El Casino de Moguer. Espíritu de Juan Ramón

Fachada del Casino de Moguer.
Fachada del Casino de Moguer.
Fachada del Casino de Moguer, situado en la Plaza del Cabildo.

(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)

 

Miguel Mojarro. Marcelo, ese amigo mío de cuando éramos más jóvenes, me dice antes de entrar en Moguer: “Aquí tengo amigos que no veo hace años, pero que fueron buenos”.


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Y paramos en una placita con sitio para aparcar el coche. Porque en Moguer hay que entrar andado, como Dios y el sentido común mandan. Ante un bar que promete.

Y comenzamos a andar por unas calles que no parecen reales, sino sacadas de un cuento andaluz de los de antes, de trazado árabe y luminosidad de urbanismo del Sur. Bien pensado y mejor realizado. Aunque se empeñe el resto del mundo en no darse cuenta de esta maravilla urbanística que son las calles del Sur. Moguer es un museo para enseñar el arte del bien trazar. Y para darnos ejemplo de cómo pasear por calles que son un placer que no necesita propaganda.


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Pasear por Moguer siempre es un placer.
Pasear por Moguer siempre es un placer.

Basta con venir y andar. Entre sus casas bien dibujadas y sus ventanas que recuerdan lo mejor de la campiña sevillana, con rejas bajas y unas paredes blancas para soñarlas. Aunque Moguer tiene más, sólo con sus calles está justificada una visita, para pecar de placer visual.

Y así llegamos a una placita agradable, sin tráfico, atractiva y prometedora de un descanso,  acompañado de buena escena para mirones. Es la Plaza del Cabildo. Con nombre significativo.

Allí, Marcelo me cuenta sus años pasados en un Casino que había antes, cuando él era más joven y el casino tenía 1000 socios. Y una sociedad de burbujeante actividad de pensamientos diversos. Moguer tiene en su historia anécdotas y cuitas de todos los colores, como corresponde a un lugar con la sensibilidad que parió a su hijo predilecto: Juan Ramón.

En éstas andamos, cuando Marcelo me indica una fachada, enfrente de donde estamos sentados, que ofrece una imagen vetusta y altiva, con esa arrogancia de quien se sabe bella, pero no insulta con su privilegio. Bella y serena. Y con una planta alta que ofrece una de las más hermosas visiones de balcones sureños, al servicio de sus moradores… Pero también de quienes desde la plaza gozan de su visión. Moguer, como en todo, ofreciendo su mejor virtud: La visión espectacular de sus exteriores.

Marcelo me dice, como si no tuviera importancia su información: “Éste es el Casino”.

Y se calla, para dejarme que saque yo sólo conclusiones y le ofrezca mi respuesta, de curiosa impaciencia por entrar.

El casino de Moguer es denominado Centro Sociocultural.
El casino de Moguer es denominado Centro Sociocultural.

“Centro Socio Cultural”, se denomina el lugar. Social y cultural, como mandaban las normas de la época, para evitar con ese subterfugio que la palabra “casino” figurara en sociedades aceptadas legalmente. Error enorme, porque un Casino no tiene nada que envidiar a las nobles mansiones, ni esconder sus castas virtudes, además de ser sostén social de muchas localidades que son conocidas a través de su Casino.

Entramos, por un zaguán que denota su pertenencia a la noble casa que fue, en el que hay que pararse y admirar un entorno elegantemente coqueto, solamente imaginable en un lugar como Moguer, en el que la palabra es arte y la luz seducción.

Puerta de cerrajería sureña, de lo más hermoso que puede verse en tierra de maravillas con el hierro trabajado. Estar allí quita las ganas de entrar, porque su belleza es de por sí suficiente para gozarla a solas.

Pero hay que entrar porque ya se adivina entre penumbras otros pecados para la vista: Un patio que fue, entre columnas graciosas que engalanan más que sostener, que recuerdan las bellas composiciones de pintores que llevaron a sus lienzos bellezas que los hombres no veían, porque lo habitual es generalmente negado a los que no se paran a mirar y admirar, que para eso se inventó esta palabra.

