(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro “Casinos de Huelva”)
Miguel Mojarro.
Ya falta poco para cumplir cien años. Parece mentira que en el Andévalo pase un siglo y sus cualidades permanezcan por encima de avatares, televisores y coches. Antes de llegar a Villanueva de los Castillejos, uno percibe que algo hay por allí que invita a quedarse y apuntarse al silencio, a los amigos y al goce de los mil placeres que los bares y las cocinas ofrecen.
Una vez en la Plaza, uno no sabe bien si entrar en el Casino o quedarse sentado en un bordillo para mirarlo desde abajo. Porque el Casino está subido en una terraza dominadora, para controlar bien la bulla. Aunque bulla solamente hay en las fiestas, pero no es poco privilegio estar en la fiesta sin que la fiesta te engulla. Desde arriba, para mirar los entresijos de los corrillos.
Por eso algunos van en caballo hasta allí y no se bajan de él para tomar una copa. Para eso este Casino tiene una terraza alta, diseñada para estar a la altura de los jinetes y facilitarle así consumiciones y coloquios, en esa atalaya admirable que es el lomo del caballo. No sé si fue antes la terraza o los caballos. Pero están bien avenidos.
Cuando voy con Marcelo a Villanueva, siempre me hace la misma proposición:
«Vámonos arriba y miramos el billar. Y de camino te cuento».
Marcelo llama «arriba» a una balconada curiosísima que tiene el Casino dentro del propio salón, desde la que se domina todo lo que en éste ocurre. Como debe ser.
Bajo nuestros ojos, la mesa de billar y las jugadas vistas en perspectiva cenital, que permite ver el movimiento de las bolas de forma curiosa y privilegiada. Y encima sentados cómodamente y con una manguara si llega el caso. En este Casino es realmente un placer ser «mirón» en las partidas de billar.
Al fondo, cerca del ventanal, la tertulia de siempre, con los de siempre y el tema de siempre, que para qué cambiar si nos gusta. Ya todos sabemos de qué se hablará cada día, porque son muchos años asistiendo a esa clase de fina astucia que son las tertulias aquí. Y Marcelo apostilla:
«Por eso veníamos aquí siempre. Porque nos gustaba el tema y los del entorno. Porque aquí se está muy bien, sin que la prisa esa agobie con el reloj».
Y me cuenta los ratos que ha pasado aquí con su padre, cuando venían a eso del estraperlo y el paseo por la frontera de Sanlúcar de Guadiana, que era lugar bien conocido por su padre.
Ratos que recuerda con ese regusto que deja lo que se ha hecho «a gusto».
Y no es extraño, porque este Casino es una oferta variada de sosiego en la tertulia, tentación en las partidas y bulla en las fiestas. Como debe ser un casino. Variado en sus posibilidades, dependiendo de las necesidades del socio.
Marcelo me habla de un pasado que tuvo fama de «zona de pudientes», pero que no responde a la realidad, porque en esta institución nunca ha habido sectarismo, aunque hubiera predominio de pudientes.
«Fíjate si aquí no se ha marginado a nadie, que uno de los primeros conserjes era gitano y se le recuerda bien».
Pero ser territorio de pudientes le ha venido bien al Casino, porque gracias a uno de ellos se pudo remodelar en los años cincuenta, con el dinero que prestó uno de los socios. Y bien que se hizo la remodelación, porque el aspecto es realmente atractivo, limpio y con sabor. No solamente hay una luminosidad admirable, sino que estéticamente aporta confortabilidad y amplitud. Un Casino que es ejemplo de uso de los espacios con dimensiones no amplias.
Pero una de las joyas de este Casino es un cuadro que hay en la pared, acogiendo un viejo pergamino original, en el que se dicen cosas sobre la convivencia de los socios en el Casino. Es el Reglamento de Régimen Interior, el auténtico y en vigor, que sirve para recordar y para lucirse ante los visitantes. Una joya que hay que mimar para que siga siendo santo y seña de una historia admirable.
Marcelo me cuenta cosas de aquellas que ocurrían cuando era joven y venía con su padre a negocios y, de camino, a jugar alguna partida de cartas, que ya no se prodigan por aquello de la mala fama de este juego, en tiempos en los que los pudientes le daban a las madrugadas con billetes sobre la mesa.
«Entonces sí que había buenas tertulias de las que enganchan. Yo no me enteraba de nada porque no estaba en el tema, pero me acuerdo de Don Cipriano, que montaba unos buenos cirios que lo llevaron a pedir la baja como socio. Y Antonio Concepción, el de Ayamonte, Domingo el del cine, Don José Mendini, del Ayuntamiento, … y muchos más, que convertían las tertulias en acontecimientos a los que hay que ir. No es como ahora …».
Lo cierto es que el Andévalo es rico en vida interior de casinos, porque era el lugar adecuado y cercano para que la cultura, el ocio y las celebraciones tuvieran el protagonismo y lumbre que eran necesarios en una zona alejada de todo lo demás. Pero no hace falta «lo demás» en lugares como éste, en los que los hombres ponen todo lo necesario para suplir con ventaja la ausencia de actualidades más vertiginosas.
Y si se quería bulla, pues para eso estaban la Rondalla propia del Casino, que no necesitaba mucho para dejarse en el salón retazos de su música bien templada. Y de la tierra.
Marcelo lleva callado un buen rato y eso es señal de que aquí tiene recuerdos que no son comunes. Y gratos, que para eso están los placeres pasados. A veces, mejor el recuerdo que el momento del placer. Pero sólo a veces …
En aquellos tiempos en los que nacía el Casino, lo hacían también personajes que fueron habituales en la vida de los salones: Mingote, el de los chistes en la prensa, para que los socios empezaran siempre a leer el diario por la página de Don Antonio. Gila, el que por las noches hacía que se dejaran las partidas para poner la radio y escuchar el ácido sarcasmo de Don Miguel. Nat King Cole, ese cantante de color, desconocido fuera del jazz, que se colaba en las fiestas para que tuviéramos ocasiones de bailar un poco mas pegados, con el pretexto de que la música lo requería. No eran malos compañeros de parto para nuestro casino estos personajes. Prensa, radio y música, tres de los pecados más atractivos de los casinos.
Pero este Casino es para sentarse en la terraza, altozano propio, dejar pasar las horas que para nada sirven, saludar a quienes te saludan sin conocerte y gozar de un aire limpio en este Andévalo por muchos alabado y de pocos conocido. Incongruencias …
Y de vez en cuando, jugar una partida de billar en una de las pocas mesas que se ubican en el propio salón, como si quisiera estar presente en misa y repicando al mismo tiempo. Es que los casinos tienen algo de rito y de religión, aunque no sea frecuente que los señores curas se percaten de ello. Menos mal que los socios sí.
Equipo Azoteas
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