Miguel Ángel Velasco. El Escaparate. La ornamentación de escaparates en los comercios de Huelva es una tradición que se ha venido desgraciadamente perdiendo en los últimos tiempos. Si aún se conserva el gusto por los adornos en épocas navideñas, incluso ha ido en aumento por los nuevos detalles publicitarios llegados de América, los escaparates onubenses, que antaño brillaban y lucían con esplendor en la mayoría de las tiendas de la capital y provincia, fueron disminuyendo su presencia hasta dejarla en meros actos anecdóticos o fugaces.
Así es de resaltar y alegrar que este comercio de moda onubense, La Lola, se haya aventurado a rescatar esa bonita y olvidada costumbre de enaltecer sus productos. Y es para verlo y disfrutarlo, en verdad. Cuestión de imaginación y buen gusto. En la plataforma del escaparate podemos ver toda una procesión sacra, de origen italiano y propiedad de Salud de Silva, con casi un centenar de figuras de cerámica que representa a la perfección todos y cada uno de los olores, colores y formas que conlleva ésta: penitentes, músicos, autoridades civiles, eclesiásticas y militares, cruces y virgen en parihuelas.
Toda una estampa para la contemplación y asombro de niños y mayores. Custodiándola, la procesión, dos bellos lienzos de la pintora de Valverde del Camino, Mª. Isabel Castilla, de perfecta ejecución y limpios y trabajados trazos. Llenos de luz y color, de sentimientos religiosos. Un Ecce Homo que levanta sus ojos hacia el Padre y una increíble estampa de La Magdalena y Jesús. Un bonito detalle para las miradas desconcertadad positivamente de todo viandante y disfrute y solaz de los clientes.
El interior. Pero como día laborable que es, el interior acoge todos los elementos de la vida comercial diaria. Las colecciones de primavera-verano se exhiben en percheros y anaqueles. Firmas de Meisie, Tonala o Compañía Fantástica nos miran atractivas y atrayentes. Sus dueñas, Natalia y Yolanda, dan los últimos toques a collares, tocados y bolsos. Cómo cualquier día. Todo es normal pero hay algo inusual en el ambiente. Es Viernes de Dolores y el escaparate llama a la apoteosis de la liturgia.
Y este interior, la tienda, el templo, no podía ser menos que el exterior, el escaparate. El cliente se ve sorprendido por el olor inicial y la bonita estampa de mesas andaluzas cubiertas de bandejas con torrijas. El manjar por excelencia de la Cuaresma. Torrijas rellenas de leche, de miel, de canela con azúcar, de vino. Y se le invita a saborearla en un mágico guiño de familiaridad, Y ello debe de estar acompañado también por algo típico de la fecha. A falta de chocolate, nada mejor que un buen vasito de vino de la tierra. Y si ese vino es anaranjado mucho mejor aún. El poder contar para tal ocasión con el vino de naranja de la marca Sauci y que este te sea servido por una de sus propietarias, Begoña Sauci, es un lujo al alcance de pocos.
Y las dueñas de La Lola lo han conseguido. Begoña Sauci es una empresaria joven, de penetrantes ojos claros, que dejó aparcado su despacho de abogado en tierras hispalenses para dedicarse a una de sus aficiones, el vino, su elaboración y producción. Y digo una de sus aficiones porque la otra, la pintura, tendremos el placer de gozarla dentro de poco en un renombrado local de la capital.
Pintura con vino y accesorios de todo lo que rodea su crianza y cuidado. Y en ese afán de superación que las caracterizan, a Yolanda y a Natalia, retomando por un momento el curso de lo que les iba diciendo, en ese deseo permanente e innovador de los nuevos y jóvenes empresarios que hace que su clientela, que las personas de Huelva cambien el chip tradicional de comprar y salir con la compra sin más.
Que se sientan a gusto, tranquilas, cómodas, que miren y contemplen sin prisas, que decidan por motu proprio aunque en todo momento bien asesorada. El vino de Naranja de las Bodegas Sauci, cuya botella tiene un premio nacional de imagen y fue finalista en el año 2010 en el de Diseño, es un vino con una antigüedad mínina en barrica de 10 años, mezclado con uvas de Pedro Ximénez, oloroso y sabroso al paladar. Botella ésta, como digo, de tal diseño que se acopla perfectamente, por su elegancia y esbeltez, a los distintos trajes y complementos que le acompañan entre mesas y perchas. El embrujo de la tarde noche de este Viernes de Dolores es total. El visitante se siente confortado.
La Saeta. Si a todo lo expuesto le añadimos una última perla, qué más podemos decir. La cliente se dirige a caja para abonar su compra. Se mueve alegre acompañada de amigas que también van a realizar idéntica operación, a pesar de que hay bastante gente en el local. Sobre el cielo de luces artificiales llora, de pronto, una voz fina y quejosa, entrecortada. Una saetera joven y preciosa se toca el pecho enlutado sobre su piel blanca. Su mano se crispa de dolor y sus ojos enrojecen de pasión. El silencio. No se lo pueden creer.
Conocen a esa chica, saben que es modelo y que también se dedica al diseño y al arte de los hilos y las agujas. Se llama Rocío. Rocío García Caro. Entre infinidad de cosas, saetera. De negro, de luto está ella. Es Viernes de Dolores. Y se retuerce al son y compás de sus latidos entrecortados, de su pena, de su cante. La treintena de personas que casi llena el local, hombres y mujeres, han enmudecidos ante el espectáculo; aquellas que iban a abonar sus compras se quedan con las tarjetas pendidas en el cante hondo y sincero. Un quejío largo e interminable, reverberante, acongojado.
Los ojos , los bonitos ojos marrones que enmarcan su faz, se abren como dos grandes circunferencias de par en par, su cara demudada. Llora, alguien la abraza.
La Lola ha conseguido devolver la tradición bien construida a un ambiente perdido. Es un ejemplo a seguir `por tantos otros. Mantener vivo lo que nunca se debió perder. Que cunda. Enhorabuena.