el filo de mis enaguas me salpicó mi vestío con las olas del agua, con mi pelo recogío y un fandango en la garganta”
La mujer del Cesar…aparte de serlo, tiene que parecerlo. Esta sentencia clásica se me vino a la cabeza cuando un pequeño haz de luz se hizo tras abrirse los pesados cortinajes del escenario y la esbelta figura de Beatriz Romero surgió como una beldad estática en él, maravillosamente ataviada con un vestido de corte clásico, de gasa y encaje de chantilly en el torso y de flecos de canutillo hasta los pies, obra del maestro de la costura andaluza, Miguel Reyes. La elegancia se esconde siempre en el minimalismo. Y esa fue la puesta en escena por la que apostó la cantaora. Sombras que dejaron ver un precioso e inmenso mantón arropando las figuras estáticas y sobrias de esos hombres de corazón flamencos como son Los Makarines. Unas sillas de enea y una mesa de camilla cubierta de finos bordados. Sobre los balcones de los palcos principales serenos adornos textiles… “pa qué má”.
Comenzó con una toná que abre su primer disco. Echaíta en los Laureles. Y siguió con todo el repertorio que conforma esta novedosa y madura creación musical, que fue atrapando desde el comienzo a un público heterogéneo, culto en estos cantes y que se iba rindiendo, conforme la garganta de Beatriz Romero iba abriéndose paso entre los sentidos embriagados y homéricamente abducidos por esa voz impropia y particular. Pero la madurez de 18 años, de Beatriz no sólo se plasma en su temple, en su seriedad, en su profesionalidad temática y musical. Parecía una estrella de añejo recorrido y largo historial. Interpreta como una diva madura las composiciones y las letras con sus manos que la recorren lentas y parlantes el aire y su cuerpo, digo, con expresiones plásticas inagotable e insuperables. También es cierto que la edad es engañoso juez, pues ese corto recorrido artístico sabe de muchos escenarios, de cargados estantes repletos de premios, de miles de ojos expertos y orejas agudas examinándolas en peñas y auditorios cientos, de incontables de miles de kilómetros y centenares carreteras y escenarios flamencos de cualquier lugar de España, de docenas de paraninfos universitarios con aforos embelesados ante una expresión musical desconocida para los jóvenes estudiantes que pasmados clamaban pleitesía a la niña sureña con esa cultura ignota. Porque, además, la Romero es otra de ellos. También es estudiante. También consume sus sueños y sus escasas horas del día entre los libros de Derecho.
“Desde el día en que nací mi nombre huele a romero, desde el día en que nací con jazmines y limoneros
yo me dejaba dormir entre fandangos alosneros”
Por los pasillos interiores me encuentro a Pepe Marismeño que departe con el Mani. Con ambos, en el postrero fin de fiesta, acompañarán a La Romero por fandangos, en duetos que se me antojan emocionantes de antemano. Abrazo al viejo conocido y saludo al gran artista sevillano. Ambos se muestran optimista y deseoso de acompañar a Beatriz. Se nos ofreció con los pies desnudos. Me refiero a Pepe, a María José González, madre de la artista, y al que esto suscribe días antes en el cercano Centro de Estética de su amiga, otra María José, en este caso García Gil. Había dejado otros compromisos personales para estar aquí en esta extraña noche climatológica de febrero. Todo por este valor por el que ambos apostaban sin reparos algunos. Cuando pasé por el lateral que da a las bambalinas los técnicos de sonido daban los últimos toques y arreglos en las robotizadas mesas de mezclas y sonidos. Todos en silencio, todos conscientes de la responsabilidad que se hundía en el ambiente. Un poco más arriba de entre las puertas de algunos camerinos salían el rasgar opacos de guitarras, de cantes entremusitados, de ensayos íntimos y postreros. Al fondo, me topo con Antonio Muñoz y su mujer, Aurora Ruiz, que envolvían con sus manos y sus ciencias el rostro y el cabello de Beatriz que, sentada y tan serena como una chica que va a la boda de una amiga, se dejaba hacer. ¡Qué grandes artistas en este arte del maquillado y la peluquería son Antonio y Aurora! No me cansaré nunca de defender y de divulgar los excelentes valores profesionales que tenemos en esta tierra y que, desgraciadamente, a veces, no sabemos propagar o alardear para su difusión.
“ Me encuentro muy tranquila. Con mucha responsabilidad pero muy bien. Se que esta noche es mi gran noche y quiero bebérmela sorbito a sorbo. Hoy comienza una nueva etapa en mi carrera artística”.
Así de fácil y así de simple en una mujer de dieciocho años que se va a enfrentar en escasos minutos a una audiencia que la va a estar examinando detalladamente, constante desde el principio hasta el fin. Hasta el último caracol de ese hermoso recogido que peina. “ Esto es como un examen. Si has estudiado estás tranquila y segura… ¡Por cierto he sacado un notable en Ciencias Jurídicas! ¿Historia del derecho se llamaba en tu época?, Y yo creo que he hecho la tarea y me la sé.” María José González me mira infinitamente más nerviosa que su hija desde su compostura de madre de diosa, con una belleza clásica en su ropa helénica y en unos ojos que le traslucen maravillosos.
Salen Los Makarines de su camerino cercano. Me recuerda a la escena de los hermanos Marx en el camarote de los líos. No podía imaginar que de tal receptáculo pudiera salir tanta gente y tanto instrumento. Entra Miguel Reyes con José Antonio Romero, que trae los últimos complementos para ponerle a la cantaora. El diseñador empieza a revisar los trajes. Saca el primero que va a utilizar y cuelga con esmero el segundo, un original traje de inspiración taurina de dos capotes toreros en forma de falda y chaquetilla de luces. Todo un lujo, todo un arte en su confección. “ Las ideas han sido de Beatriz,. Yo me he limitado a interpretar sus deseos..”, me dice el maestro sevillano, Presidente de la asociación de Sastres y Modisto de la provincia hermana. Una vez vestida aparece por el vestidor Argentina. Acaba de llegar con su pequeña maleta rodante a cuesta y antes de subir a su camerino ha decidido saludar a la apadrinada, con la que cantará por bulerías, como madrina de ceremonia. Me recuerda a los toreros antes de salir a la Plaza en día de alternativa. Nada de pusilanimidad, ni sensiblería. Mucho compañerismo y cariño serio, sin alharacas. Argentina es joven maestra. Lástima que Rocío Márquez no haya podido estar por problemas de agenda. Entre las tres forman y formaran un triunvirato que pondrán a Huelva en letras doradas y mayúsculas por todo el territorio nacional e internacional.
“ Beatriz cinco minutos…”. Grita alguien.