(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
Marcelo, en uno de nuestros viajes a Niebla, superó mi ignorancia con historias y anécdotas de cuando su padre lo llevaba por estas tierras, en afanes comerciales que nunca me explicó.
– «Tengo un amigo en Niebla, Pelayo, que escribe cosas de interés que me hacen recordar correrías de antes, de cuando yo era joven. Bueno, más joven que ahora.»
Y se queda tan feliz con su argumento reivindicativo de una edad que ya sólo le sirve para presumir de pasado. Pero lo lleva bien, el muy ladino.
– «Mi amigo Pelayo me decía un día: Lo de iliplense viene de ese nombre de antes, de cuando los romanos, que llamaron Iliplia a nuestro pueblo. Pero cuando lo decimos así, todo el mundo nos pregunta que de dónde es eso de iliplense. Nadie lo sabe, pero poco a poco …».
Por eso el Casino de Niebla incorporaba ese apellido a su nombre de pila. Y no es moco de pavo, porque famoso era en todo el Condado y más allá, a juzgar por los viajes que se hacían camino de sus timbas las noches de los sábados.
Niebla siempre ha sido lugar de embrujo atractivo y de enjundia histórica. Y si encima tiene un Casino de postín, pues a la agenda lúdica de la Sevilla de principios del XX, que para eso está a tiro de caballo.
Marcelo, sentado en los bancos de la plaza del Ayuntamiento, o de la Iglesia, o del Casino, … , pone cara de nostalgia cuando me cuenta sus cuitas de la época. Y no es para menos, a juzgar por sus narraciones y los sentimientos que las colorean. Porque no me habla del Casino de Niebla como de cualquier otro casino, sino que sus narraciones son un lamento ante su desaparición.
En el libro «Casinos de Huelva«, el capítulo de Niebla comienza así: «Niebla. La roja. La callada. La altiva». Son los calificativos que se agolpan en el recuerdo de Niebla cuando uno evoca paseos y momentos en las calles calladas de esta reliquia de los señoríos castellanos en el Sur.
Cuando vamos a Niebla, aparcamos fuera, en extramuros, donde la vida bulle y los bares se ofrecen, donde se ve la cara externa de Niebla, donde la muralla es como el velo que tapa humildemente la belleza.
Y, con zapatos que no hagan ruido, adentro. Por la puerta del Socorro, que para eso está. Por el hueco nuevo, que evita entrar por el recodo oscuro de los malos sucesos.
Y el silencio se hace, de pronto, bruscamente, ante ese pecado que es San Martín troceado y salvado in extremis por la actuación, una vez más, de aquella inglesa iliplense que se llamó Elena Whishaw. ¿Por qué habrá tantas mujeres detrás de acciones que los hombres no supieron realizar?
Bueno, el caso es que Marcelo me empuja hacia el fondo, ya en silencio, para llevarme por una calle que fue principal y paseo, lugar de encuentro y punto de venta, prestigio de casas y camino de casineros. Y nos sentamos en el poyete de una de las casas que son escaparate de la sociedad pudiente de Niebla en el pasado. Preciosas. Admirables.
Y me cuenta las idas y venidas que allí sucedían en aquellos años de la primera mitad del XX, cuando se abría la mañana con el sonido de las puertas de comercios adornando, los pasos de gente con diligencia hacia la colocación y algunos casineros que iban a desayunar, porque en esa hora se ofrecía tal servicio.
Y por la noche, cuando las últimas luces de las ventanas se apagaban, el ir de gente bien hacia el Casino a ver a los amigos, charlar de negocios y … a la timba. Arriba, con los balcones cerrados para que no se vea desde fuera que había actividad más allá de la hora permitida. Hasta las dos, las cuatro, las seis, … pero siempre antes de que saliera el sol, para poder regresar a casa o a otro pueblo sin miradas delatoras.
