Ramón Llanes. Suena la luz en los espacios blancos, como una cántara que brinda un agua de sosiego a los andariegos caminantes de una tierra roja de afectos, como una soledad, suena la luz a ópera de trabajo y gallardía. Y huele el tiempo un estallido de emociones que amansan un poco la somnolencia de los días y convierten en pasión veintiocho veces la libertad; canta la almáciga, reza a compás la copla, hablan los sombreros; el aire ha puesto una cinta verde desde el mediterráneo al atlántico y es la simbología de la complicidad.
Andalucía se escribe en solfa, se mastica en pausas, se hace con los credos de la verdad y se enseña al mundo como un traje de novia guardado en los aranceles de la alcoba. Y se peina Andalucía con los soplos de las jarcias y las ventoleras del sur, que saben de sentimientos y proyectan una paz íntima sobre los corrales y las lontananzas.
De acá, suelo de gérmenes, fantasía inventada, criterio, vientres únicos, sonatas de emociones; de acá, luces indelebles, permanencias de sueños, braceos de mar, de por acá son las extremidades sonoras de la vida que se engarzan a la misma entraña de los andaluces para que nunca se les pudra la alegoría de la espontaneidad en el estar y se premie la alergia a las tristezas y a los desencantos.
Hoy se enamoran otra vez de Andalucía de ocho en ocho sus soldados de patria que se mueren por ejercer de románticos en continua entrega a los misterios de esta dignidad. Andalucía comprueba por suspiros su inefable excelencia al través de las manos que la miman, de los ojos que la defienden y del placer que le otorgan sus fanáticos ciudadanos. Sea por ellos todo el sentimiento acumulado, toda la perplejidad y todo el amor.