Miguel Mojarro.
Tengo un amigo que me ha comentado en algunas ocasiones que, cuando se jubile, tiene anotado en el carnet de asuetos una tarea placentera: Hacerse socio de algún casino.
Jubilación viene de «júbilo» (Del latín jubilare, regocijo), que se ha incorporado a nuestra jerga laboral como un hito en nuestra lucha por buscar posibilidades de asueto satisfactorio. Jubilación es el momento del tránsito de la actividad laboral activa a un estado de libre disposición del tiempo propio o disfrutar de casinos con retirada instantanea, eso sí, pagado como consecuencia de años de cotización.
Mi amigo, por su condición de profesional de pro y de los muchos años de trabajo bien atendido, se jubilará en un día lleno de parabienes, de sosiegos incomodados y de ilusiones mezcladas con temores. Ese día pasará a ser, para su asombro, objeto de deseo del Dios de las actividades no buscadas, no deseadas y no previstas. Unas semanas después, clamará en sus oraciones silenciosas: «Dios mío, no entiendo cómo tenía yo antes tiempo para ir al trabajo». Pero esto es otro tema, que no debe olvidarse.
Hoy lo que importa es que la jubilación conlleva el carácter de período en el que, teóricamente, uno dispone de su tiempo y su voluntad para hacer de su capa un sayo. Cierto. Y bien ganado en el caso de mi amigo.
Los amigos están para acompañarlos cuando lo necesitan, ayudarles cuando lo soliciten y esperarlos cuando te busquen. Eso dicen los clásicos del pensamiento noble.
Pero los que somos de otra cuerda, canallas y previsores (Por eso de la edad), añadimos otra máxima: Los amigos están para llevarles la contraria, si así se ayuda al amigo, a pesar de él mismo. Quiero en esta ocasión llevar la contraria a mi amigo, admirado y querido por otra parte. Pero antes, un ejercicio de reflexión, que es un previo para poder entender la conclusión.
Los hombres, en tanto que individuos condenados al trabajo (Por aquello del pecado original) y seguros servidores del atractivo sexual (Por lo de la manzana), tienen una vida sometida a múltiples tareas, unas agradables y otras no, que llenan (O rellenan) sus horas cotidianas, para satisfacer esa doble obligación de laborar y convivir.
No quiere esto decir que ambas tareas sean desagradables, por aquello de su obligatoriedad, que hay trabajos que son gratificantes y convivencias que son satisfactorias. Pero eso no impide que estas tareas sean «ocupas» legales y legítimos de nuestra agenda diaria.
Tres son las necesidades que la vida proyecta sobre las personas:
- El grupo social en el que vivimos por elección (A veces nos lo imponen), por ejemplo la familia.
- El trabajo o actividad que nos reclama cada día, para poder sostener nuestra vida social.
- Una última necesidad, complementaria de las anteriores, de la que nadie se acuerda cuando «piensa», pero que todos tenemos en la bolsa de las necesidades no satisfechas: La individualidad, de sensaciones propias, sin compartir, sin dependencias, sin intrusos que condicionen el placer, eso que hoy se ha dado en llamar «espacio personal«, que nunca fue definido con palabras, pero que siempre existió desde que el Antiguo Testamento nos puso trabajo y emparejamiento como compañeros de viaje.
Los redactores de aquellos textos sagrados se olvidaron de lo que hacían Adán y Eva antes de que se conocieran, pero estoy por asegurar que su vida anterior estaba ocupada por tareas que nada tenían que ver con trabajar y convivir.
No somos tan distintos hoy de aquellos antecedentes bíblicos paradisiacos, de los egipcios amantes del saber, de los mayas deportistas, de los cruzados aguerridos, de los palaciegos de Alatriste o de los pobladores de las terrazas de la Roma actual. En tanto que humanos, hay una parcela de las necesidades que siempre está esperando su oportunidad. Es la que silenciosamente reclama ese «espacio personal», ese tiempo propio, esa libertad sin condiciones, que posibilite estar en un sitio sintiéndose no reclamado y tener la libertad de no tener temor de usarla.
Querido amigo (y admirado por otra parte), tras la jubilación no existe este espacio buscado, que nos libere de las dos ataduras (necesarias y buscadas) que ocupan la casi totalidad de nuestra agenda diaria. Una vez jubilados, las relaciones y el trabajo dejan paso a un tiempo en el que han desaparecidos los agobios del reloj y de las obligaciones. Hay un tiempo total libre, del que hay que dedicar una parte a las tareas familiares y sociales, pero uno se levanta sin esa sensación de «tener que hacer» que condicionaba nuestros desayunos anteriores.
En la jubilación hay problemas nuevos, desconocidos e imprevistos. Y hay que contar con que no hemos hecho un curso especial para gestionar ese tiempo nuevo. En la jubilación uno no se siente presionado por la ausencia de tiempo para ese llamado «espacio propio», que echábamos de menos antes.
En la jubilación uno es «libre» (según se mire) para organizar su tiempo, pero no tiene esa necesidad de buscar con ansia no confesada los minutos y el lugar que nos libere del agobio permanente de las dos obligaciones que desde siempre lleva el hombre en su «carnet de baile».
