Elisabeth Méndez. Amor, religión, humor, historia y, ante todo, intriga, se dan la mano en ‘Prodigioscopio’, una novela del médico y escritor onubense José Fernández Guerra, en la que este neumólogo viaja a su infancia para recrear la historia de un estudiante de Medicina que adquiere un artilugio con un poder especial, que el autor denomina ‘Prodigioscopio’.
Se trata de un instrumento tan sencillo y necesario en el ámbito de la medicina como es el fonendoscopio, es decir, el instrumento que usan los médicos para oír los sonidos del pulmón o del corazón, y que se convierte en el protagonista de una historia contextuada en la Sevilla de 1986.
A través de Diego Galván, “personaje ficticio con el que comparto algunas vivencias de mi paso por Sevilla como estudiante de Medicina”, Fernández Guerra nos da a conocer la historia de este artilugio, introduciendo además pinceladas de su tierra, Huelva. “Me sentía en deuda con la tierra en la que nací y pasé mi infancia y adolescencia, y por eso decidí crear además otro personaje, el compañero de piso de Diego Galván, un choquero hasta la médula con el ceceo que a mí me caracterizaba en la época estudiantil”, nos explica este doctor en Medicina y Cirujía por la Universidad de Sevilla..
Y es que este onubense, que reside actualmente en Marbella, confiesa sentirse orgulloso de ser de Huelva y de llevar siempre los “encantos” de su tierra por bandera, como “las playas, de las que yo discuto por ser las mejores, sanamente, con mis amigos malagueños; la magia de la Sierra; los mejores productos culinarios del mundo; ese fandango que me sigue poniendo los pelos de punta…”, confiesa entusiasmado.
Fernández Guerra, quien nos muestra en esta entrevista su lado más personal, nos explica algunos de los secretos de su obra y de su vida, revelándonos las aportaciones que tanto la medicina como la escritura le proporciona en su día a día.
– Prodigioscopio, ¿Porqué ese nombre?
– Es una palabra nueva, que da nombre al artilugio que descubre el protagonista de la novela, Diego Galván, en el mercadillo sevillano de la Alameda de Hércules. Se trata de un estetoscopio o fonendoscopio () con un poder especial que, obviamente, no puedo revelaros.
– ¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra y ubicarla en Sevilla en 1986?
– Me resultaba curioso y extraordinario que no existiera ninguna novela que narrara la historia de ese instrumento tan necesario y representativo de los médicos, como es el estetoscopio o fonendoscopio. De manera que la novela me parecía una buena forma de abordarla, dentro de una trama de intriga. Estudié Medicina en Sevilla, allá por los años ochenta, conocía bien la ciudad y la época. Así que me pareció un escenario y una década estupenda. De hecho, la novela es todo un homenaje a los años ochenta.
– Aunque la novela se contextualice en Sevilla, ¿Se puede percibir en su libro alguna referencia a su tierra, Huelva?
– De alguna manera, me sentía en deuda con mi tierra. Nací en Huelva, mi infancia y adolescencia las viví en las Colonias. Así que creé un personaje onubense, Rafa Montero, compañero de piso de Diego Galván, estudiante de Psicología, tuno y choquero hasta la médula. Tanto es así que es el único personaje de la novela que cecea, con ese ceceo tan característico que yo mismo tenía cuando era un adolescente y que, poco a poco, he ido perdiendo. Se utilizan palabras incluidas en el libro de nuestro paisano Manuel Garrido Palacios, El habla de andar por casa, Huelva y provincia. Además, en una parte de la novela un personaje debe ocultarse en un pueblo muy pintoresco de la provincia.
– ¿Se ve usted de alguna forma identificado con el protagonista de su libro? ