Miguel Ángel Velasco. Apenas cruje el piso de madera del escenario a su paso para ir a sentarse en la flamenca silla de enea que la espera. Se la ve frágil, delicada flor de juventud recién comenzada, embutida en un traje de faralae de color crudo con adornos y flores del mismo tono. Acomoda los pliegues del vestido al asiento y el cuerpo y frotándose levemente las palmas de las manos sobre los muslos cubiertos dirige la mirada despacio hacia el haz de luz que tapa la presencia de más de dos mil rostros que observan con atención los primeros movimientos de la artista.
Una breve mirada a Antonio Carrión, a la guitarra. Sólo un breve dardo visual bastó para que ésta se transformara en madura y segura, para que el cuerpo juvenil trocara a un todo sin definición. Y los dedos siniestros de Antonio se deslizaron sobre los trastes y el anular derecho dejó volar un ronco gemío sobre el bordón en el aire quieto de pesada atmósfera estival que paseó danzarín sobre el escenario. La mano diestra de Beatriz se abre lentamente como para cazarlo, jugando con él, meneándolo como una hermosa pompa de jabón y tras acurrucarla delicadamente en ella, cerró los ojos y suspiró con fuerza. La música despertó a la voz y está habló a la guitarra expectante a través de los sones de una Granaina y media.
Conocí a Beatriz Romero cuando contaba con poco más de cinco años allá en su pueblo natal, en Palos de La Frontera. Era entonces una niña seria, despierta y responsable cuyos ojos desorientaban al mirarla. Pequeñita, blanca de piel y de morena de larga cabellera recogida en cola. Una niña como tantas otras que jugaban a su alrededor, sino fuera porque su formalidad resultaba un tanto inusual para su edad. Como inusuales eran sus gustos. Me contaba su padre que todas las tardes, al salir del colegio, iba a casa de su abuelo materno, José, gran aficionado al flamenco, para que le hablara y le cantara sobre esta cultura y éste, asombrado de la repentina y natural afición de su nieta, daba riendas sueltas a su sabiduría labrada durante muchos años de escuchar y estudiar los vericuetos del cante flamenco. El aprendizaje con el abuelo fue haciendo mella en la niña y muy pronto comenzó a conocer las historias de los Varelas o Marchenas y a educar ese don natural con el que había nacido en la garganta, la voz.
Al año siguiente, poco antes de dejar de verla, supe que esa afición no tenía visos de ser pasajera, que estaba dando clases particulares con la siempre recordada Amparito Correa, la gran maestra onubense que caló profundamente en el mundo del flamenco y que hizo valer, a pesar de su temprana edad, el arte de muchas aficionadas de la época, como pueden ser los casos de Argentina o Rocío Márquez. Amparo, como gran educadora en todos los sentidos que era, descubrió en la niña ese punto que solo las grandes artistas poseen, esas dotes naturales con las que se nace y que únicamente hay que pulir a base de estudio, esfuerzo, entrega y sacrificio. Aún así, la gran añorada maestra, animándola a perseverar en ello sin desmayo, le aconsejaba que nunca olvidara sus estudios. Y así fue. La pequeña de siete años se preparó con constancia y a esa edad se presentó y ganó el Concurso de Fandango de Alosno, al igual que el de Rociana.
Y pasó el tiempo y la niña y sus padres se me ocultaron, como tantas otras cosas en un rincón de la memoria. No la volví a ver hasta pasado muchos años. Tomaba una copa en un velador cercano al Convento de las Hermanas de La Cruz, en la céntrica Plaza Niña de la capital, cuando la esbelta figura de una atractiva chica de melena rojiza me llamó la atención. Hacía años que no la veía y me costó trabajo reconocer a Mª José González, la madre de Beatriz. Le llamé la atención y tras saludarnos me comentó que estaba esperando a sus hijos, que Beatriz tenía ya una hermanita y un hermano, que estaban juntos en el colegio Mª Inmaculada y que todos los días, a la misma hora, se pasaba por aquí para recogerlos. Para Beatriz ese era su último año en el mismo, que era muy buena estudiante y que al curso siguiente pasaba al Instituto de Palos de la Frontera, el IES Las Carabelas, con la idea de terminar el bachiller y cursar los estudios de Derecho. Nuestra protagonista quería ser notaria.
