Juan García Muñoz. Recuerdo que hace unos años, cuando visitaba uno de los belenes en el pueblo de mi mujer, unos niños a mi vera comentaban la razón del por qué estaban allí, bien cerquita del niño, el buey y el asno. “Así le dan calor natural en la noche fría”, decían. Y yo también desde niño siempre había pensado que era normal en un establo de animales, donde María dio a luz, que hubiera precisamente el asno y el buey.
En mi casa siempre hemos puesto, de la mejor manera posible, todos los años el “nacimiento”. Mi hijo Daniel de pequeño disfrutaba cambiando de sitio los personajes. Y en el río de plata ponía a beber a todos los animales. Los abuelos disfrutaban como niños, y cada año mi suegra compraba más animalitos, claro está.
Y nos dejábamos llevar como niños, al igual que ahora, por las claves simbólicas del acontecimiento. Y como bien dice Boff: “en estas fechas el adulto se sumerge en el mundo de la infancia, del mito, del símbolo y de la poesía que es propiamente la vida, pero que los intereses, los negocios y la preocupación por la supervivencia pretenden ahogar, impidiendo la vivencia del eterno niño adulto que cada uno de nosotros sigue siendo”.
Así lo quiso Francisco de Asís cuando en aquel 1223, refugiado en la Gruta de Greccio por la tormenta y meditando el evangelio del nacimiento, tuvo la inspiración de reproducirlo en vivo. Construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno de los campesinos del lugar e invitó a un pequeño grupo de ellos a reproducir la escena de la adoración de los pastores.
Y cuenta Tomás Celano, su primer biógrafo, que en la escena se pusieron el buey y el asno por indicación insistente de Francisco. Desde entonces, estos humildes animales forman parte de la representación de todo nacimiento o portal de Belén.
Pero este buey y este asno no son simple producto de la fantasía de Francisco. En el libro de Isaías leemos estas palabras: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (1,3).
Todos los hombres, tanto judíos como paganos, eran incapaces de reconocer a Dios como su verdadero Señor. Ahora, al encarnarse en ese Niño de Belén, pueden reconocerlo mejor.
Por eso, en las representaciones medievales de la Navidad, el buey y el asno tienen rostros casi humanos y se inclinan y se postran ante el Niño como si entendieran todo el misterio que en El se encierra y adoraran realmente a Dios.
Cuando de verdad tratamos de ahondar en lo que significa un Dios hecho hombre, nos parece demasiado hermoso para que sea verdad.
Ese Niño es Dios. Por tanto, Dios no es un ser excelso y sublime al cual no podemos llegar. Es alguien cercano, a nuestro alcance. Alguien tan pequeño como nosotros. ¿Puede ser esto verdad? ¿No es pura ilusión y fantasía de los hombres?
Nuestra primera actitud ante el misterio ha de ser siempre la adoración. Dejémonos penetrar el alma por la alegría de este Dios cercano y entrañable. Aunque lo entendamos tan poco como el asno y el buey del pesebre, es verdad que Dios se ha hecho hombre. Es la verdad más decisiva para nosotros, la más auténtica, la última. La verdad más hermosa.
Dios viene a nuestra vida sin armas. No pretende avasallarnos desde fuera, sino conquistarnos desde dentro, transformarnos desde el interior mismo de nuestra existencia.
Si algo sigue desarmando todavía hoy la soberbia y el orgullo del hombre es la importancia y debilidad de un niño. Si todavía podemos acoger el misterio de Dios en nosotros es porque se nos ofrece en la ternura de ese Niño de Belén.
Es una verdadera pena que, pasadas estas fiestas, olvidemos al Dios Niño y volvamos de nuevo a invocar a un Dios lejano y sublime, un Dios que parece no tener ya los rasgos de Aquel que nació en un pesebre”. (Pagola)
Si queréis profundizar el sentido cristiano de estas fiestas os invito a visitar mi blog.
Felices y solidarias fiestas para todos.
4 comentarios en «Belenes. El buey y el asno»
Gracias, querido Juan, por meternos de una forma tan bonita, dentro del portal de Belén. Y recordarnos cómo lo hizo, por primera vez, San Francisco. Qué a gusto se siente ahí el niño pequeño que todos llevamos dentro, sin temores, lleno de ilusión, uno más en el portal… Y sí: que no se pierda, una vez pasadas las fiestas, solidarias ante todo, esa cercanía de un dios hecho niño pequeño en Belén. Ni más ni menos.
Gracias Juan por tu mensaje del buey y el asno unos animales tan sencillos,pero que en el momento oportuno dieron el calor necesario y sobre todo los recuerdos que nos traen de nuestra niñez tan emotivo
con nuestras queridas familias,esperando a jesus
FELIZ NAVIDAD
El asno y el buey son dos figuras que nos pueden interpelar fuertemente, no solo en estas fechas en que la Navidad nos hace un poco más sensibles que durante el resto del año, sino que nos revelan unas capacidades que, estando dentro de nosotros,no sabemos identificarlas.
El asno, fuerte, sencillo, austero, reflexivo, determinado a continuar su tarea aunque le caigan trabajos duros…
El buey, paciente, tolerante, pensativo, dejándose llevar y guiar, fuerte, capaz de soportar grandes esfuerzos…
Nosotros, casi siempre tan racionales, no sabemos quedar a esa altura. Nos incapacita y nos inmoviliza el miedo al qué dirán, ese respeto humano que nos impide pensar que siempre hay una oportunidad para dar calor, para ser util, para servir. Y para amar.
Feliz Navidad a tod@s.
Juan, a pesar de tener menos años que tú, creo haber observado, que aún ése Portal de Belén lo llevamos todos en nuestro interior todos los días del año.
Nuestro corazón se vuelve tierno cuando nos encontramos con personas que sufren en el día a día y el calorcillo que sentimos del buey y la mula transforma nuestros sentimientos en un calor humano, que ayudado por el amor a ese niño pequeñin, nos hace ser mejores personas-
FELIZ NAVIDAD y muchas gracias por tus palabras.