Juan Belmonte y el profesor inglés en Huelva

Retrato de Juan Belmonte.
Retrato de Juan Belmonte.
Retrato de Juan Belmonte.

Carlos Arroyo. Esta breve reseña de Juan Belmonte, “el Pasmo de Triana”, no pretende ni mucho menos hacer un análisis de su tauromaquia, base del toreo moderno de quietud, de temple. Tampoco analizaremos sus tardes en Huelva, que fueron pocas, sólo seis, en los años de 1.915, dos tardes, 1.917 tres, y hasta diez años más tarde, 1.927, que torearía 1 tarde en el día grande de nuestras Fiestas Colombinas el 3 de agosto.  El motivo de este artículo es relatar un acontecimiento en la vida del fabuloso torero mucho menos conocido en su biografía, como es su estancia en Huelva durante algunos años de su vida, antes de comenzar su brillante carrera artística.

El padre de Juan regentaba una tienda de quincalla en Triana en la que él ayudaba, pero con motivo de las malas compañías de las que se estaba rodeando en el barrio hispalense, decidió mandarlo con un tío suyo a Huelva, que también se dedicaba a la quincalla, con una tiendecita en el centro de nuestra ciudad. El relato que voy a transcribir casi en su totalidad pertenece al magnífico libro del genial periodista Manuel Chaves Nogales, “Juan Belmonte, matador de toros”, cuya primera edición se publicó por fascículos en el semanario “Estampa”. Esta biografía está realizada en primera persona, de las conversaciones del periodista con el torero.


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Portada de la revista 'The Times'.
Portada de la revista ‘Time’.

(…)mi padre decidió enviarme a Huelva con un tío mío que tenía abierto comercio. (…)me apliqué al comercio con mis cinco sentidos, hasta el punto de que unos meses después era yo el dependiente más listo de la casa, el más adicto y celoso. Mi tío descubrió en mí unas excepcionales facultades para el comercio, y se dispuso a protegerme. Tenía el pensamiento de adiestrarme y enviarme a Buenos Aires, con el designio de que sucediese en su industria a otro pariente nuestro que había hecho  fortuna. Resolvió mi tío que me había de ser provechosísimo aprender inglés, y contrató para que me lo enseñase a un pintoresco súbdito británico que andaba en Huelva dando bandazos. Era un sujeto estrafalario y simpático, bastante borracho y entusiasta rabioso de Andalucía y sus costumbres. Venía todas las tardes a darme su lección de inglés, pero la realidad era que se pasaba el tiempo aprendiendo modismos flamencos, chulerías y frases en caló, que yo le enseñaba, con gran regocijo por mi parte. Descubrió mi afición a torear y ya no hicimos otra cosa. Me ponía una silla por delante y me hacía estarme la hora dándole  verónicas y recortes. Otras veces me embestía él mismo, mugiendo y haciendo una grotesca imitación del toro. Terminó cogiendo el capotillo y dando unos disparatados lances que me hacían reventar de risa. El final de aquello fue que el inglés aprendió a torear y decir chulerías, yo no aprendí ni una sola palabra de inglés y mi tío me retiró su protección, considerando frustradas las ilusiones que había puesto en mí. (…) Mi brillante porvenir de indiano se había desvanecido.

Afortunadamente no cuajó el trianero en la labor del comercio, porque nos hubiésemos perdido a unos de los más grandes de la historia, un revolucionario, que gracias, a un profesor inglés en Huelva dejó la quincalla por el capote y la muleta. 


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