Entonces ya se le olvidó aquello del flamenco…
¡Qué dices, Miguel…! ¿No has escuchado nada sobre ella?
Sonríen sus hermosos ojos marrones y hace un ademán con la manos de paciencia antes de pedirle una cerveza al camarero y observar el Nissan negro que ha dejado aparcado no muy ortodoxamente en la esquina.
¡Te quieres creer que ha ganado unos 56 premios y la mayoría de ellos a nivel nacional! Mira con 12 añitos ganó el ‘Juanito Valderrama’ y el primer premio de la Federación de Peñas de Sevilla y este año, por ejemplo, “La Silla de Oro”, de Madrid y”El melón de Oro” de Los Cerros… Claro, es que haces mucho tiempo que no nos vemos! Cuando murió Amparo Correa la cogió como profesor Arcángel y fue madurando y madurando sin dejar en ningún momento de estudiar. Ella sabe que este mundo es muy difícil y que hay que estar preparada para lo que pueda venir. Es tan niña pero a la vez tan profesional ; es tal el sentido de su madurez, que en los veranos, si hace un poco de humedad sale con su pañuelo al cuello, no bebe nunca agua fría y no le gustan las discotecas porque dice que allí la música está muy alta y , en vez de hablar, tiene que gritar.
Entonces aparece una chiquilla de unos 15 años dándole las manos a dos pequeños, sus hermanos. Besan a Mª José , su madre, y esperan educadamente de pié hasta que les invito a tomar un refresco. Distingo en la chica a aquella niña que con 5 años no dudaba en arrancarse por cualquier palo flamenco por los refinos y comercios de su pueblo a la petición de los conocidos. Había crecido mucho, su cuerpo se iba forjando similar al de su madre, como dos gotas de agua. No logro atisbar en ella algo que me haga suponer que estoy ante una promesa del cante, ante la revelación de una gran cantaora. Tampoco entiendo mucho y solo veo a una chica como otras tantas de su edad, aunque, eso sí, muy responsable y maternal para con sus hermanos.
Beatriz, ¿es cierto todo lo que me ha contado tu madre?
La joven hace un gesto como de no saber nada a sapiencia de saberlo. Sonríe con franqueza y me mira con fijeza, manteniendo una mirada adulta, para decir…
Bueno… ¡no sé! ¡Ah…! Si me encanta el cante y quiero llegar en esto, pero tampoco quiero olvidarme de lo difícil que es. Yo hago esto porque me gusta y no me significa mucho sacrificio. Me encanta la música… Bueno, la que tienen mis padres en casa o la de las discotecas regular, pero es música.
Y no es demasiado sacrificado todo ello a tu edad que es más propia para estar en pandilla, ir a discoteca…
Depende de cómo lo mires. Me gusta tanto el cante y todo el mundo que lo rodea que como dice el refrán “sarna con gusto no pica”. Además, te digo, que aparte de mis amigas de toda la vida, hasta el 2008 estuve en el grupo “Las niñas de Huelva”, de Amparo Correa y allí éramos todas de la misma edad y amigas, bailábamos, aprendíamos y nos los pasábamos muy bien, como todas las niñas de nuestra edad. Y además, ello me permitió, entre otras muchas cosas, conocer por primera vez la televisión por dentro. Fui al concurso “Veo-Veo”, en el que quedé semifinalista, a Menuda Noche, Punto y Medio, La tarde Musical y conseguí ser finalista en “Tu si que vales”.
Me dejas asombrado, Beatriz. Asombrado y apenado de que una cría como tú, de Huelva, con tu edad y tus méritos, hayas hecho tantas cosas como me cuentas y seas desconocida para la gran mayoría, que no se te haya reconocido y recogido públicamente todo ello.
