Miriam Dabrio Soldán/ Rocío R. Pujazón. En el contexto de la revolución industrial, primero en Inglaterra y luego en Europa y América, durante el siglo XIX se desarrolla una nueva manera de entender la construcción en la que ingeniería y arquitectura se dan la mano. Haciendo uso de las innovaciones técnicas que se suceden tanto en el campo de la siderurgia como en el de los cálculos matemáticos y el diseño, se crean soluciones arquitectónicas impensables hasta ese momento y bajo una estética totalmente nueva. Los tradicionales materiales de construcción como la piedra y la madera, de origen natural, ceden su protagonismo a lo artificial, los nuevos derivados del hierro, cada vez más resistentes a las fuerzas de compresión y tracción, primero el denominado hierro de fundición, después el hierro dulce o maleable y posteriormente el acero.
Puesto que la gran labor de ingeniería de estos momentos es el ferrocarril, será en los puentes y las estaciones de tren donde encontremos los ejemplos emblemáticos de esta arquitectura, sumándose a ello con especial profusión los mercados de abastos, que pasan a convertirse en auténticos escaparates de modernidad e higiene. Estos tres tipos de obras, puentes, estaciones y mercados, tenían en común una necesidad que estas innovaciones científicas iban a permitir satisfacer, la de cubrir amplios espacios recurriendo a una mínima sustentación. Las celebraciones de las primeras Exposiciones Universales alentaron la creación de los principales modelos a seguir de esta nueva arquitectura. Para la Gran Exposición del Trabajo y la Industria de todas las Naciones, celebrada en Londres en 1851, Joseph Paxton, ingeniero especialista en invernaderos, construyó el Crystal Palace usando hierro y vidrio en forma de elementos prefabricados construidos en serie. París dejaba también su huella hacia 1889 mediante el Palais des Machines de Dutert y Contamin y, por supuesto, la Tour Eiffel, que catapultaría a la fama a aquel ingeniero de viaductos y puentes.
En España hay que mencionar el año 1832 como punto de inflexión, con la construcción del primer alto horno. Es además en Andalucía donde tiene lugar este despegue industrial, con la instalación por parte de Manuel de Heredia de las primeras siderurgias La Constancia y Río Verde en Málaga. Siguiendo pautas inglesas, construye hornos de pudelaje y de reverberación y comienza a trabajar con máquinas de vapor. Poco después se fundaba El Pedroso en Sevilla y algunas otras ferrerías que aportaban el 85% de la producción nacional de aquellos momentos. Con la introducción del uso del carbón de coque a partir de 1848 la industria del hierro se trasladaría a las cuencas carboníferas del norte de España.
Nuestro país fue permeable, no sin dificultades, a todos estos progresos conforme se desarrolla aquí la industrialización, primero mediante actuación directa de compañías y capitales extranjeros, en lo que Huelva fue ejemplo a través de la presencia fundamentalmente británica, y posteriormente, ya con el desarrollo de un tejido industrial propio. Serán compañías españolas las que materialicen proyectos del hierro que perdurará hasta bien entrado el siglo XX. Bonaplata Hermanos y más tarde Portilla and White en Sevilla o La Maquinista terrestre y marítima, en Barcelona, son sólo algunos ejemplos de compañías metalúrgicas españolas que funcionaron a un nivel regional. Narciso Bonaplata puso en marcha su fundición en 1840, cerca de la calle Torneo y se encargaría de la realización del Puente de Triana hacia 1850. Junto con el empresario vasco José María de Ybarra, serían los promotores de un certamen ganadero, la Feria de Abril de Sevilla, desde 1847. La Maquinista, fundada en 1856, realizó máquinas, locomotoras, viaductos así como los principales mercados del hierro de Cataluña como El Born, Sant Antoni, Barceloneta, Concepció o Llibertat.
Consecuencia del desarrollo de la siderurgia, a partir de los años cincuenta, la producción en serie de elementos estructurales y ornamentales de fundición y su bajo coste hace posible la utilización masiva del hierro, que se convierte en símbolo de modernidad demandado por la emergente burguesía. Cervera Sardá, que ha estudiado esta temática, nos dice lo siguiente: “Las fábricas comenzaron a fundir todo tipo de elementos arquitectónicos, con repertorios que abarcaban tanto las piezas ornamentales —balaustres, zócalos y frisos, montantes, remates, lámparas…— como las estructurales —pilares y columnas, vigas y cerchas, armaduras de cubierta, estructuras de galerías, marquesinas y voladizos, etc.—. Todo ello sin olvidar el campo del mobiliario que, a su vez, tuvo una doble vertiente: el mobiliario doméstico donde un repertorio de objetos tales como mesas, sillas, camas, candelabros, jarrones y otros elementos de adorno inundaron las casas decimonónicas, y el mobiliario urbano con bancos, farolas, urinarios, quioscos, etc., que se extendieron por toda la ciudad cambiando su imagen.”
