(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
A veces paso por Nerva, camino de El Madroño, a tomar una manguara en el bar de mi amigo Marcelo. Cualquier pretexto es bueno para aterrizar en Nerva, aparcar por el Mercado de Abastos y dedicar unas horas a esas cosas importantes que se pueden hacer allí:
- Pasear por sus calles con encanto y pegar la hebra con alguien en «La Pocita» o en «La Reú».
- Sentarse en la Plaza del Triángulo a ver pasar a la gente, en sus afanes mañaneros.
- Visitar el Museo Vázquez Díaz, cuando todavía los cuadros «son para uno», porque aún no llegado el «visiterío».
- Meterse en el trajín del Mercado de Abastos y gozar de la estética de un lugar y un ambiente peculiares.
Todo esto hago cuando convierto a Nerva en la estación previa a la manguara con Marcelo, en El Madroño. Y siempre me lleva mucho más tiempo del previsto, porque en Nerva nunca se encuentra el momento de decir adiós. Por eso la estancia se prolonga y se goza en el regodeo del disfrute.
Pero me falta algo. El colofón. El postre. El sabor final que completa una buena visita: Un rato sentado en los Casinos, en cualquiera de los dos. O mejor, primero en uno y después en el otro. Da igual el orden. Lo importante es entrar en silencio, buscar una butaca solitaria en cualquier rincón del salón y soltar lastre del exterior para concentrase en la contemplación de dos privilegios que hay en los Casinos de Nerva: «Estar» en el sosiego acogedor de sus salones y asombrarse con la contemplación de obras de arte, que la historia y la cultura nervenses dejaron, para disfrute de los de aquí y de los de allá.
En Nerva hay tres museos: El magnífico Vázquez Díaz y los dos Casinos, nobles compañeros de una tradición increíble. Los Casinos de Nerva son museos en los que se lucen los colores, sonidos y palabras de una historia cultural que es patrimonio irrenunciable.
Cuando el Maestro Rojas tocaba en «sus pianos», en los dos Casinos, el sonido de teclas bien acariciadas salía de sus salones y conquistaba mundos afines con las notas del pasodoble «Nerva», del que se dice que «era tan bonito, que lo prohibieron en las corridas de toros, porque los espectadores atendían más a la música que a la faena». Y allí están, callados y testigos, los pianos que vieron a su vera todo lo confesable e inconfesable de las conversaciones de las parejas bailando. «Agarraos».
Pero también están las palabras escritas en libros que los afanes culturales de los socios guardaron en magnífica biblioteca, joya no bien ponderada y mostrada. Sólo en uno de los Casinos, porque en el otro, hechos de la mala historia se encargaron de eliminar. Aquello sirvió para una cosa: Para que jamás olvidemos que el patrimonio cultural es irrecuperable si se destruye. Nuestro prestigio y nuestro valor como pueblo, depende en gran parte de cómo conservemos nuestro patrimonio. Que no es nuestro, sino de la historia y de la sociedad.
Y desembocamos así en ese tercer objeto de admiración en los Casinos de Nerva: La riqueza pictórica de las paredes. De todas las paredes. Salones y pasillos, rincones y sala de televisión, escaleras y despachos. Todo en los Casinos de Nerva es superficie al servicio de un arte, la pintura, que se apoderó de Nerva en esa increíble primera mitad del siglo XX, porque en Nerva vivían los tres colores que son la erótica del pintor: Verde, blanco y negro.
A su alrededor surgieron las policromías de las paletas de gente de Nerva y gente que trajo su maletín de pintor a Nerva, porque aquí estaba la inspiración. Y si no, que se lo pregunten a Manuel Fontenla, Alcaide, Labrador, Vázquez Díaz, Monís Mora, Mario León, Pascual, …
Y más, porque Nerva fue faro de una cultura artística que impulsó, aunque nadie lo haya reconocido y divulgado, los afanes culturales en toda Huelva y en Sevilla, que recogió las inquietudes de algunos de sus pintores más significativos.
No es casualidad que dos casinos de esta enjundia cultural, recojan en Nerva inquietudes y actuaciones culturales de tal importancia. No es casualidad que sean los Casinos los receptores de este hecho admirable, que es orgullo para Nerva y valor para la Historia del Arte. Porque los Casinos han sido y deben seguir siendo, lugar apropiado y único para recibir en su seno cuantas manifestaciones culturales genere la localidad.
Los Casinos, entidades privadas, no son ideológicas ni partidistas, de sectores o de aficiones, de ideologías o de creencias. En los Casinos hay dueños, sí, pero los Casinos son escaparate y ágora de valores que son de todos. Los muebles y el bar, los espacios y las tertulias, las partidas y las reuniones, son privilegio legal y legítimo de los socios. Pero la sombra de un árbol no es el propio árbol, sino una consecuencia de su existencia, que el árbol no controla ni puede evitar. De la misma forma, la existencia del Casino genera una serie de efectos culturales y antropológicos que no le son propios, sino que son el efecto de su presencia en una sociedad.
En el casino existen relaciones que contribuyen al fundamento de su existencia. Por un lado, el socio adquiere derechos por ser quien mantiene, conserva y posibilita la propia vida del Casino. Es dueño de su realidad y controla su devenir.
