P.C.G. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el tabaquismo o la adicción al tabaco es la primera causa de muerte prevenible en los países desarrollados y también el factor más importante de años de vida perdidos y/o vividos con discapacidad.
Esto no es nuevo. Todos sabemos sobre los perjuicios de este producto agrícola originario de América y procesado a partir de las hojas de Nicotiana tabacum, cuyo consumo es cada vez más restringido y cuya venta es legal en todo el mundo salvo en el Reino de Bután, curiosamente el país más feliz de nuestro planeta.
Sin embargo, no nos es tan conocida la historia de cómo empezaron a fumarse en el viejo continente las hojas de estas plantas traídas a Europa desde el Nuevo Mundo.
Existen varias teorías al respecto, una de las cuales -sustentada por historiadores y personas de gran autoridad, saber y ciencia, según el autor Aníbal Álvarez- vincula este hito a un marinero de Ayamonte, Rodrigo de Xerez, que vivió en la calle Viriato, en el barrio del Salvador del municipio onubense y que fumó su primer puro en las islas Bahamas, para algunos, y hay quienes dicen que en Cuba en 1492.
Lo que es seguro es que este personaje ayamontino viajó en la expedición de Cristóbal Colón, a quien acogió previamente en su casa de Ayamonte, y, de acuerdo con lo que escribe el Conde Roselly de Lorgues en su obra Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón: «[…] Cuando Colón llegó a la isla de Cuba mandó como exploradores a los marineros Rodrigo de Xerez y al judío converso Luis de Torres. Al regresar encontraron mucha gente que llevaba en las manos yerbas secas, envueltas en otra hoja también seca, arrollada y encendida por un extremo, mientras tenía el otro extremo en la boca, chupando y aspirando el humo que luego arrojaban en forma de nubecillas…].
Asimismo Aníbal Álvarez, relata en su libro El hombre de los demonios en el cuerpo (La increíble historia de Rodrigo de Xerez, primer fumador de Europa), que se considera la primera biografía del ayamontino: «[…] supo Colón por boca de Rodrigo, y así lo hizo constar en su diario de a bordo, como los habitantes de la tierra que habían inspeccionado, llamada Cuba por los indios y bautizada Juana por el Almirante en honor del príncipe heredero de la corona de Castilla, chupaban canutos de hierbas encendidas, a los cuales canutos los indios llamaban tabaco, yapoquete y aun cobijas y en algunos otros sitios de otros y diversos nombres, arrojando por la boca y la nariz pequeñas nubes de humo que era maravilla y espanto de ver pero la cual cosa era tan fácil y placentero aficionarse que Rodrigo acostumbróse a «fumar» de las tales hierbas y regresó a la «Santa María» con el zurrón lleno de ellas para llevárselas consigo a Ayamonte[…]».
También aparece Rodrigo de Xerez en una cita del Ayamonte y sus primeros fumadores, de María Luisa Díaz Santos: «No se puede hablar del uso del tabaco sin que venga a la imaginación el descubridor y propagador de este capricho, vicio o distracción; y al tratar de encontrarlo hay que venir a Ayamonte, lugar donde nació este marinero, compañero inseparable de Colón desde que éste entró por primera vez a España, procedente de Sagres (Portugal), por esta puerta de la provincia de Huelva, perteneciente entonces, como toda la región costera, al Reino de Sevilla».
De la gesta descubridora, Rodrigo de Xerez volvió a Ayamonte con un buen cargamento de hojas de tabaco a bordo de la ‘Santa María’ y extendió el vicio de fumar por toda Andalucía. Así, en la calle Sierpes de Sevilla el médico Nicolás Monardes llegó a tomar al tabaco por la medicina capaz de curar la artritis, el mal aliento, la jaqueca, el dolor de estómago y el de muelas. Tanto confió en la planta que fabricaba píldoras de tabaco para que sanara a todo enfermo insalvable.
Sin embargo los vecinos de Ayamonte no podían creer que Rodrigo expulsara humo por la nariz y la boca y directamente adujeron que eso solo podía ser cosa del demonio. Tanto escandalizó a sus paisanos y a su propia mujer que fue denunciado -no se sabe si por los primero o por la segunda- «acusado y condenado por un tribunal de la Inquisición y conocido y tenido entre el pueblo que veíale caminar con capirote bufo encasquetado en su cabeza gacha de hombre avergonzado hasta los calabozos del Santo Oficio, como ‘el hombre de los demonios en el cuerpo […], tal y como recoge Aníbal Álvarez en otro pasaje de su libro.
Así, Rodrigo de Xerez fue acusado de brujería y encarcelado siete años porque «sólo el diablo podía dar a un hombre el poder de sacar humo por la boca».
Poco más se sabe de la historia de este ayamontino, que fue enterrado en la Parroquia de San Mateo, destruida en una de las guerras que España mantuvo con Portugal. Más tarde se construyó la Parroquia del Salvador a la que no se sabe con certeza si sus restos son trasladados, lo que si se sabe es que la losa de su sepultura sirvió de tapa de la mesa de la Sacristía de esta última Parroquia.