El Casino de Niebla ha sido referente cultural y festivo, de encuentros mercantiles y de relaciones pudientes, de ruinas y de venganzas económicas. Pocos casinos hay que hayan tenido una influencia social tan extendida y poderosa en el occidente andaluz, como el de Niebla. Pocos casinos hay en el Sur, con tanta historia a sus espaldas. Y en el recuerdo de un repostero que fue el alma de los días y las noches de los salones y del que todo el mundo habla bien. Debería ser obligatorio por estatutos, que los casinos tuvieran un repostero, cantinero o conserje como el que había en el de Niebla.
Tres sedes y casi una cuarta, llegó a tener el Casino. Contiguas. Para no perder el privilegio de vigilar a los dos poderes locales: Ayuntamiento e Iglesia de Santa María de la Granada. Casino astuto y taimado, que no miraba de frente a ninguno de los poderes, sino que estaba de soslayo, para verlos de reojo al tiempo. En medio, lateral, con vista a ambos para un mejor control. Es bueno eso de poder fisgar a las dos instituciones que se creían poderosas y dueñas de la sociedad iliplense.
Pero no, el Casino estaba entre ellas, con ese tercer poder ignorado y furtivo, que ejercía en los tapetes verdes y en los paseos por la calle Real.
Aunque a veces la Iglesia de Santa María cediera (y cede) sus increíbles bellezas para que una élite de siempre se luciera sin otras intenciones de intrigas, que esas eran para el Casino. Pero Santa María de la Granada, templo romano, catedral visigoda, mezquita e iglesia mayor cristiana, es joya de la que no podía estar alejado el Casino. Por eso aposentó sus reales a su lado, para que la sociedad de la época tuviera cerca la bendición y el rito, el culto y la belleza. Aunque sólo fuera por este sentido de la ubicación, los casinos deberían ser admirados y envidiados. Y copiados por quienes quieren sacar partido al lugar de su asentamiento.
Hay un libro, escrito por los hermanos De las Cuevas, en uno de cuyos capítulos se retrata a Niebla, en sus personajes y su estilo. Su título, «Mientras se apagan las ventanas de Sevilla». Yo propongo otro pensamiento, con un título semejante: Mientras se apagan las ventanas de Niebla.
Y retroceder así a las noches en las que Niebla cerraba sus ventanas, incluso las del Casino, para seguir con una vida interior que era fama silenciosa. La leyenda no es fiel a la realidad de su presente, pero su falta de rigor no impide que el recuerdo transmitido sea la esencia de lo ocurrido.
Niebla es leyenda mezclada con nostalgia, pero esta nostalgia tiene mucho de orgullo, incluso para los que, sin ser iliplenses, estamos enamorados de su color rojo, de su altivez y de su silencio.
Marcelo me cuenta, sentados ambos en un banco de la plaza, frente a las tres sedes del Casino:
– «Mi amigo Pelayo sabe mucho de esto. Y de La Inglesa, que tiene mucho que ver en esto de los valores de Niebla».
Por eso, al regreso a mi cuarto informatizado, entro en la red esa para ver cosas de Pelayo, ese amigo de Marcelo que dice cosas de Niebla:
«Ellen Mary Willians y Windsor (1857-1937), más conocida como Elena Whishaw o la inglesa. Gran impulsora y pionera en la defensa del Patrimonio de Niebla, se obsesiono de tal manera por Niebla, era tan grande su amor por estas murallas rojizas y su Rio Tinto, al igual que descubrir e impulsar a Niebla por sus descubrimientos, de este trabajo disfrutamos ahora y somos honoríficos de ello. Desde 1916 cuándo se traslado a Niebla, y creó la Escuela de Arqueología Anglo-Hispano-Americana, para dar a conocer la mina de oro de siglos de Historia.
