Ángel Custodio. Al final del verano y cuando me disponía venir desde Punta Umbría, al montarme en la canoa, resbalé con tan mala suerte que sufrí una triple fractura en el tobillo izquierdo. Me trasladaron al Juan Ramón y al día siguiente fui operado colocandome una chapita y unos tornillos y a convalecer.
Desde entonces, aunque temporalmente y hasta cuando efectúe la recuperación, me veo obligado a desplazarme en silla de ruedas si quiero salir a la calle, lo que procuro hacer siempre que puedo. Según me dicen todo va muy bien y dentro de poco podré caminar.
El primer día que salí en la silla, todo iba muy bien mientras que lo hacía por el acerado, pero cuando tuve que pasar el primer paso de cebra y atravesar hasta la otra acera, sentí una extraña vibración, como si fuera un terremoto. Pero no era un movimiento sísmico, eran los adoquines de la calle que hacían saltar las ruedas de una forma terrible; me vibraba el estomago, la columna vertebral, los brazos y tenía la sensación que mi cuerpo entero iba a estrellarse en el suelo.
Yo, afortunadamente espero dejar este medio de locomoción dentro de poco, pero pensé en las muchas personas que por diversas lesiones u otros problemas se ven obligadas a moverse en silla de ruedas toda la vida, y me dio un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
He pensado que como el próximo año hay elecciones y se acometerán muchos arreglos en la ciudad, en los pasos de cebra, podrían sustituirse la base de los mismos por asfalto liso y llano, con lo que se prestaría un gran favor a una minoría silenciosa que dejará de soportar las molestias que le producen los adoquines en el uso cotidiano y obligatorio de la silla de ruedas.
Nunca había pensado en este problema, pero como decía el slogan de la antigua y creo que desaparecida Escuela Radio Maymó en su publicidad. “Al éxito por la práctica”, yo al verme obligado a realizar esta práctica de la silla, he descubierto un verdadero suplicio que sufren muchas personas.