(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro “Casinos de Huelva”)
Miguel Mojarro.
¿Para qué sirven los casinos?. Es la pregunta que se hacen los escépticos de los valores de los casinos o los que no se plantean los beneficios sociales e individuales de los casinos.
Nuestra postura no es tibia al respecto. Y tenemos argumentos y convicciones en que basarnos. Y militancia sin ambages al lado de cuanto sea valor de patrimonio, sobre todo de ese patrimonio que no suele ser captado por muchos, pero que sí es utilizado por todos. Aunque no lo percibamos. Porque hay valores en nuestra sociedad que son disfrutados por el colectivo y por los individuos, sin que seamos conscientes de ello.
Mi amigo Marcelo diría: «O porque no nos interesa percatarnos». A veces lleva razón este buen amigo de la coherencia. Y nuestro.
Desde nuestra postura confesada, lo tenemos claro. Por eso claramente lo manifestamos: Un casino es un patrimonio social (Que no inmaterial), hijo del raciocinio del siglo XIX, que fue el siglo que más eficazmente sirvió a la Humanidad.
Un casino es como ese personaje de la familia, que no es rico, pero ayuda. Que no es guapo, pero pone nota de estilo en nuestro entorno. Que no habla, pero al que todo el mundo pide opinión. Es ese personaje de nuestra familia, al que lloramos más de lo que teníamos previsto, cuando llega el día en el que no esté con nosotros.
Pero, para trabajar en un terreno menos ideal y más concreto, vamos a poner sobre el tapete opiniones de muchos amigos de Marcelo, que han dejado su sentimiento a lo largo de cinco años de convivencia con ellos, entre cuadros y relojes, durante la partida o con un café en un rincón de un salón cualquiera. Ellos son los creadores de nuestra opiniones hoy. De ellos proceden nuestras convicciones.
Uno de estos amigos, de Rociana, comentaba algo sobre un socio que se pasaba el día entero sentado junto a la escalera de acceso, sin decir nada a nadie, pero sonriendo a todo el que entraba y dedicándole un tenue buenos días. Cuando le pregunté por este personaje, me comentó, sin darle mucha importancia, como si fuera habitual su consideración:
«Siempre está ahí. Solamente se marcha a su casa cuando es hora de comer. O de dormir. No sé qué haría sin el Casino».
Hemos encontrado docenas de personajes como éste de Rociana, en muchos otro casinos. Tal vez no tan caricaturesco, pero con el mismo fundamento de presencia marcada por la dependencia del casino. En el Sur, en la Sierra, en la Raya y en el Condado, hay socios que viven cada día su actividad o estancia casinera, como la única que está escrita en su agenda.
Tan sólo esto, permite asegurar que un casino es la explicación de las ilusiones de mucha gente, de mucha más gente de la que imaginamos. Desde nuestro conocimiento de cinco años frecuentando todos los casinos de Huelva, podemos asegurar que una cantidad importante de los habitantes de nuestros pueblos tendría problemas sociales y psicológicos si tuvieran que organizar sus horas sin el casino. Aunque no lo confiesen.
Pero esto es solamente una valoración general, que no deja de ser una postura básicamente filosófica sobre el tema. Debemos descender a situaciones más concretas y perceptibles, para fundamentar nuestra defensa de algo que consideramos un valor patrimonial inapreciable.
Un casino sirve para tener una casa colectiva, que supere los elementos de confort y de estilo que tenemos en nuestra casa propia. Entre la casa personal (De una persona normal) y la hermosa presencia de las casas de los «pudientes» con alcurnia, había un vacío que no estaba ocupado más que por entidades oficiales, culturales o comerciales, pero fuera del uso habitual de la generalidad de los vecinos de una localidad. Un casino es esa casa común, en la que tenemos elementos estéticos que superan los que nos podemos permitir en nuestra casa familiar. Un casino es el lugar en que se reproducen aspectos y riquezas que, sin llegar a los niveles de los palacios y casas nobles, permiten sentirnos en un lugar del que sentirnos orgullosos y en el que percibir el placer de lo bonito, lo confortable y lo estéticamente admirable. Un casino es el lugar en el que nos citamos orgullosos con nuestros interlocutores en negocios o en ocios. Sirve para eso.