La nueva clase social formada por industriales, banqueros, profesionales como letrados o arquitectos, en su mayoría formados en el extranjero e imbuidos por las corrientes culturales del resto de Europa, está presente cada vez más en las principales ciudades, y convirtieron en el principal motor de la modernización del país e impulsaron mejoras higienistas en la ciudades por su participación en la administración local. En la renovación de los espacios públicos el hierro conquista la escena urbana. En Madrid tienen lugar las realizaciones más espectaculares, especialmente en el periodo de la Restauración, a partir de 1875. Las estaciones de ferrocarril, Estación del Norte, Las Delicias y Atocha, importan las técnicas más novedosas de construcción en hierro. En ellas se puede ver no sólo las cubriciones metálicas de tipo Polonceau, sino también otras novedades como el sistema de Dion, tomado de la Exposición Universal de Paris de 1878.
El sistema ideado por J.B. Polonceau en 1836 para la nave de trenes de la línea París-Versalles-Orilla Izquierda, combinaba madera y tirantes metálicos. E. Flachat perfecciona el sistema haciendo uso sólo del hierro en estaciones como la de Saint Lazare de París en 1851. A partir de estos momentos el denominado sistema Polonceau, que se caracterizaba por el uso de tirantes, se difunde por toda Europa, incluso hasta bien entrado el siglo XX, por ser la manera más sencilla de construir en hierro. En su forma más simple y popular, cada cercha o cuchillo está compuesto de una viga en doble “T”, denominada par, y tres tirantes, uno horizontal y dos inclinados, así como una biela que, con una característica sección en cruz, parte del punto central del par y engancha el tirante horizontal y los inclinados mediante la pieza denominada nudo. En 1869, para cubrir una luz de algo más de 52m, en la estación de Austerlitz (París), se perfecciona esta técnica incrementando el número de tirantes y bielas. Mientras tanto, los perfiles curvilíneos y las vigas en celosía, son innovaciones que se van sumando a esta construcción en hierro. De este modo, en la estación del Este de París, terminada en 1853, se combina una celosía curva con el uso de tirantes.
El sistema articulado de cuchillos tipo Polonceau en España parece que se emplea por primera vez en Madrid en la Estación de las Delicias en 1879, encargada a la compañía belga Rolin y Cía, como cubrición de las naves utilizadas como muelles de mercancías. Pronto el modelo se repite en estaciones de tren por toda la geografía peninsular como por ejemplo Valladolid, Medina del Campo o Alicante, montada por la empresa francesa Schneider. En Madrid la Estación del Norte contaba con una cubierta de 40 m de luz que fue calculada por el ingeniero Mercier en 1881, haciendo uso de los cuchillos Polonceau, todavía con tornapuntas y tirantes.
La novedad introducida por Henry Dion, profundiza en el uso de elementos curvos para absorber los empujes laterales que generaban las cubiertas, utilizando arcos metálicos con un perfil ojival rebajado. Evitaba por primera vez no sólo el uso de los antiestéticos tirantes interiores sino también de paramentos macizos en los cierres laterales. En la estación de Las Delicias se aplica esta innovación en su edificio principal, diseñado en 1878 por el ingeniero francés Vasaille. La cubierta flota sobre un contorno en el que predomina el cristal, tanto en el tímpano triangular como en los laterales.
En Atocha, proyecto del ingeniero bilbaíno Alberto de Palacio firmado en 1889, la característica sección de casco de nave invertido para una luz de 48 m es una repetición más evidente y espectacular de ese arco ojival rebajado. El sistema llega a su máxima expresión en la Sala de Máquinas de la Exposición Universal de París de ese mismo año, cubriendo en este caso una luz de 112 metros, mediante una estructura que estaba ya realizada en acero. Del Madrid de aquellos tiempos, también pasaron a la historia de la arquitectura las obras del Ministerio de Fomento, el Palacio de Cristal y el Palacio Velázquez en El Retiro. También es posible encontrar armaduras metálicas de finales de siglo en algunas obras privadas como la Real Academia de Medicina, el Banco Español del Río de la Plata, y la Antigua Real Compañía Asturiana de Minas.
