P.C.G. El terremoto de Lisboa de 1755 tuvo una enorme repercusión en Europa, por su magnitud, por su duración, sus devastadores efectos -en Portugal, España, y norte de África, sobre todo, aunque también se dejó sentir en Gran Bretaña y otros países del viejo continente- y porque no es un fenómeno habitual en tierras europeas.
Célebres pensadores, filósofos, científicos e intelectuales de la época como Goethe, Voltaire o Kant, por mencionar algunos, se hicieron eco del seísmo, disertando y redactando toda clase de escritos de muy diversa índole sobre este y sobre los movimientos de tierra en general -sus orígenes y sus causas- en lo que se considera probablemente como el nacimiento de la sismografía moderna.
En Huelva, una de las ciudades que vivieron el terremoto y posterior tsunami, también fueron muchos los escritos que surgieron al respecto en prosa y en verso, pero que como recoge Vicente Fombuena Filpo en su Vida, obra y aportaciones a la historiografía andaluza del Dr. Antonio Jacobo del Barco «están llenas de exageraciones y tintes populares».
Precisamente, si hubo un personaje especialmente relevante en el terremoto de Lisboa, ese fue el onubense Antonio Jacobo del Barco y Gasca. Nacido en Huelva en 1716 este científico, filósofo, gramático y vicario de la Parroquia Mayor de San Pedro y de la Purísima Concepción, especialmente dañadas por las sacudidas del seísmo, recopiló toda la información y sus impresiones acerca del fenómeno en un escrito con el título Carta y remitido Don N. con fecha 21 de abril de 1756 «satisfaciendo algunas preguntas curiosas Sobre el terremoto de primero de Noviembre de 1755″ e incluida en el número 14 de los Discursos Mercuriales, de Juan Henrique de Graef.
Este escrito es una crónica perfecta de cómo vivió Huelva este episodio de entre seis y diez minutos de duración en aquel 1 de noviembre de hace ahora casi 259 años. El siguiente párrafo escrito del puño y letra de Jacobo del Barco es de los más reveladores: «[…]si quando todos los vecinos esperabamos por instantes, ò quedar sepultados en las ruines de los Templos, y Casas, ò que se abriera la tierra y nos tragàra vivos, tendriamos gana, ni tiempo para observar el Terremoto. Yo, Amigo mio, entonces olvide enteramente que era Philosopho, solo me acordaba de que era Christiano, para pedir a Dios misericordia[…]».
Del Barco lo comparaba a una explosión provocada en una mina: «Que cualquier Temblor de Tierra de alguna fuerza, y duración tenga los dos movimientos explicados, se hace creíble, y como forzoso, solo con explicar el mecanismo de una obra formidable del Arte. Hablo del estrago, que causa la polvora atacada en las minas«.
Y trataba de encontrar las causas del mimso:»[…]en la explicación del fluxo y refluxo del Mar. Nos cansamos de buscar su causa en el Cielo, y quizás estará escondida en los senos de la Tierra».
Jacobo del Barco
Antonio Jacobo del Barco y Gasca (Huelva 1716 – Huelva 1784). Era hijo de Antonio Gregorio del Barco y Gasca, nombrado Teniente Corregidor de Huelva (1713) por el Duque de Medinasidonia, y de Josefa Jaymes de Espinosa, natural de La Palma del Condado, quienes tuvieron otros nueve descendientes. Fue bautizado en la parroquia de la Purísima Concepción.
Se sabe muy poco de su niñez y su adolescencia, pero se tiene constancia de que pasadas estas etapas estudió Gramática, Filosofía y Teología en el Colegio Mayor de San Idelfonso, en Alcalá de Henares (Madrid) y que, por su vocación, siguió sus estudios como colegial de la Purísima Concepción, Vicente Fombuena cree que «probablemente en el Colegio Mayor de Maese Rodrigo, donde también estudio uno de sus hermanos, Andrés José, que llegó a ser Obispo de Salamanca y Juan Agustín de Mora». Este último fue un célebre canónigo y uno de los autores de las pocas fuentes impresas sobre la figura del onubense.
Del Barco y Gasca continuó su completó en Sevilla su formación eclesiástica hasta que en 1741 fue ordenado sacerdote por Fray Manuel Tercero de Rosas, Obispo de Icossio y también auxiliar de Sevilla, en la iglesia de la Asunción de Estepa.
Ya en Huelva preparó una oposición que le llevó a ganar la Cátedra de Filosofía que dedicó a estudiar en tierras onubenses para formar al clero secular. De hecho, desde su entrada en la Academia Sevillana de las Letras en 1747, fue muy crítico con las actitudes de la Iglesia y de con un clero que creía escasamente preparado y más orientado a la ascensión social y económica que a la ecuménica.
Como Vicario eclesiástico de Huelva, nombrado ese mismo año, Antonio Jacobo del Barco fue el responsable de la restauración de la Parroquia de San Pedro y de la Purísima Concepción, para lo que solicitó al Arzobispo una subvención económica que permitiera reconstruir y mejorar ambos templos y restablecer cuanto antes los servicios litúrgicos en ambos templos. Esta vicaría también comprendía las parroquias de San Juan del Puerto y Aljaraque.
Su labor como reconocido científico de la Huelva Antigua y de Andalucía no sólo se ve reflejada en este ensayo sobre el seísmo, que él sitúa en tierras onubenses «à las diez del dia, que fuè la hora fatal en que principiò el Terremoto», sino en su Ingreso en la Sociedad Patriótica de Sevilla, en su frustrado intento por hacer lo propio en la Real Academia de Historia y en distintas publicaciones de carácter historico-geográficos como Disertaciones geográficas sobre la Bética Antigua.
Sin embargo, su obra más importante fue Disertación histórico-geográfica sobre reducir la antigua Onuba a la Villa de Huelva (1755), dedicada al Duque de Medina Sidonia, que permitió determinar, a partir del siglo XVIII, que Onuba y Huelva son el mismo asentamiento, rebatiendo las teorías de autores como Rodrigo Caro, que ubicaban Onuba en Gibraleón.
La contribución eclesiástica, restauradora e historiográfica de Antonio Jacobo del Barco en Huelva es hoy evidente, no solo en sus trabajos de investigación, sino en las dos iglesias que hoy siguen en pie, en parte por su labor tras el terremoto de Lisboa, la de la Concepción desde 1515 y la de San Pedro, considerada la más antigua de la ciudad.