Patio de casa pudiente, estancia de verano de inspiración romana, convertida en salón increíble de un Casino que ofrece belleza sin gritar. Aunque bien pudiera alzar la voz para vender sus encantos. Pero no lo necesita. Le basta con tener la puerta abierta y ofrecerse con el guiño de una penumbra que seduce.

Marcelo se adelanta y entra en contacto grato con su amigo Rafael, habitante permanente y alma de un lugar que encanta solo con estar allí. Y si encima tienes un amigo como Rafael, las horas mueren sentados en el mimbre y recordando tiempo que fueron mejores para aposentos tan bellos.

Fachada principal de la Casa Natal de Juan Ramón Jiménez.
Fachada principal de la Casa Natal de Juan Ramón Jiménez, en la calle Ribera.

Los dejo con su memoria histórica y me marcho a las preciosas calles de Moguer, a pasearlas y gozarlas. Y me cruzo con gente de semblantes risueños y miradas satisfechas de su luz. Y si pregunto, me contestan con una amabilidad dibujada en sonrisas que ayudan a sentirse uno bien orientado. Así, hasta llegar a una fachada que dice a las claras su oficio: Casa Consistorial, como si su origen de hace tres siglos no fuera un valor para presumir. Fue casa del cacique del pueblo, propietario de campos y ministro de Gracia y Justicia en la República. Como para ser poca cosa.

Y sigo por las gratas calles, para saludar en visita furtiva sitios también de orígenes vetustos, como la casa de Zenobia, un nombre de mujer que se escribe saltándose la ortodoxia ortográfica, pero que suena así de bien.

Y la casa natal de Juan Ramón, donde nació el hombre que fue mito posterior. Camino del muelle, como si quisiera dirigirse a él en sus correrías iterarías.

Y así, hasta que un cierto cansancio me lleva de nuevo al Casino, donde Marcelo y Rafael siguen desgranando los retazos de su historia personal. Y deambulo por el interior para descubrir rincones de su intimidad. Es uno de los placeres morbosos de los humanos. Una salita de lectura, donde un socio disfruta de un sosiego que motiva para leer, una zona para ver la televisión, con amplia oferta de sillones confortables y aforo importante, una escalera tan grácil como el patio,…

Puerta de entrada del Casino de Moguer.
Puerta de entrada del Casino de Moguer.

Casino que no lo parece, porque no ha perdido la pinta de casa bien, de una época en la que la belleza estaba aliada con el buen gusto y se creaban interiores así.

Hubo otro casino, “de ricos”, que ya no existe: El Círculo Mercantil, que Moguer no iba a ser menos en eso de diferenciar las clases que llaman sociales, pero que no son sociales, sino económicas, mal que les pese a algunos eruditos ortodoxos. Aunque ambas características suelen ir en maridaje acordado, no es lo social lo que marca el carácter, sino que lo económico desemboca en lo social. Digo yo…

Tal ocurre a veces con lo femenino y el buen gusto. Se le asigna la cualidad de femenino a cuanto renuncia a lo hortera para abrazar un buen gusto grato en cualquier aspecto de nuestro entorno. Lo femenino es cualidad que no debe sustituir a una cierta sensibilidad por lo bonito, lo grato y lo sutil. Estas cualidades son patrimonio de lo humano y no es conveniente que se renuncie a ellas por sectores no precisamente femeninos. El buen gusto no es femenino ni masculino, sino patrimonio de ambos, aunque no siempre utilizado por dichos ambos. Pero allá cada cual…

Moguer es buen gusto hecho ciudad. Masculino porque enamoró a Zenobia y femenino porque inspiró a Juan Ramón.

A nosotros nos gusta Moguer por lo mismo que a Zenobia y a Juan Ramón. Y por esa torre que nuestro escritor llamaba “esa Giralda vista de lejos”

Y por su Casino, del que la historia debería decir que supo engendrar placer en el ocio masculino, en una casa que parece pensada por la inteligencia femenina. Ocio e inteligencia, a ver quién es capaz de separar ambos conceptos. O sí,…

En Moguer se pueden encontrar juntos en su Casino.

Un deseo confeso: Ojalá que el Casino de Moguer pueda seguir dando valor a una sede así. A tal señor, tal belleza.

Equipo Azoteas

www.azoteas.es

2 comentarios en «El Casino de Moguer. Espíritu de Juan Ramón»

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