Llevó importantes excavaciones arqueológicas e importantes descubrimientos. Su biografía termina en 1937 cuando fallece a la edad de 80 años, fue enterrada en Niebla como así fue su voluntad en un lugar conocido como paraje de Jareta. En los años 1982 el cementerio se trasladó, al no reclamar nadie sus restos éstos se perdieron para siempre. Hoy en día queda como homenaje una pequeña sala en el castillo de Niebla dedicada a su memoria.
Pasados unos años, al trasladarse el cementerio, sus restos no fueron reclamados por nadie, para enterarla, aunque sólo sea para agradecerle su trabajo por Niebla.
… y para presumir de su estancia en Niebla, sólo una pequeña habitación en el castillo.»
Es bueno que haya amigos de Marcelo, como Pelayo, para que viva el patrimonio y las personas de nuestro pasado.
Por aquel 1912 en el que nació el Casino de Niebla, debió estar «La Inglesa» en su lucha por el patrimonio de los españoles. ¿Por qué una inglesa en defensa de un patrimonio que no era suyo? ¿Sensibilidad? ¿Honestidad? ¿ Inteligencia? ¿Sentido de la vida?
En todo caso, bienvenidas esas actitudes, sean de quien sean, porque son ejemplo que tal vez puedan seguir personas de nuestro Sur. Porque el patrimonio que hay en el Sur, debería ser el motor de todas las inquietudes inteligentes. Y honestas. Y sensibles.
El ejemplo de Elena Whishaw en Niebla, podría ser aldabonazo para que otros pasearan por su senda, en bien de esta Niebla que albergó uno de los casinos más emblemáticos del Sur.
Porque fue el faro mercantil y lúdico durante toda su existencia, hasta que en esos años setenta, la desavenencia acabó con sus días.
Queda la historia. Y una plaza para sentarse con Marcelo a escuchar memorias de un Casino emblemático.
Equipo Azoteas
www.fotoespacios.com
www.azoteas.es
2 comentarios en «Sociedad Cultural y Deportiva Iliplense. Donde Historia y Leyenda se confunden»
Se dice que los orígenes de la ciudad de Niebla se remontan al Neolítico, se supone que entonces no habría Casinos, no saben lo que se perdieron, que se lo cuenten los ilipenses que desde1912 disfrutan de esta maravilloso “punto de encuentro” socio cultural, que tan bien nos ha descrito nuestro protagonista Miguel Mojarro.
Dice Pelayo, el amigo de Marcelo, que es amigo de Miguel, que «lo de iliplense viene de ese nombre de antes, de cuando los romanos, que llamaron Iliplia a nuestro pueblo…». Algo así me dijo a mí el, entonces alcalde de Niebla, Eduardo González quien, por cierto, presentó una moción para solicitar a la Unesco a través de la Dirección General de Bienes Culturales que Niebla fuera declarado como conjunto Patrimonio de la Humanidad, que el término ilipense procedía de la época romana, y que la muralla maravillosa que rodea la ciudad es de procedencia musulmana, mas o menos por el 1300, y todo esto me lo contaba tomándonos un vinito de la zona del Condado en ese recinto arquitectónico privilegiado, como es su Casino, donde entré por primera vez, y que tan brillantemente nos ha descrito D. Miguel, a quien agradezco las lecciones de cultura histórica que nos ofrece semanalmente sobre nuestra provincia, con la excusa de los Casinos. Un abrazo
Con lectores como D. Benito de la Morena, nuestro equipo se siente absolutamente satisfecho en su ego antropológico. Y además, añade siempre notas de buen conocedor y mejor «saboreador» de nuestra riqueza histórica.
En una de sus conferencias (https://huelvabuenasnoticias.com/2014/05/03/el-universo-el-hombre-y-los-casinos/), a la que asistimos dos de los componentes de Azoteas, pudimos constatar la causa de su «buen leer»: Su excelente, amena y rigurosa palabra, hace que escucharle sea un placer añadido a lo que dice.
Por eso sus palabras hacia nosotros son un elogio significativo.