De la luz interior

Una muestra de la exposición de Juan Ramero de la Rosa en Trigueros.
Una muestra de la exposición de Juan Ramero de la Rosa en Trigueros.

Bernardo Romero. Minuciosamente trabajados, los cuadros de la serie De la Luz y de las Sombras, del pintor de Hinojos Juan Romero de la Rosa, explotando un conceptualismo formal en el que se encajan unos interiores sentidos que el observador puede palpar, oler y hasta vivir porque no nos son extraños.

Una muestra de la exposición de Juan Ramero de la Rosa en Trigueros.
Una imagen de la exposición de Juan Romero de la Rosa en Trigueros.

Son puro sentimiento, plenos de luz y de sombras para mostrar al espectador esa visión barroca que del mundo tenemos en la baja Andalucía. Te asomas a las pinturas del artista y estás recordando esos momentos en los que te zumba el silencio en los oídos, esas tardes en que las últimas luces atrapan el polvo en suspensión, hasta un momento antes imperceptible, aquellos momentos que se resisten a abandonar nuestros mejores recuerdos, como el breve baile de las hojas en el naranjo de la calle, al son de la brisa de la mañana, o aquél transistor lejano que colaba por el patio la voz quebrada de doña Concha Piquer.

Juan Romero de la Rosa ha pintado los silencios. Esos que dicen más de lo que pudieran decir discursos y enciclopedias, esos que te hablan directamente al corazón y te emocionan. Cuadros para llorar recordando el tiempo perdido, para añorar unos momentos que inevitablemente se nos van y no queremos que sean sólo eso, recuerdos que van quedando atrás pero que son lo que nos habremos de llevar cuando todo termine. Silencio y olor a caoba, a sábanas recién planchadas, a espliego y a dama de noche. La carga lírica de la pintura de Juan Romero de la Rosa, en esta serie que cuelga en la sala municipal de Trigueros, emociona y te toca los adentros, te recorre las venas y te estalla en todos los sentidos. Te hacen pensar, pero pensar en ti, en lo que has vivido y en la vida que de verdad añoras, esa en la que el tiempo discurre muy lentamente – ahí, su pintura – y en la que, ay, el silencio sólo lo rompe el canto de los jilgueros que se arrejuntan entre las ramas del limonero.

Podríamos hablar del perfecto ritmo cromático de todos y cada uno de sus cuadros, de la hermosa composición, académica y formal, que es puro equilibrio pero no a la manera del naturalismo, no buscando la razón, sino con una carga romántica que le permite componer absolutamente liberado de las cosas tal como son, de su apariencia real. El pintor, libre de cargas, se abre a un discurso en el que sólo valen los sentimientos. Podríamos hablar de la técnica y de la mano sublime del pintor, pero no. Después de contemplar y admirar de nuevo estos cuadros de Juan Romero de la Rosa, no podemos pararnos en conceptos y normas que además se dan por supuestas, no. Ahora es menester hablar de lo que nos cuentan y de lo que nos emocionan, porque ahí reside la importancia y el valor de esta serie en las que la luz y las sombras nos desvelan lo que somos y lo que sentimos: nuestro propio sentir. Ya lo ven, un viaje a ese pasado entre luces y sombras que nos resistimos a perder y que por fortuna Juan Romero de la Rosa nos lo viene a recordar pincelada a pincelada, sabiamente esculpidas además sobre el lienzo, para que sepamos quienes somos y cómo es lo que más amamos. Barroco andaluz.



Podríamos haber hablado de lo que son formalmente esos cuadros, de su cuidada geometría, de la seguridad de la pincelada, del valor de hacer explotar el amarillo en el centro de un lienzo o dejar que el blanco titanio resbale desde su pureza puntual a un difuminarse lento y delicioso sobre los oscuros de la madera. Podríamos haber hablado de muchas cosas, pero prefiero que sepan ustedes de los sentimientos, de lo que está detrás de la pintura de Juan Romero de la Rosa en esta magistral serie De la Luz y de las Sombras. Así lo he sentido y así os lo he relatado, para que luego, cuando salgas de la sala, te puedas mirar como tú eres, respirar hondo, suspirar, y comprobar la plenitud en tu corazón con el recuerdo de aquel patio con naranjos y el de las celosías que dejaban entrar como cuchillos las luces del patio, aquel en el que chillaban los jilgueros y por el que se colaba la voz lejana de doña Concha Piquer:

Me están doliendo los centros / de tanto quererte a ti. / Me corre venas adentro, / tu amor de mayo y abril. / Desde los pies a la boca, / que aprendan todos de mí, ¡ay, ay, ay de mí! / a querer como las locas.


Puerto de Huelva

1 comentario en «De la luz interior»

  1. Genial Bernardo. Leerte es como ver los cuadros de <juan Romero de la Rosa sin estar alli….me encanta como desgranas las cosas sencillas de las personas y las haces faciles, comprensibles, cercanas, sin ese lexico que utilizan los eruditos para decir lo mismo o peor, y muchas veces si ni siquiera verlo. Gracias.

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