Pero la necesidad de tener ese «espacio personal» propio, ese tiempo sin presiones, esa sensación de libre disposición de nuestro asueto, solamente existe antes de la jubilación. Es entonces cuando el Casino abre sus puertas a nuestro receptor de tentaciones para que sepamos que está ahí, abierto y sugerente, para que atravesemos una puerta que es frontera entre la sociedad (lo de fuera) y la vida (lo de dentro).
Un casino no es un lugar de retirada para jugar partidas que hagan olvidar el tedio. Un casino no es el asilo de pasos que no saben dónde ir. Un casino no es la herramienta fácil de vidas que no tienen recursos personales para mirarla de frente. Por el contrario, un casino es el espacio que nos ofrece la posibilidad, antes de la jubilación, de tener un tiempo de sosiego que nos libere y compense de todo eso que hemos elegido en la vida: Relaciones y trabajo.
Un casino es herramienta de la vida laboral, que complementa la faena y el trasiego de nuestros días. Pero en la vida laboral, que es cuando hay que encontrar compensación ociosa a las tareas que nos vienen impuestas o que nos imponemos nosotros mismos. Un casino es el lugar en el que jugamos una partida, charlamos con quien nos apetece, miramos dónde queramos y bebemos con descaro, como complemento del resto del día.
Un casino no es el lugar para refugiar los días largos de nuestra jubilación, porque no sabemos qué hacer con ellos. Un casino no es el recurso cómodo del aburrimiento, sino el asombroso complemento de nuestras jornadas laborales y sociales, donde encontramos lo que nosotros mismos nos negamos en la sociedad: Nuestro «espacio personal», en el que la libertad es la primera sensación que se experimenta cuando se atraviesa la puerta que da acceso a la vida. Lo demás, queda fuera.
Querido amigo, un casino es riqueza en todos los momentos de la vida. La jubilación, es una circunstancia que ya veremos cómo la solventamos.
También los casinos tienen algo que decir en la jubilación. Pero menos que en la vida anterior.
Equipo Azoteas
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4 comentarios en «Jubilación y Casinos»
Como entiendo que podría ser uno de los “miles” de aludidos, le digo a mi querido amigo Miguel que tiene razón en parte, pues ¿quién es el valiente que le dice a la “parienta” que se va un rato al casino, después de una jornada de diez horas fuera de casa?
Siempre he pensado que con la jubilación se dispone de ese tiempo extra en el que repartir ocio y obligaciones y que dentro de la casa, tras un periodo de integración “novedosa” y cooperación en labores conyugales, llega el momento en que las partes recuerdan lo bien que estaban antes de que el cónyuge se jubilara, y entonces empieza un sibilino y silencioso pacto de ausencias que devuelven el territorio perdido a cada uno y se recupera el hábito de autonomía del que se ha “disfrutado” durante años de trabajo externalizado. Es en ese instante cuando el “caldo” está listo para ser servido y uno puede ir al casino con la conformidad conyugal.
Presumiblemente este enfoque podría ser desmontado por un buen sociólogo como D. Miguel, pero sospecho que debe haber tantos escenarios como personas y enmiendas.
En esto lleva razón mi buen amigo de la Morena: Hay tantos escenarios como personas.
Pero mi obligación es advertir. No por comer jamón en la cena hay que dejar de catarlo en la mañana. Puede uno perder el sabor increíble en una sombra cálida de la dehesa.
En todo caso, confío en recuperar este grato debate en alguno de los casinos de los que somos socios. Allí las ideas se vuelven subjetivas y placenteras. Como debe ser …
Hoy solamente enviar el más entrañable abrazo a todos los que tienen los casinos en la agenda de sus deseos.
Y a mi amigo Benito, como siempre, mi agradecimiento y admiración.
En todo caso, el argumento de D. Benito no deja de ser interesante, sumamente interesante … Es la que argumenta una situación enormemente atractiva para la reflexión.
Me la anoto para en su momento usarla. Citando origen, claro.
Me encanta, me encantan estos comentarios llenos de halagos, buenas intenciones y bondades, pero no puedo estar en mas desacuerdo con el texto y los mismos comentarios. Mis disculpas. Si bien entiendo que en el séptimo párrafo, cuando comienza mencionando a los hombres se refiere de forma genérica tanto a hombres como a mujeres, siento que sea una voz femenina y no feminista la que le de un nuevo giro al artículo proponiendo hacerlo actual, y es que (independientemente de la situación laboral actual) hoy en día trabajan tanto hombres como mujeres. El día a día lo pasan ambos fuera de los hogares, repartiendo tareas domésticas como buenamente se puede y no descansando nunca, por lo que de manera forzada se vuelven individuales dentro del matrimonio. Cada uno tiene su grupo. Ya no existe eso de que el hombre llegue cansado a casa y la mujer lo exaspere a preguntas de como ha ido el día fruto de su aburrimiento diario de espera doméstica. Imagino que estos casinos, también estarán disponibles para acoger a las señoras en sus jubilaciones. Pero me pregunto qué pasará cuando maridos y esposas se encuentren los dos en el mismo casino y deje de ser un lugar de carácter individual y de sosiego donde bebemos con descaro y con esto entiendo como casino un bar, porque según la descripción en el artículo no hay diferencia alguna. Espero no molestar con el comentario, es solo una apreciación a la situación actual en la que de manera individual aprecio que es mejor llevarse bien con el cónyuge y hacer equipo en vez de evitarse porque las jubilaciones las pasarán seguramente juntos.