(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
Cuando voy a Almonte, trato de estacionar el coche lo más cerca del Casino posible. Pero siempre logro perderme, que para eso Almonte es pueblo con estructura sureña radial y carece de una calle longitudinal, como el cardo romano. Porque Almonte se dibuja alrededor de una plaza y una iglesia. Porque allí es donde se recoge la Virgen cuando viene.
He desistido de intentar dejar el coche en sus cercanías y he cambiado los hábitos. Al Parque Mojarro, que para eso está y para eso es bonito. E invita a un paseo sosegado y placentero, por su oferta de naturaleza, que no es mal inicio de una visita al Casino.
Y después, a caminar por calles que saben a pueblo del Sur, agrícola y soleado, con aceras bien cuidadas y gente que saluda como se hacía antes. Con ese «buenas» o con el «condiós» que nos ha caracterizado siempre.
Y calle tras calle, hacia la iglesia, que sirve de referente de orientación. Andando no me pierdo, porque no hay calles de dirección prohibida para peatones … de momento. Hasta llegar a la plaza de la Iglesia, donde es bueno sentarse unos minutos y contemplar la bella fachada, que parece hecha para recibir acontecimientos importantes.
No lejos de allí, en un lateral inmediato, el esquinazo provocador del Casino de La Paz. Dicho así, en letras que anuncian y atraen. Por eso lo pusieron allí, para estar cerca de la Virgen cuando reside en Almonte y poder alternar lo divino y lo humano.
No hay en el Sur mejor empleo de los afanes humanos, que el Casino de Almonte. Cercano y llamando al visitante sin descaro, pero con esa cercanía que te hace ir a ver qué hay dentro. Y no defrauda a nadie. Casi sin entrar, con tan sólo mirar el interior desde la abierta puerta o por el lateral de un patio con señorío.
Uno, que no es ya extraño en Almonte, que para eso es socio de La Paz, antes de entrar se para a mirar y disfrutar de lo que se intuye dentro. Casa bien de siempre, antes de ser Casino, mantiene ese porte y lo enseña en trozos prometedores cuando uno se planta delante.
Un amigo mío de allí, me dijo un día refiriéndose a esa entrada espectacular, mientras la veíamos en fotografía: «Todos los días entrando por esta puerta y nunca he reparado en lo bonita que es.»
Por eso me gusta estar un ratito frente a ella, mirando el interior prometedor y regodeándome ante lo que imagino que haré en el interior. Primero, a imaginar. Después, a mirar y degustar. Que no hay placer bien trabajado, sin un previo adecuado.
Y cuando ya es más fuerte el deseo que el regodeo de la imaginación, adentro. Poco a poco, como la buena bebida y el paseo placentero. Pisando el suelo como si lo besaras. Tocando paredes como si las acariciaras. Mirando y adorando, que para eso está el Casino de La Paz.
Es un casino distinto, peculiar, callado y bullicioso al tiempo, oscuro y luminoso, según por donde encaminemos los pasos. Pasillos de atractiva penumbra, salón de ventanales que le dan vida y patio de espectacular luz sureña.
Y siempre hago lo mismo. Un rato sentado en alguna butaca del interior, sin más ocupación que sentir el placer de estar allí. Y el placer de ser socio de tan magnífico lugar. Estar como en casa, tras algún tiempo de ausencia obligada. Solamente estar y mirar. Que es uno de los placeres casineros más interesantes y menos reconocidos. Mirar. Mirar el Casino que es en sí un valor de interés estético y personal.
Luego, cambiar de sala y leer por encima los periódicos que sobre la mesa esperan para ser manoseados. Pero leerlos sin mucha dedicación intelectual, que en un casino las noticias de la prensa pierden parte de su dramatismo. Leer, pero a distancia. Concediéndoles el favor de no discutirles nada.
Y la charla. Con el amigo (o no), que entra un rato mas tarde y se ofrece al palique. Uno, que es de buen conformar, se presta con una cierta ilusión, para poner sobre la mesa lo último y lo de hace tiempo, lo deportivo y lo religioso, la opinión y la queja. Hasta que uno de los dos decide que ya es hora de cambiar de postura y de lugar. Despedida con el «condiós» de rigor y mis pasos que se dirigen lentamente a saludar al reloj y al piano del salón. Al cuadro de la Virgen y a sentarme un breve tiempo en una de las ventanas, para ver pasar a gente por esa esquina seductora.
