Miguel Ángel Velasco. Por razones personales, que no vienen al caso citar, conozco todos los entresijos de este desfile de Rocío Ciaro que, en la noche de ayer, emocionó a muchos onubenses que se congregaron en la céntrica calle Vázquez López. Sé del mucho esfuerzo, horas y horas de trabajo, de superación y de eliminación de trabas de todo tipo que Rocío Ciaro ha tenido que afrontar para que su colección “Alfileres de colores” pudiera ser contemplada por cientos de espectadores este viernes, día tres. Resulta difícil, por no decir imposible, recordar uno semejante en vía pública. Nada de bullas populares e ignorantes, ni de desatinos y comentarios fuera de lugar. Fue un desfile importante, ante un público maduro y serio, entendido y conocedor de lo que veían. Iban a ver un desfile de moda y lo tenían allí de la mano de Rocío Ciaro y las bellas modelos que lo portaban y de esos maravillosos pequeños que lucieron sus trajes de fantasías.
A las nueve de la noche el lugar era ya un hervidero de gente que esperaba ansiosos el comienzo del mismo. Previamente, las manos sabias de Nogal Satén habían preparados los atrezzo de lujo, no podía ser de otra forma proveniente de esta Casa, que orló la alfombra con bellos candelabros y un cómoda romana que , aparte de adornar, tenía un papel fundamental en la coreografía montada al efecto para las modelos. Bello, muy bello y delicado. Al fondo, en la plaza Coto Mora, hilvanada por una gruesa cadena humana, el cante de Gema acompañada a la guitarra por Juan Domínguez comenzó a desgranar el tema esencial del desfile “alfileres de colores” con su voz llena de acordes y potente.
En el interior del pasaje de la calle las chicas formaban sus parejas y tomaban de la mano a los pequeños acompañantes. Antes las manos sabias de María José Gil y su de Leti, su compañera, habían maquillado primorosamente los jóvenes rostros al igual que Mabel hizo lo propio en sus cabellos. Estaban preciosas y nerviosas como los jugadores de futbol a la salida del túnel de vestuario. No se esperaban tanta expectación y público en el exterior. Los rostros de Sara Montesino, Paloma Ruiz o Dessiré, entre otras se endurecieron cuando al seguir el guión, salieron a la calle unas y las otras se sentaban delicadamente sobre la cómoda romana, Todo era perfecto. El guión empezaba a cumplirse a la perfección y la elegancia y naturalidad a dominar el ambiente. Las primeras palmas sonaron y el ambiente se fue relajando hasta conseguir esa simbiosis perfecta entre el espectador y las escenas que se le ofrecían.
Muchos colores entre los trajes. Colores de la tierra, nuestros. Colores abandonados a esta naturaleza andaluza. Amarillos, rojos, fucsias, verdes, naranjas. Todos representativos y simbólicos de nuestra geografía. Y ellos, los colores y las modelos, avanzaron por la roja alfombra, impasibles y tenuemente dando tiempo para ser contempladas, analizadas; gustaban y se gustaban a los sones melódicos de Gema y Juan.
Sesenta diseños. Todos exclusivos y nacidos de las manos e imaginación de Rocío Ciaro. Vestidos en los que predominaban, como argumento principal de la autora, los lunares, la pasamanería, los bordados, las ondulinas y los volantes. Volantes, como argumenta Rocío, como sinónimo de magia, de sentimiento, de amor, de sensualidad y fuerza. Un desfile muy variado de trajes para fiestas, completo y rico en formas. De talles largos y cortos, faldas rectas o de vuelos, escotados o con tirantas, pero todos uncidos por ese aroma flamenco que la autora le ha querido imprimir. Fuente de su inspiración.
No hay que olvidarse de los modelos lucidos por las chicas y chico que acompañaban a las profesionales. También de festivos, algunos con aires cancasianos, plumero incluido, pero todos muy acordes para los actos creados. Ellos, las pequeñas, hicieron también las delicias de los asistentes e incluso el contoneo marcado por una pequeña de no más de cinco años, supo arrancar una de las mayores ovaciones de la noche.
Y el remate final, como no podía ser de otra forma, tuvo el mismo glamour que el inicio. Y si cabe mucho más espectacular. Dos trajes de novias que asombraron y encendieron, con sus bordados y pasamanería, la ya bien iluminada y caldeada calle. Majestuosos, esbeltos en la esbeltez de sus portadoras, portentosos en forma y dibujo. Un gran acierto y una demostración inequívoca del talento e imaginación de su diseñadora, Rocío Ciaro.
Rocío Ciaro que salió entre vítores y aplausos por la alfombra roja. En su rostro sin pintar se reflejaban los efectos de la tensión y del cansancio. Acompañada por toda la cohorte de chicas que le habían servido de modelo, capitaneada por Sara Montenegro. Genial esta joven onubense por su simpatía, belleza y profesionalidad, embutida en uno de los soberbios trajes nupciales de cola que con su cara angelical y rubia cabellera transportaba a más de uno de los presentes a otras películas.
En definitiva, noche glamorosa, público excelente y un ambiente que va a ser difícil de olvidar y que va a exigir que esta capital cuente con más viernes mágicos como el que pudimos contemplar en la noche de ayer. Muchas gracias, Rocío Ciaro.