Y la vida sigue…

Escultura de Gonzalo Guerrero en Cozumel, la isla más grande del Caribe mexicano.
Escultura de Gonzalo Guerrero en Cozumel, la isla más grande del Caribe mexicano.
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Ángel Custodio. Reconozco que no hay nada nuevo bajo el sol, la vida sigue igual, solamente que la sombra se proyecta a un lado u otro.

Ahora la mayoría de  los países africanos las están pasando muy mal, pero en los siglos XVII y XVIII aquí en España no todo iba económicamente bien. Con la aventura colombina, las leyendas surgieron por todos lados y el criterio general era la facilidad que había en las tierras recién descubiertas para amasar una fortuna en muy poco tiempo, lo que hizo que muchos españoles que no tenían ni oficio ni beneficio, decidieron  viajar a América e iban influidos por un espíritu aventurero para culminar sus pretensiones.


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Generalmente, estas personas no tenían dinero para pagarse el pasaje y era frecuente que recurriesen  a enrolarse  como criados al servicio de algunos de los viajeros pudientes o como soldados en la  milicia colonizadora y, tan pronto pisaban tierra firme desertaban y se convertían en unos “sin papeles”, como los que actualmente llegan a nuestras  costas en pateras o saltando las vallas de las fronteras.

Al principio iban hombres solos, porque la aventura que emprendían no sabían si era para llevar a la familia, y las  primeros mujeres que se atrevieron  a ir,  eran casadas, que sabían los peligros de dejar a los maridos, y procuraban  formar un grupo familiar con hijos, padres  o hermanos.


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Los hombres que marchaban solos, cuando llegaban se refugiaban en una falda nativa, formando en muchos casos un hogar paralelo al que tenían en España, olvidándose de sus obligaciones. Tal es el caso que refiere, no recuerdo si fue Bernal Díaz del Castillo o  Alvar Núñez Cabeza de Vaca en uno de sus libros, refiere que cuando se enteraron  que había un español viviendo en un poblado indio, pensaron que lo tenían de alguna forma retenido y para rescatarlo enviaron varios hombres armados en su busca , pero la sorpresa fue mayúscula cuando volvieron los soldados manifestando que el español les había dicho que agradecía la ayuda pero que ya había rehecho su vida entre los indios, que incluso se había cortado la oreja como todos los de la tribu  que además tenía tres hijos mestizos y que no deseaba volver. Se llamaba  Gonzalo Guerrero y era natural de Palos de la Frontera.

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