Después, una visita a la sala de billar, donde jugar es arte y el prestigio se divulga. Porque en Almonte no se juega al billar, sino que se compite en calidad y se establecen relaciones con mundos no siempre cercanos. En Almonte, el billar es religión. Campeones de todos los tiempos han sobado los paños de estas magníficas mesas y almonteños de todos los años han sido «mirones» de las enormes partidas que aquí han tenido lugar.
A mí me da una cierta vergüenza tocar estar mesas, con paños que son reliquia de mitos que vinieron y que vienen. Decir Almonte, es decir meta, aspiración, referente deseo de todo aquel que se declare amante del juego más atractivo y generoso que se ha inventado. Inteligencia y habilidad, paciencia y músculo, reto y deportividad, manguara y café. No sé si es más grato hacer una buena carambola o admirar la que hace el contrario. El billar es tal vez el único juego en el que se disfruta mirando lo que hace el otro. Pero también presumiendo de lo que el otro mira en nosotros.
Almonte tiene en el billar uno de sus valores casineros, pero no el único, que actividades sociales hacen de este Casino un baluarte de las relaciones, de los eventos y del placer cultural. Pero el marco lo justifica. Por eso en Almonte todo se hace aquí. Es el referente de la vida social en cualquier ámbito.
Y uno se siente feliz de estar pisando este suelo, tocando estos zócalos y paseando estas soledades. Y mirando, mirando todo para llevarme grabada tanta belleza, hasta que vuelva atraído por el recuerdo.
Al final, cuando ya la hora de marchar dice que se acabó el tiempo de disfrute, al patio con los pasos disfrutones. Es como si uno quisiera poner el colofón de la belleza interior, con la vida que genera este lugar, de suelo atractivo, vegetación bien cuidada y mesas que dicen claramente que son lugar de reunión de los socios cuando la tarde se templa al final del día o con el sol suave de los días de primavera.
En este patio puede continuarse la lectura que se inicia en los salones, porque aporta un exterior que activa el interés. Es un patio en el que se está bien cuando uno está sólo, pero en el que no estorba la presencia de amigos cuando van llegando. Poco a poco se forma tertulia, que para eso estamos en el Casino. Y crece en cantidad y en diversidad.
Entrar en este Casino debe hacerse por la puerta principal, donde suelo y zócalos impactan en el sentimiento del que llega. Así, con la bienvenida espectacular de sus colores y sus luces tenues.
Salir, debe hacerse por el patio, para que la luz del Sur y el color de sus plantas sirvan de despedida alegre. El problema es que este patio, original y diferente, es un lugar para quedarse. Para cerrar por dentro la cancela y decir «condiós» a todo lo de fuera.
Equipo Azoteas
www.azoteas.com
3 comentarios en «Almonte: Casino de La Paz. Belleza y vida de un lugar admirable»
Y yo me pregunto… siendo Almonte un pueblo tan emprendedor y participativo, ¿no sería un buen lugar para promover la dinamización social a través de su Casino?
Está claro que lo que se propone es que desde el Casino, coordinado con su Ayuntamiento y otros grupos de interés social, se use este honorable lugar, cuyo nombre ya invita a oriundos y foráneos, “Casino de la Paz”, como lugar de reuniones de las múltiples actividades que se realizan en Almonte.
Seguro que la idea no es novedosa y que quizás ya se esté haciendo algo en ese sentido, pero intensificar esfuerzos hacia ese noble objetivo, creo que ayudaría a la integración de todos los estratos sociales y profesionales en pos de difundir la historia y la cultura de esa gran población que convive con Doñana y tiene a la “Reina de las marismas” por Patrona.
Si ustedes se animan, pueden contar conmigo y seguro que también con D. Miguel
Quede constancia aquí de la clarividencia social de un científico. Aunque parezca fuera de lugar, son muchos los casos de científicos que aportan a la sociología reflexionas importantes.
Por citar solo los casos conocidos, valgan los de Marañón, Sagan, Conan Doyle, Chejov, Baroja, Cajal, Asimov, Nobocov, Sábato, … Y tantos otros, que han dado lecciones de buen pensar y mejor comunicar.
Por eso, las ideas y propuestas que dispensa en este periódico Benito de la Morena, son siempre una sorpresa y un estímulo.
Por supuesto, nosotros estaremos siempre a disposición de cualquier casino para afrontar preciosas batallas, como la que propone Benito aquí.
Y, por supuesdto, a su lado en todo saquello que surja de su reflexión admirable.
Y en el Casino de La Paz, con más motivo, ya que somos «Socio Honorario», con lo que eso obliga y el orgullo que carga en nuestro bagaje.
Algún día tomaré café con Benito de la Morena en el Casino de La Paz.