No me preocupa mucho… bueno, un poco de pena si me da. Pero entiéndeme, haber si soy capaz de explicarte. Yo no canto para que me reconozcan, por ser una obligación puramente profesional. Lo hago porque me gusta y el día que deje de estar enamorada de esto, me iré. No soy una máquina que le echas un euro y sale a cantar. Tengo que sentir y sentirme. Si no tengo ese duendecillo soy normalita, una más, vulgar.
Después de esta conversación pasé casi dos años sin verla. Me dejó tan impresionado que le prometí que cuando actuara en lo que yo entiendo por la cuna de los festivales flamencos, el de La Unión, en Cartagena, la iría a ver y hablaríamos largamente en una entrevista atípica como ésta. Y sonó el móvil. Una tarde Mº José González, su madre, me llamó para recordarme la promesa vertida. Beatriz Romero iba a actuar en el Festival Internacional de las Minas de La Unión en agosto . Aunque no la había vuelto a ver después de ese nuestro segundo encuentro, la había seguido. Supe que estaba aprendiendo con el maestro onubense Arcángel, que cada fin de semana actuaba en un sitio diferente de la provincia y de la geografía nacional. Ciudades como Barcelona, Madrid, Valladolid, Badajoz, etc habían caído rendidas a sus pies. Había leído por la prensa, pero no con la importancia que se le debía de dar, actuaciones antológicas con los más granado del flamenco internacional como José Mercé, El Polaco, Diego El Cigala, Farruquito, Miguel Poveda, Pastora Soler, Navajita Plateá, Antonio Canales, El Lebrijano, Moraíto Chico o India Martínez, entre otros. Sabía, también. que se contaba la anécdota de que algún cantaor de reconocido prestigio al verla en un festival-concurso exclamó. “Ozú, Beatriz, estás tú… me voy! “. Y todo ello con sólo 15 años de los de entonces.
Y allí me encontraba, en La Unión, flanqueados por sus padres y dos mil personas más. La tarde anterior continué una conversación interrumpida dos años más atrás.
No es nada fácil llegar aquí, Rebeca.
Ya has visto el ambiente. En abril empezó la primera selección entre algo más de 1000 aspirantes y entre ellos cantaores muy hechos e importantes. Ten en cuenta que se trata de un festival internacional y que las mejores voces de todos los tiempos, las que han ido predicando todos los palos del flamenco han pasado y pasan por aquí. Esto es como la meca del cante. Para mi pasar la criba ya es un éxito. Todos nos presentamos en un mismo saco sin distingo de edad o de sexo, de que seas aficionado o profesional, de que tengas disco en el mercado o no. Todos juntos y lo que Dios quiera…
Durante todo este tiempo que recuerdo te parece más bonito.
Pues aunque te parezca mentira, a pesar de los muchos premios que he recibido, uno que no tiene directamente nada que ver con darme premio alguno. Fue en Palos, después de ganar el Melón de Oro, prometí ofrecérselo a la Virgen de los Milagros, que es nuestra matrona, ponérselo a sus pies y le pude cantar dos fandangos. De verdad, fue emocionante, muy emocionante.
¿Cuál es tu palo preferido, Beatriz?
Como dice el dicho “…del jamón hasta el aliento”; pues aquí igual. Del flamenco me gustan todos los palos, aunque el mío natural pueda ser la granaina y media. Este cante de Granada me fascina, tiene muchos cambios en voz y necesitas de buenos pulmones. Es un cante derivado del fandango con más técnica vocal, que no requiere tanta fuerza. Es un cante más bien dulce. También me encantan las soleas y las seguirillas, por no hablarte de las peteneras. ¡ Este cante si que tiene tela!… poquitas gentes la hacen. Aparte de técnica, tienes que tener una voz y unos pulmones privilegiados, pues tienen unas subidas muy altas y cuando bajas lo haces al máximo.