Sirve para que uno pueda quedar con amigos o rivales, para satisfacer uno de los placeres que desde Nabucodonosor arrastramos: Jugar. A lo que sea, pero jugar. En un casino se juega a las cartas, al billar, al dominó, al parchís, al ajedrez, a los dados, … . En un casino hay posibilidades de jugar a lo que sea, con tal de que se pueda hacer en un espacio reducido y a veces solo con una mesa como herramienta. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para leer el periódico, mejor dicho, los periódicos, a cualquier hora y sin tener que comprarlos para levarlos a casa. Todos los periódicos. Al menos, todos los que interesan, que son muchos a estas alturas de nuestro siglo. Todos los periódicos en una amplia mesa, para elegir. O en unas repisas ciertamente curiosas, en las que se ofrecen los de fechas pasadas, por si alguien quiere comprobar algo que cree recordar. Y rebatir lo que otro socio opina sobre el tema de turno, en los intereses de la semana. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para sentarse en un rincón tranquilo, con luz de una ventana que deja mirar a un exterior siempre vivo y sugerente, para leer un libro que requiere sosiego en el entorno y nuestra mente libre de otros menesteres. Es uno de los placeres de más calidad en los casinos. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para organizar o unirnos a tertulias, eligiendo la que más apetezca en cada momento, seleccionando el tema y los componentes del grupo. Uno puede estar un día en una tertulia de tema deportivo y al siguiente en otra en la que se despieza al político de turno o se desgrane el cartel de las próximas fiestas locales. Uno puede hablar de lo que quiera y con quien quiera, porque en los salones hay espacios y grupos diversos, que permiten elegir. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para estar con los amigos, los de siempre, porque ya tenemos bien aprendido el horario de cada uno de ellos. Así podemos elegir el que más nos interese para coincidir con él en ese «salón de los pasos perdidos», que es el espacio común de un casino. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para crear opiniones y modificar las nuestras, porque cada uno de nosotros es como es, pero siempre se sale del casino con alguna modificación, confesada o no, en nuestras convicciones. Aunque solamente sean matices las diferencias entre nuestro antes y nuestro después del casino. Pero es así, aunque no lo percibamos. El casino es un filtro en el que se depuran nuestras ideas y se dejan pasar aspectos de las de los demás, que se incorporan a nuestro bagaje cultural y social. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para ir, en esos momentos en los que no sabemos qué hacer. Es el lugar permanente al que vamos en los momentos de atonía de sentimientos. Y cuando no tenemos una oferta que nos arrastre hacia otro lugar. Alguien me dirá: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … »
Sirve para que uno se libere de la presión emocional que sutilmente nos acompaña todas las horas del día, nacida de nuestra familia, nuestro trabajo, la sociedad del entorno, los medios de comunicación, … . es el lugar que ofrece un oasis en el que aislarnos, sin tener que dar explicaciones de por qué queremos salirnos del «exterior». Es un refugio que no percibimos como tal y que no tenemos que justificar. Discreto y eficaz.
Tal vez alguien diga: «Eso lo podemos hacer en otros sitios … » Pero todas esas cosas, juntas, no. Y menos en un sitio que ofrece valores más allá de lo que se perciba con los sentidos.
Sirve para algo tan esencial en nuestras relaciones sociales, personales, económicas y culturales, como el ámbito en el que el atractivo es neutro, no parte de un interés concreto que defina a sus moradores. El casino es lugar de todos, de un colectivo sin filiaciones, sin colores y sin partidismo. En el casino está la sociedad entera, con sus defectos y sus virtudes actuales, pero sin adulterar por afinidades compartidas. El casino es una maqueta del pueblo, pero sin las presiones del pueblo. Tras la puerta, estamos todos, liberados, pero todos.
Sirve para muchas más cosas. Pero sobre todo es un elemento que aporta a la localidad un prestigio y una solera que no pueden ser encontrados en otras entidades o artificios creados al amparo de los recursos actuales. Hay pueblos que se conocen por su casino, se les respeta por su casino y se les valora por su casino. Hay pueblos que no se conciben sin su casino y pueblos que han perdido su personalidad cuando el casino cerró.
Patrimonio es aquello que es hijo de la historia, de nuestros esfuerzos, de nuestros afanes, de nuestras habilidades, de nuestro arte, de nuestras creencias, … . patrimonio es todo aquello que, cuando lo perdemos, no sabemos cómo recuperarlo. Porque no es posible.
Por eso los casinos poseen valores que no se pueden recuperar, una vez perdidos. Por eso los casinos son patrimonio.
Para eso sirven los casinos.
Equipo Azoteas
www.fotoespacios.com
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2 comentarios en «Los casinos no son otra cosa: Solamente casinos (Parte III y última)»
Como dice D. Miguel, “Patrimonio es aquello que es hijo de la historia, de nuestros esfuerzos, de nuestros afanes, de nuestras habilidades, de nuestro arte, de nuestras creencias. Patrimonio es todo aquello que, cuando lo perdemos, no sabemos cómo recuperarlo. Porque no es posible”.
Pero al igual que han retornado las tradiciones populares, espirituales como las romerías, o artísticas como la cerámica, telares, las festivas con sus trajes regionales y sus cánticos, bailes verbeneros, o acompasados con instrumentos musicales de los ancestros, que fueron transmitidas y creadas por el pueblo a lo largo de su historia, seguro que llegará el momento en que el deseo de reunión en un lugar con embrujo, que cuenta la historia a través de su silencio, y que reconforta el cuerpo con su tapa de jamón y el vinito del lugar, pues la salud del alma se lo deja a la parroquia, volveremos a recuperar el Casino. Yo apuesto por ello y, como se dice ahora, ¡si podemos!
Un abrazo Miguel y gracias por deleitarnos con tus escritos casineros.
Es un placer siempere tu comentario y, además, motivador, incluso en la discrepancia. Aunque esto último solamente a veces y con matices intelugentes que también sirven. mucho.
En esta ocasión, la discrepancia es profunda. Se basa en una sensación que hay como consecuencia de mi largo periplo por las carreteras de Huelva. Cuabndo una copla se olvida, basta con que alguyien se acuerde de ella y la sqque a la luz de nuevo, con estilo. Y otro valores que han surgido de las cenizs del olvido, como Ave Fenix moderna.
Pero los casinos son diferentes. Un casino que se pierde, es un valor antropológico que req