El Casino aprovecha el potencial de la localidad para amparar en ella su desarrollo y su postín. Una localidad próspera, propicia un esplendor casinero. Por eso el Casino debe mucho a su entorno social porque de él depende que sus salones tengan vida activa.
Pero hay una contraprestación que debe ser señalada y evidenciada en su justa dimensión: Qué aporta el Casino a los socios y a la localidad.
Los socios buscan en el Casino lugar de ocio, de relaciones y de negocios o tratos. Y nada mejor que tener una casa propia, confortable y con valores estéticos. Por eso los Casinos.
Pero también, como comentan veteranos socios de antiguos casinos, el socio busca un prestigio personal en la sociedad, que recibe por el hecho de pertenecer al Casino. Como en La Palma, que un momento hubo en el que ser socio era una posibilidad buscada y difícil, porque con ello se recibía el espaldarazo de dignidad y solvencia.
El socio no debe olvidar que, junto a lo que él ha aportado para que el Casino exista, ha recibido durante años el valor personal, no medible, de su pertenencia al grupo.
Y la ciudad también tiene contraprestación a lo que ella hace por el Casino. Recibe el halo de importancia que se genera en él. Hay pueblos que son conocidos por su Casino y este conocimiento valora a la propia localidad.
No es ajena la localidad a los intereses del Casino, porque recibe de éste compensaciones que no deben perderse. A medio plazo, la existencia o no de un Casino, afecta a la personalidad y evolución de la propia localidad.
Una ciudad, su población, tiene el deber de responder con su protección, lo que la generosidad de socios y artistas de antes ha creado para «patrimonio de todos».
Los valores de un casino van más allá de la propiedad legal del mismo. La «sombra» del Casino se convierte en patrimonio de la ciudad, por lo que es de todos la responsabilidad de su protección. Sobre todo de los socios, que han heredado el fruto de los esfuerzos pasados de otros socios y del empuje cultural de otra época. Ahí está el fruto. En un patrimonio artístico impresionante, orgullo de Nerva y admiración de los de fuera. Faro y atracción. Escaparate de lo nuestro. Placer para el que viene.
Patrimonio que sale de límites y fronteras y hace de Nerva la ciudad de los tres museos. Magníficos los tres. Ocupando una increíble página de nuestra historia cultural y social.
Tres museos, que son tres templos que acogen un patrimonio admirable, de la sociedad y de la historia, porque la cultura no es una pared en la que se luce, sino los afanes y las capacidades de quienes colgaron en ellas el fruto de su creación.
El nivel de cultura de un pueblo se mide por el respeto que tenga a sus valores heredados. Por eso Nerva, un pueblo que siempre ha sido baluarte cultural de la vida minera, está orgullosa de ser la sede de tres hermosos museos de pintura.
Y de una historia llena de colores, de sonidos y de palabras. Las tres armas de ese poder que sostiene viva la fe en la humanidad. Colores, sonidos y palabra, que presidieron las inquietudes de Nerva a lo largo de su historia.
Colores en los lienzos de sus innumerables artistas del pincel, sonidos sacados de los pianos del Maestro Rojas y palabras que duermen y vigilan en las vitrinas de la admirable biblioteca.
Nerva tiene dos Casinos. De sus socios. Hijos de su historia. Patrimonio antropológico de una sociedad de más de cien años. Y sedes de unos valores culturales que son orgullo de Nerva y de sus socios. Por eso Nerva tiene en su hoja de deberes proteger este privilegio.
Y los socios más aún, porque son los depositarios de una historia que fue creada por nuestros antepasados para nosotros.
Deber de Nerva y de los socios.
Equipo Azoteas
www.azoteas.es
2 comentarios en «Nerva tiene tres museos»
«El nivel de cultura de un pueblo se mide por el respeto que tenga a sus valores heredados». Preciosa y precisa frase con la que D. Miguel sentencia el devenir de la filosofía del casino, sea de Nerva, La Palma, Aljaraque, da igual el lugar, pero si se llevara a efecto esa magnífica reflexión, podríamos enlazarla con otra de sus sentencias «nuestro prestigio y nuestro valor como pueblo, depende en gran parte de cómo conservemos nuestro patrimonio. Que no es nuestro, sino de la historia y de la sociedad».
Tus reflexiones son sabias y este artículo debería ser parte de las normas básicas que se deben aprender dentro del comportamiento social que debe exigirse a nuestros dirigentes, sean banqueros, políticos, sindicalistas o empresarios. La defensa del pueblo comienza por el respeto a sus propios valores, y celebro que los casinos hayan sido esos valuartes, algo que deberemos recuperar.
A Nerva me he desplazado a causa de mis ocupaciones medioambientales, pero nunca accedí a sus casinos, algo que será obligatorio en mi próxima visita.
Como siempre, gracias Señor. Porque Señor es todo aquel que vive con el valor puesto y en defensa de los valores.
Dices y dices bien, » … comportamiento social que debe exigirse a nuestros dirigentes, sean banqueros, políticos, sindicalistas o empresarios».
Esa es la clave, amigo Benito. Es una pena que esos señores no lean tu párrafo.
Gracias una vez más.