En Huelva, además de la aparición del hierro de la ingeniería portuario-industrial que es muestra de elementos de arquitectura únicos en el mundo como lo son los Muelles de Tharsis y Riotinto, se produce también un acercamiento de esta arquitectura a los espacios urbanos y a arquitectura doméstica, al amparo de la efervescencia minera y su élite intelectual y de negocios. En fachadas se pusieron de moda los miradores y elementos de forja, reinterpretación doméstica de las grandes obras de hierro y cristal, que remarcaron la importancia de determinadas viviendas y sus ocupantes. Dado que desde finales del XIX se produce una importante remodelación del casco urbano onubense, son numerosos los ejemplos de miradores de fundición que desde entonces otorgaron personalidad propia al centro histórico de Huelva.
Dentro de la arquitectura pública y coetánea en Huelva –como la Estación de Ferrocarril-, e impregnado en estas tendencias, el arquitecto municipal Manuel Pérez y González quiso dotar en 1899 de originalidad a su proyecto de nuevo Mercado, aplicando el sistema Polonceau, con una cubierta a cuatro aguas y distintas alturas. Diseña el edificio conforme al máximo de luz que permitía esta técnica, 25 metros, inspirándose en los modelos extranjeros -como él mismo recoge escritos del proyecto-, la estación de tren de Peroache en Lyon, o los mercados de Civitavecchia ó St. German de Paris, con 24 m de luz, y que el autor conoce a través de la bibliografía que maneja.
Manuel Pérez y González abordó el diseño del mercado onubense –en un planteamiento similar al recién inaugurado Matadero Municipal cuya autoría interpretamos suya tras el trabajo de investigación-, como un gran edificio de planta cuadrada, con la diferencia de que tanto los cuatro pabellones como el patio central debían quedar cubiertos, creando un espacio diáfano solo interrumpido por las columnas de fundición, de una delgadez que las hacía casi invisibles contribuyendo a dar sensación de ingravidez.
Es curioso que en un momento en el que ya se usaban vigas en celosía y otras innovaciones para esta tipología edificatoria, que evitaban el uso de los antiestéticos tirantes, el arquitecto decide utilizar un sistema algo pasado de moda fuera de Huelva, pero que sin duda gozaba de popularidad por ser más sencillo y por tanto económico. Esta decisión municipal ayuda a convertir este mercado en un ejemplar único. Bien porque no llegaron a ejecutarse o bien porque desaparecieran con el tiempo, podemos decir que no existe ningún otro mercado de planta cuadrada concéntrica y cubierta que utilice únicamente cerchas de tipo Polonceau. Gracias al desmonte del cabezo del Molino de Viento se dispuso de un amplio espacio para la elección de una planta perfectamente cuadrada de 43×43 m.
Del proyecto del Mercado de Santa Fe no se conserva su documentación gráfica original, por lo que ésta ha sido confeccionada recientemente dentro del trabajo e investigación global. En la parte de la Memoria del Proyecto que sí consta en el archivo municipal, se distingue entre “Galería” y “Pabellón Central”, y dentro de éste último, entre el “tejado” y la “armadura” que lo sostendría. Carecemos pues de un alzado fiel al diseño primitivo del edificio. Debido a avatares producidos durante el proceso constructivo, en los que entraremos en detalle en una próxima entrega, es posible que sobre la marcha se produjeran cambios en el proyecto. Lo más probable es que Francisco Monís, quien vino a sustituir a Manuel Pérez desde 1902, modificara el diseño original para evitar ciertos problemas de estabilidad que presentaba la estructura, no sólo incrementando el número de cuchillos, sino también modificando su disposición.
Por su particular belleza, complejidad técnica y el logro constructivo que supuso en su momento, la obra de hierro del Mercado de Santa Fe constituye parte fundamental del Valor Arquitectónico de este edificio, inspirado abiertamente en la evolución europea de construcciones metálicas de la época.
1 comentario en «Arquitectura del hierro y sistema Polonceau para un nuevo concepto de Mercado»
Aunque pueda parecer que hierro y acero ya son algo anticuados los edificios construidos con el uso de tales todavía tienen un encanto y gozan de belleza tremenda. Propongo ver como se renovó el mercado de Born en Barcelona, ¡hermoso!