Paula Crespo. María de la Rosa es una periodista de Punta Umbría con una clara vocación social. Tanta que para escoger el destino en el que vive actualmente: Chisinau -capital de la República de Moldavia– el único requisito que le ponía al proyecto del Servicio de Voluntariado Europeo con el que iba a vivir una nueva experiencia internacional era que tuviera relación directa con los derechos humanos.
Así, desde octubre de 2014 vive en este país de la antigua Unión Soviética y trabaja para el Instituto Moldavo de los Derechos Humanos.
Y es que para María, licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla, «no hay manera más bonita de ganarse la vida que ayudando a los demás», por eso antes de viajar a Moldavia fue responsable del gabinete de comunicación de la Asociación Alianza por la Justicia -en Huelva-, que lucha por los derechos humanos de los menores en caso de separación o divorcio de sus tutores.
Dos años antes, en 2012, antes estuvo en Lituania, donde trabajó como periodista e investigadora en prácticas sobre la transparencia mediática en diferentes países y la corrupción a través del programa europeo de becas de movilidad ‘Leonardo da Vinci’.
Así es, María de la Rosa, una Onubense por el Mundo que soporta con una sonrisa el frío de Chisinau y transmite a los moldavos su amor y su pasión por el mar y su tierra, Punta Umbría.
– ¿Qué hace una periodista de Huelva trabajando en Moldavia?
Vi una gran oportunidad cuando conocí el “Servicio de Voluntariado Europeo” (SVE), en el que la Comisión Europea financia proyectos en organizaciones sin ánimo de lucro por toda Europa y fuera de sus fronteras. El programa cubre todos los gastos y además ofrece una cantidad mensual para los jóvenes que participan, suficiente para vivir con dignidad. Hay proyectos de diferentes sectores, y mi único requisito para elegir uno era su relación con los derechos humanos. Entonces encontré a IDOM (Instituto Moldavo de los Derechos Humanos), que precisamente se encontraba en su proceso de selección. Envié mi candidatura y me eligieron para formar parte de su equipo durante un año. Así fue como Moldavia apareció como destino en mi siguiente billete de avión.
– Trabajar en pro de los Derechos Humanos debe ser muy gratificante…
Lo es. Ojalá pudiera dedicarme a ello para siempre, pues creo que no hay manera más bonita de ganarse la vida que ayudando a los demás.
– ¿Qué es lo que más te ha sorprendido de esta institución?
Me sorprende y emociona que un grupo de profesionales de su altura y éxito desvíe su carrera hacia los derechos humanos en un país como este, donde tanta falta hace y donde existe tan poca conciencia social sobre estas injusticias.
– ¿Qué haces exactamente? ¿Cómo es tu día a día?
– Trabajo como asistente de proyectos en la oficina que IDOM tiene en el centro de Chisinau. Hasta ahora he trabajado en la redacción de las propuestas de proyectos, de los informes de seguimiento y resultados y del Informe Anual de IDOM del ejercicio anterior. Además, he tenido la oportunidad de participar en visitas de control que esta organización hace en centros penitenciarios de todo el país, para garantizar los derechos de los presos y denunciar los posibles casos de tortura ante el Ministerio de Justicia.
– ¿Cómo es vivir en Moldavia?
– Es como vivir cincuenta años atrás. Cuanto menos, interesante. La vida en la capital me resulta bastante cómoda a pesar de los troleibuses a los que tengo que enfrentarme cada día. El nivel y coste de vida en el país es muy bajo, siendo el más pobre de Europa, y esto también repercute en el carácter de su gente. Vivir aquí es muy diferente a lo que estamos acostumbrados… ¡y hace mucho frío!, pero yo me siento muy a gusto aquí desde el principio.
– ¿Conocías algo de este país?
No conocía nada hasta que me seleccionaron y comencé a buscar información por Internet. A las pocas horas, decidí no volver a teclear “Moldavia” en Google nunca más… ¡ni dejar que mi madre lo hiciera!. No es demasiado buena la imagen que se tiene del país, y la información es bien escasa.
– ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención?
– Que es muy diferente a Lituania, donde viví algunos meses hace poco más de dos años. Me imaginaba que sería un país parecido, al compartir historia soviética, pero me equivoqué por completo. Aunque lo que más me ha llamado la atención, en este poco tiempo que llevo aquí, ha sido la campaña electoral. La ciudad estuvo plagada de propaganda política para las elecciones parlamentarias del pasado noviembre, pero los eslóganes y programas no tenían más contenido que: “vótanos para unirnos a Rusia” o “vótanos para unirnos a la UE”.
– ¿Qué tres cosas o lugares recomendarías visitar?
Los moldavos están muy orgullosos de su producción de vino, así que recomendaría su disfrute, sobre todo del casero. También recomiendo visitar el Monasterio de Capriana y la región separatista de Transnistria que, a pesar de no estar reconocido como estado independiente, cuenta incluso con moneda y gobierno propios, así como una una tensión palpable en el ambiente.
– ¿Cómo se plantea tu futuro?¿Hasta cuándo estarás allí?
Mi proyecto termina a finales de septiembre. Hasta entonces, seguiré dando lo mejor de mí y, sobre todo, aprendiendo. Después, quién sabe. Creo que es hora de volver cerca del mar y las gaviotas, y sería muy feliz si encontrara una oportunidad laboral por allí que me permitiera aportar un granito, aunque fuese minúsculo, en la mejora de la sociedad.
– ¿Has aprendido algo de rumano o te manejas con el inglés?
– Trabajo en inglés, ¡menos mal!. El idioma oficial de Moldavia es el rumano (aunque una gran parte de su población se comunica en ruso), y yo voy aprendiendo poco a poco. Recibo clases porque es éste otro de los beneficios del programa SVE. Es también una lengua latina, pero me parecía más fácil antes de empezar a estudiarla…
– ¿Qué es lo más positivo de esta experiencia que estás viviendo tanto en lo personal como en lo profesional?
– Estoy aprendiendo muchísimo en ambos aspectos. Esta experiencia en IDOM es mi primera oportunidad directa de luchar por la defensa de los derechos humanos, y estoy adquiriendo nuevos conocimientos y habilidades en el campo.
En lo personal, estoy aprendiendo de la gente que tengo alrededor y con quienes las fronteras de mi mente van abriéndose más y más. Y he descubierto que, a pesar de no ser una persona valiente,no soy ninguna cobarde y estoy dispuesta para lo que tenga que venir. Porque, a veces, la sal de la vida no es más que un poco de canela.
– ¿La recomendarías?
– Recomiendo una experiencia internacional para todo el que la desee, y este programa de la Comisión Europea es una oportunidad excelente.
– ¿Qué echas de menos de Punta Umbría y Huelva?
– La luz. Incluso cuando vayan aumentando las horas de luz aquí, no es la nuestra. Echo de menos oler y escuchar el mar. Echo de menos nuestro acento y risa escandalosa. Echo de menos abrazar a mi familia y mis amigos sin que el motivo sea una despedida o un reencuentro temporal.
– ¿Es conocida Huelva en Moldavia?
– ¡Ahora un poquito! Porque “soy de Huelva” es inherente a cada una de mis presentaciones. Voy hablando de nuestra tierra por todas partes, y dejando deseos de visitar el trocito de paraíso al que llamamos Punta Umbría. Hablo mucho de Huelva y Punta Umbría porque no han sonado antes por aquí, y lo hago con mucho cariño y orgullo, con una sonrisa que se me escapa de la cara.