Manuel José de Lara / Universidad de Huelva. Conocí a Enriqueta Ortiz Cabanillas (Queti, como muchos la llaman y ella gusta también a veces de firmar) en el Colegio Universitario de La Rábida, en el que ambos estudiábamos la carrera de Geografía e Historia. Teníamos de profesora de Historia del Arte a Aurora León, toda pasión en el conocimiento, a quien se llevó la muerte tan temprano. Ella escribió que “el ánimo de la creación radica, pese a infantiles y tópicas sensiblerías que nos han martilleado, en indagar, ordenar, expresar y proponer un mundo mejor”. En aquellos años de La Rábida teníamos ese mundo mejor al alcance de la mano, pues la curiosidad compartida por conocer y comprender, el aislamiento monacal del recinto universitario, la retumbante soledad de los pasillos, los paisajes de pinos y naranjos que nos envolvían y los juanramonianos atardeceres que aquellas tardes tenían dibujaban para nosotros un universo extrañamente edénico, de inequívocos valores pictóricos, de donde un ángel flamígero no tardaría en expulsarnos para siempre.
No sabíamos entonces (¿verdad, Pedro Tavira, amigo mío?) que en el interior de Enriqueta iba germinando lentamente el amor por pintar. Realmente sabíamos poco de ella, no mucho más que era de La Redondela y que vivía frente al Atlántico, lo que sin duda explica bastantes cosas de lo que vendría después. Bien puede decirse, a este respecto, que no es pintora con prisas, lo cual es una pista valiosa sobre la veracidad de su planteamiento. Tardó mucho en echarse a este mar, quiero decir al de la pintura, y, una vez echada, no es de quienes pasa por sus cuadros con la rapidez e inmediatez del mercado. Eso me gusta. No está obsesionada por el arte ni su perdurabilidad, sino por la obra bien hecha, que habla por sí misma sin altavoces prestados y a la que no regatea tiempo ni intensidad del esfuerzo. Hay algunos a quienes la vivencia personal del arte los mantiene permanentemente transidos y autocomplacientes. Enriqueta, al contrario, es una pintora paciente y minuciosa, que entiende bien la necesidad de la insatisfacción artística (ningún día sin corregir una pincelada, como hubiera podido decir Juan Ramón) y cuyo temperamento, no su obra, se aproxima al de aquellos pintores flamencos que comprendieron que el mundo era una suma de detalles.
Enriqueta busca la belleza difícil, que normalmente encuentra en los paisajes rurales o urbanos, sorprendidos en la hora fugaz, muy a lo Claudio de Lorena, y trabajados con tanta sutileza y tanta autenticidad que los convierte en paisajes interiores, a menudo solitarios, siempre silenciosos. Miren ese campo, ese mar, ese fondo industrial íntimamente desolado. Quizás aprendió a expresarse así de la mano de Agustín Arévalo e Isabel María Castilla, a quienes ella reconoce como sus maestros. Precisa en la forma, matizada en el color, es una artista de la que podría decirse: otros pintan, Enriqueta cuenta la verdad. No es poco, en un mundo y una época en que verdad y mentira se confunden, más allá de la dosis de ficción con la que el arte ha de construir necesariamente la realidad. Ésta es su segunda exposición individual, plena de sentido y sensibilidad, por emplear el título de Jane Austen. Iba a tener lugar en la Universidad de Huelva, pero hubo que suspenderla por los tristes acontecimientos familiares que la pintora ha sufrido en los últimos meses. Ahora la presenta la Caja Rural del Sur y yo deseo, de todo corazón, que tenga todo el éxito que indudablemente merece por indagar, ordenar, expresar y proponernos en sus cuadros un mundo mejor.
1 comentario en «Enriqueta Ortiz Cabanillas: Sentido y Sensibilidad»
Se echaba de menos un articulo de mi amigo Lara, al final ya lo tenemos aqui y esperando que no sea el único, pues tiene mucha madera¡¡¡¡. Gracias Manolo¡¡¡