Miguel Mojarro. En Corrales había en tiempos tres características que lo hacían extraño en un entorno de marineros: Un pueblo de casas de mineros, pero sin que en ellas habitaran mineros, un ferrocarril de polvo rojo, sin minas alrededor y un casino, hermano en forma y tamaño a los de Tharsis y La Zarza, pero sin socios que trabajaran en una mina.
Pero…, en Corrales se respiraba y se vivía como en la cuenca minera, porque un ferrocarril llevaba a orillas del mar el sentimiento y la cultura de sus hermanos de más al norte. Era como una avanzadilla de las cortas en el complejo mundo del comercio del mar. Con un puerto rojo de pirita, en un mar aventurero. Y azul.
Pasó el tiempo y las minas dejaron de enviar su alimento diario a Corrales y la historia se encargó de alejar los recuerdos y los sentimientos. El presente asume la tarea de lucir con orgullo unas casas que conservan el urbanismo minero, un teatro que presume de haber albergado una cultura mitad minera y mitad marinera y un casino que luce su porte histórico a orillas de un mar con historia.
En Corrales hay una plaza habitada por palmeras, en la que hay que sentarse para disfrutar de una fachada serena, equilibrada y cuidada. Conviene gozar de ella antes de entrar, porque las fachadas de los casinos mineros son la seña de identidad de unas casas que fueron de todos los trabajadores de la empresa. Sedes de sociedades que acogían todas las inquietudes del ocio obrero.
Porque los casinos mineros fueron casas donde se hacía la vida que la casa propia no permitía. Casas de un colectivo que se identificaba con un trabajo común, pero sin que en ellos se hablara de trabajo, sino de ocio. Eran la habitación del asueto en las que se convivía con tres compañeros que sólo estaban allí: Amigos, dominó y manguara.
Imprimiendo carácter a sus socios y éstos a la sociedad casinera. Lejos de la peculiar estampa social de los otros casinos, los mineros tienen en común tres características: Pertenencia a un grupo social determinado, carácter de su ocio y fachadas. En ello son diferentes.
Dentro, el salón, grande, abierto, con un bar que se ofrece nada más entrar. En Corrales, como en todos. Pero con una diferencia notable: Aquí el bar se ambienta tras arcos diferenciadores de espacios, como queriendo separar el consumo de la tertulia, el olor a café y anís de la asepsia que gobierna en el cuidado espacio del salón.
Al entrar se percibe la sensación de estar en un lugar cuidado, protector de grupos y esmerada decoración, que anima al visitante sin presumir de nada. Modesto y atractivo. Humilde pero asombroso.
Espejos que ensanchan el ámbito, sillas acogedoras y mesas de porte casinero. Reloj para saber cuándo hay que irse a casa y pared en albero que pone el tono cálido a la estancia. Allí estuvimos la primera vez que visitamos el casino de Corrales y allí empezamos a reflexionar sobre un casino peculiar. Desde nuestra mesa, se percibían sensaciones diversas que se juntan en nuestro rincón del goce: Un bar a la distancia prudente, un silencio ambiental que permite la lectura, un fondo adornado con dos mesas de billar que tientan y unas ventanas que dejan ver un exterior que conserva el aspecto. Pero ya sin el bullicio de antaño.
Un mural anuncia actividades culturales, que para eso los casinos son cobijo de esas inquietudes. Como antes los ateneos, pero en tono humilde y cercano. Más allá, tras huecos que dejan ver tras ellos, dos mesas de un billar que goza de espacio propio, íntimo, pero sugerente para los que están fuera de él.
En Corrales hemos encontrado una de las joyas más significativas del mobiliario casinero de Huelva: Una librería de cuidado trabajo de talla, asombrosamente perfecta, conservada como reliquia, que preside una estancia de lectura alejada de toda intromisión ruidosa. Asombra la librería por la riqueza de su diseño y la perfección de su construcción ebanista. Pero este espacio está desarrollando en los últimos meses una vocación tardía y admirable: Dar cobijo a la recuperación de objetos que forman parte de la historia del casino, de su vida anterior. Puede ser éste el “comienzo de una gran amistad” entre el pasado y el presente de una sociedad casinera que está dando pasos importantes en una dirección prometedora.
Corrales luce una historia minera sin estar en la cuenca de extracción. Su casino era de obreros de la empresa que no pisaban las cortas. Pero era el último raíl de un ferrocarril que la unía con Tharsis y La Zarza, donde estaban sus compañeros cargando los vagones de piedras rojizas, para que Corrales las sacara al mundo.
Por eso Corrales tiene un casino minero sin tener minas. Por eso su fachada recoge la idea arquitectónica de sus hermanas. Por eso su interior sabe a lo mismo que sus parientes de más al norte: A obreros que ya no lo son, pero que en sus casas tiene paredes con fotos del orgullo familiar.
Pero también Corrales avanza en la permanente lucha de los casinos contra las dificultades: Un equipo de socios afronta, con entusiasmo, afanes de recuperación de una historia y unos valores que no pueden perderse. Hay pasos importantes dados hacia un futuro que reclama valores de siempre, para incorporarlos a una memoria legítima. Es una lucha difícil en la que hay que ayudar desde fuera. Por eso aquí aportamos un modesto impulso a los intentos magníficos de recuperación de un patrimonio que debe ser escaparate de Corrales y de su casino.
Hay casinos que deben ser apoyados por lo que han sido y por lo que quieren ser. Corrales es de éstos. Por eso el Casino Minero de Corrales es un referente de afanes casineros, que reclaman la atención de un mundo que no lo conoce.
A Corrales hay que ir, porque gusta y porque tiene derechos ganados por su pugna con el olvido. Corrales tiene un casino con gloria heredada y un futuro que está empeñado en conquistar valores propios.
En nuestro proyecto de ‘Casinos de Huelva’, terminamos con esta afirmación: “Corrales es un pasado con promesa de futuro”. Amén.
El contenido de este artículo, no reproduce nada del libro ‘Casinos de Huelva’.