Isaac Del Pino / @Idelpinodiaz. La defensa de cualquier colectivo es un elemento ideológico. No cabe duda, es obvio -sin entrar a precisiones-, que es elemento obligado a encarnarse como el sentir de aquello que defiendes, si no, por el contrario, nos hallaríamos en el campo de la abogacía y práctica procesal, donde bien han de entender que el cliente debe importarle al señor letrado lo que se reza como: “un pimiento y tres cuartos menos, bastando con satisfacer sus intereses -los del contratante- en litigio”.
Es por ello que en cuanto a defensores políticos de colectivos opuestos, por cuestiones ideológicas, no cabe más que la enemistad no declarada pero intuible. Siendo alarmante esas amistades que nacen entre copas de ocho euros en adelante y suites -caras y baratas-, tal como apuntaba Pérez Reverte sobre muchos diputados bajo la cita –aliteral y de memorietas- de “Y ahí están, los tíos se dicen de todo dándose hasta en el carné de identidad, luego salen a comer, todos juntos al Palace, con señoras y chiquillos de por medio”.
Recuerdo a un ambicioso personaje de otra Universidad, de mis días como Secretario del Consejo de Alumnos y Representantes de la Universidad de Huelva, que aspiraba a todo puesto de representación, ya fuese autonómico o nacional. Eminentemente de izquierdas, o eso decía él. Jactándose de ser “el azote de los fachas y el garante de cuanto pasea-o-leelibros pueda haber”. A mí, particularmente, este señor me recordaba a un cruce entre los que criaban mis tíos en el Andévalo -por sus redondeces y evidente nariz- y una serpiente de cascabel.
Ahí estaba, hará unos meses, tomándose dos buenos copazos (ruego que me ahorren indicar cuantos). Entre coba y coba a un señor que ha apoyado incondicionalmente todas y cada una de las afrentas que Pepe Nacho Wert ha llevado a cabo contra el mundo de la cultura, estudiantes, profesores y la educación en general. Tras despotricar infinitas veces, además, contra uno y otro de los citados. Una actitud que, a mi juicio, es muy lícita si se quiere ser complaciente con todo el mundo, pero poco recomendable si se quiere ser mejor persona.
No con ello pretendo decir que debamos lanzar esputos -verbales o no- a otras personas por pensar distinto. Pero, quizás, estimo más acorde en las relaciones con sujetos agresores a nuestras ideas otro tipo de trato. Aún recuerdo a Rogelio Pinto Guerra, ex-Delegado del mismo Consejo onubense, cuya educación siempre rozó la exquisitez hasta con sujetos que usted, querido lector, tacharía de alimañas, y yo no sé de qué -frente a usted-.
Otro buen ejemplo, fue mi amigo y compañero, Alejandro García Orta. otro ex-Delegado, y éste me vino bien cerca dado que por ese mismo entonces yo era Secretario del mismo órgano del que él era Delegado. Un amigo, casi como un hermano. Podría decirse que juramos bandera juntos, o yo juramenté espada ante él -si nos ponemos muy G.R.R. Martinezcos-.
Había sujetos, que ambos conocimos, bastantes deleznables. En pleno y auditorio, en su día se les dijo de todo ante sus agresiones -tácitas- a sus propios y otros representados. Después, trato cordial y educado. De hecho, nunca he conocido a persona con más paciencia que el señor García Orta.
¿Pero irnos de copas? Ni hablar. No, por ahí sí que no. Hay términos medios, que usualmente son los más lícitos. No hay que caer, frente a los antónimos de uno mismo ni en el “yo no dialogo con terroristas” ni en el compadreo caluroso lleno de arrumacos.
Quizás, en ese sentido, muchos políticos deberían aprender de mis dos ex-Delegados. Bueno, dicho sea de paso, de ellos deberían aprender otras tantas miles de cosas; pero eso es harina de otro costal. Además, muchas personas deberíamos tomar ejemplo de sus acciones en término medio. Porque no sólo ello ha conseguido que los mente en estas líneas, sino que también son personas que han vivido y viven felices consigo mismos a los que no se les puede tachar de irracionales jamás.
Una persona puede pensar distinto a nosotros, no por ello debemos repudiarla. En cambio, cuando ese pensar genera una plausible enemistad lo más sano es la indiferencia y la cordialidad. Las copas se toman con los amigos -menos el que conduzca-; si no pregúntenle a algún camarero.