Ramón Llanes. Coincide con el primer domingo de mayo o es que mayo quiere comenzar en aquel templario de folía, jamuguera y San Benito, en la estribación alta de un lugar mágico donde el templo guarda tanta antigüedad como la sombra. No estará el eucalipto grande más que en la memoria, estarán año más el sabor en algo íntimo, ubicado en el preciso claro que a mediana y pozo la primavera echa su esplendor por elegancia. Ermita dedicada al santo que se evoca e invoca en tierras altas de El Cerro a compás de ritos indescifrables que componen deliciosamente una paz única.
No es siquiera fiesta, no diré que se trata de romería al uso, no, tampoco desfile de vanidades; es, lo subrayo, devoción, ritual, convivencia y sencillez. Es también un conglomerado de misticismo e intimidad infrecuentes, poco dados, donde no impera más que el servicio a una reflexión y la alegría por un contento que mayordomos y familia se llevan a su gloria. Ese patrón goza de gran importancia en el entorno cerreño y en Los Montes, y digo que desde siempre, desde siempre, y allí están los signos.
A poco trecho se encomiendan los seres a Santa María de la Cruz, y le hacen regazo nuevo en su paraje de dehesa. Son cruceños que se blanden en tantas emociones como caben en estos días para establecer, en puro ensueño, todas las claridades de luz y ansiedades necesarias para un festejo que más se trata de alargar hasta allí cocina, despensa y alcoba y compartir con magnitud todo lo habido y todo lo que falta por tener. Villanueva de Las Cruces, pequeña y alzada, presume de tener y más de ser causa de esta misión casi nueva de convivirse juntos el tiempo y los agradables desahogos.