(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
Completamos hoy la serie «Ocio y casinos». Con sus tres referentes esenciales, que se complementan mutuamente para lograr ese equilibrio, que hace de los casinos una entidad clave en el día a día de las localidades del Sur. Aunque tenga más soportes, estos tres son los que no faltan en un ocio que se precie: Relaciones, juego y espacio propio.
El «espacio personal» o «espacio propio», eso que está tan de moda reclamar, es parte importante de las necesidades del hombre (Del ser humano) desde que existe. Aunque sea en estos últimos tiempos cuando se demande para conseguir hacer lo que nos plazca y de camino librarnos de los demás, que no es poco.
El «espacio propio» es una situación en la que uno se libera de todo entorno y compañía, para sosegarse en la satisfacción de abandonar temporalmente las obligaciones y necesidades, para hacer lo que «uno elige», en el lugar que prefiera.
Esto puede sonar a deseo de libertad y no es otra cosa ese llamado «espacio propio». Pero libertad en un orden, en legitimidad y sin herir a nadie. Simplemente, satisfacer la necesidad de dejar a un lado, aunque sea por un rato, todo lo que la sociedad lleva consigo como obligación.
En estos tiempo, supuestamente modernos, está de moda esta reivindicación, pero es algo que acompaña a todas las generaciones del humano, sea cual sea la época que les ha tocado.
El caso más conocido, por su «ruido histórico», es el de los eremitas, que buscaron «su espacio propio» en la soledad de las cuevas (Los eremitorios), porque decidieron que su «espacio personal» no debería ser un trozo del día, sino el día entero. Así de contundente. Con el pretexto de la dedicación mística, construyeron su elegida soledad, lejos de necesidades sociales, obligaciones y calendario.
Hasta que la experiencia los convenció de que lo colectivo es más eficaz y además se tiene ayuda ajena, que siempre viene bien. Y construyeron los monasterios, donde el «espacio propio» se compartió con otros de la misma vocación.
Pues algo así sucede en los casinos, esa especie de monasterios del ocio, en los que cada uno busca su «espacio personal», pero con la ventaja de lo colectivo. Como todo buen espacio, incorpora la condición de libertad para hacer lo que uno decida, dentro de las normas que lo regulan (Como en los monasterios), pero sin que anden por medio obligaciones y necesidades que estorben.
Pero es «espacio personal», especialmente porque en los casinos uno se siente libre y con posibilidades de elegir entre las distintas formas de ocio, que es la vocación innata del ser humano. Pero como la sociedad a la que nos hemos «apuntado» pone impedimentos, la puerta de los casinos abre una posibilidad de decir adiós a estas trabas y entrar en el ocio, que es lo mismo que decir en la vida.
«Espacio propio», como expresión supuestamente moderna, que ya usaban los humanos de todos «los antes», en sus idiomas correspondientes.
«Espacio propio», eso que la Historia incluye en su lista de los hechos no mencionados: La casa aislada de los pudientes, el rincón para leer del intelectual, el camino entre encinas para los paseos del sensato, el banco delante de una obra en el que el jubilado se regodea del trabajo de los otros, la trastienda del boticario, el despacho del jefe de empresa pública, la habitación para dormir en la casa familiar, el asiento que nos corresponde en las gradas de un estadio, …
El casino es lugar en el que los socios encuentran las condiciones adecuadas para romper las ataduras sociales, familiares y económicas. Al mismo tiempo, se coloca la neurona del sentimiento en condiciones de percibir la libertad y vivir la deseada sensación de estar en un lugar y un tiempo personal, independiente y libre.
No pensemos que los casinos son un invento del increíble siglo XIX y que nuestro XX lo ha desarrollado. No es ese el camino para ensalzar a los casinos y cantar sus virtudes. Los casinos no son más que la plasmación de un hecho repetido a lo largo de la Historia, en múltiples situaciones, diversas circunstancias y civilizaciones antagónicas.
Los casinos no tienen la virtud de haber inventado un nuevo «Eldorado» del placer. No tienen la patente de la idea, el derecho de exclusividad ni la propiedad intelectual de sus salones.
Una vez superada la larga época del «Antiguo Régimen» (Los absolutismos), la sociedad europea entró en un periodo de tránsito social, que condujo al desarrollo de hábitos, derechos y perspectivas, que el siglo XIX se encargó de estructurar. Todo ello, modificó las costumbres y los movimientos sociales, a lo que no iba a ser ajeno el ocio, el tiempo de asueto y las posibilidades individuales.
La Historia abre, en un momento determinado, la puerta a que los hombres puedan dar forma material a lo que solventaban de maneras diversas hasta entonces. Los cambios sociales del XIX posibilitaron que los deseos de eso que ahora se llama «espacio personal», se plasmaran en realidades en forma de sitio que diera cobijo a las maneras diferentes que cada uno tiene de estar solo.
Éste sí es un logro de los casinos. Éste sí es un valor casinero. Se constituyen estas entidades en el tránsito que la Historia de la Europa culta ha dado hacia la consolidación de un deseo que permanecía en el cajón de lo pendiente: La creación de una entidad que se convierte en sede del asueto y templo del ocio, en un lugar de deseo colectivo y espacio propio personal.
Es la más hermosa paradoja sociológica que tenemos en nuestros pueblos: Un ente colectivo, que posibilita las ambiciones individuales de ocio.
Equipo Azoteas
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2 comentarios en «Ocio y casinos (III). Espacio propio»
¡Qué razón tienes amigo Miguel!, todos llevamos dentro algo de eremitas, pero la forma de vida actual no nos permite desarrollarla hasta que empezamos a “sobrar”en casa y nos van dejando solos, en ese rincón perdido donde se “molesta” menos, salvo que tu pensión siga siendo aún de ayuda necesaria a la familia. Conozco varios casos y por eso lo indico, si bien no debe de ser generalizado ese escenario tan triste.
Pero, como bien dices y antes de llegar a ese extremo, existen circunstancias personales y diversas que podremos aprovechar en nuestra vida buscando ese rincón apacible, solo o en compañía, para dejar volar la imaginación y/o compartir vivencias con nuestros colegas de fatigas, y el casino se presenta como un lugar intermedio entre la “oficina” en la que hemos dejado tantas y tantas horas de nuestra vida, y ese otro rincón en el que quedaremos cuando ya nuestra movilidad sea más limitada; “monasterios del ocio, en los que cada uno busca su espacio personal, pero con la ventaja de lo colectivo”, como bien nos dices en tu brillante comentario.
La «batalla» literaria con mi amigo Benito de la Morena se está convirtiendo en un placer esperado y una virtud añadida al artículo semanal. Hay quien me ha dicho que lee el artículo tres días después, para «pillar» de camino los sabrosos comentarios de mi amigo Benito.
Pero no es sólo a los demás, también a mi me gusta ver por donde sale el señor de la Morena, porque se ha convertido en la respuesta esperada para disfrutar. Porque de las respuestas en un diálogo bien enlazado se puede obtener un placer no buscado.
Es una pena que lectores como D. Benito no proliferen, para que los diálogos y debates fueran fuente de enriquecimiento y de placer compartidos.
Una lástima, pero así es la cosa.
A Dios lo que es de Dios y a Don Benito el mérito de buen lector, excelente debatidor y mejor ejemplo. Gracias.