La ovación del público fue atronadora, clamorosa. Beatriz, de pie, extendía su brazo hacia el guitarrista y esta la correspondía, saludaba a un publico, levantado de sus asientos, con leves inclinaciones de cabeza. Estaba emocionada. Su figura resultaba grande y monumental, satisfecha tras la batalla. El aforo entero no cesaba en sus aclamaciones a la nueva reina, a la pequeña gran princesa de Palos de La frontera. Felicite a los padres que me abrazaron con ojos acuosos. Era su noche, la de Beatriz y la de ellos. Unos padres que en ningún momento pusieron reparo alguno a la afición de su hija, que recorrieron miles de kilómetros, que sacrificaron dineros y horas de ocio particular. Todo por estar con ella, por ayudarla. Era la noche de José, ese abuelo que tantas horas dedicó a su neta, esa persona que deleitó y se congratuló con su pequeña gran voz. Ahora quedaba el veredicto. Los dejé con Beatriz que me decía no sentirse nerviosa pues era imposible que ganara, imposible. Que en esos momentos, al igual que hacía unos momentos sobre el escenario, se crecía. Deje al trío familiar unidos en sus propios sentimientos, respetando su intimidad.
El Festival de las Minas de La Unión se celebra en un bello edificio modernista de principios del siglo pasado y que originariamente fue un antiguo mercado público. Se trata de una planta diáfana sostenida por una serie de columnas que soportan todo el peso de su estructura. Esta literalmente cubierto por cristales a excepción de los muros de las crujías y de la fachada principal adornada con elementos decorativos florales y pináculos de piedra artificial. Recuerda, como muchos otros edificios de la vieja Cartagena y de otros asentamientos cantonales, a la casa, plazas y edificaciones coloniales de ultramar. En la ciudad se nota la importancia del premio, los turistas llegan de todos los puntos de España y de fuera de nuestras fronteras. Los medios de comunicación prestan una gran cobertura al evento llenando sus portadas y espacios televisivos de todos los avatares del mismo. En los escaparates no faltan carteles publicitarios e incluso en alguna pastelería se pueden ver tartas realizadas de acuerdo con las imágenes que simbolizan los respetivos premios. La linterna minera, el Bordón minero, el trofeo Desplante y el premio Filón.
Al volver a la zona reservada para los artistas y familiares, el jurado aún no se había pronunciado. El ambiente tenso, casi irrespirables. Cantaores ya hechos y curtidos en miles de batallas paseaban de un lado a otro con síntomas visibles de nerviosismo. Las colillas poblaban el suelo y el humo servía de cielo. También se bebía para quitar el calor de la noche estival y el gusano interior del estomago. Por un momento se corrió el rumor por el reservado de que el premio iba a quedar desierto. La incertidumbre se alió con los nervios haciendo un poco mas insufrible el ambiente. No era posible ,parecían decir al unísono, en un sordo monologo compartido. No era posible. Exacto. Había veredicto. El locutor habló. Beatriz Romero era la nueva ganadora del Festival internacional de Cante de Las Minas de La Unión. Un enjambre de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión asaltaron el escenario rodeando a la joven. Los aplausos y vítores sonaron generalizados y unánimes. A los lejos la vi abrazada a sus padres. A lo lejos también noté la mirada húmeda de María José sobre mí. A lo lejos, creo, Beatriz me sonrió.
2 comentarios en «Beatriz Romero: «Me emocioné mucho cuando me premiaron en el Festival de La Unión»»
Resaltar desde mi opinion personal, el gran perfil que como saetera viene mostrando año tras año cuando la oigo cantar a la Virgen de la Esperanza en Miguel Redondo.
Miguel Angel que entrevista más bonita… Y con respecto a Beatriz, que la conozco…. decir que es una artista de los pies a la cabeza y, lo es por tres cosas: 1º porque tiene un don, con el que se nace. Un duende en la garganta. 2º Porque es trabajadora, disciplinada y responsable. y eso es casi garantía de éxito te dediques a lo que te dediques. Y 3º Porque vive y disfruta del cante; no pretende ser artista y, por eso… precisamente lo es.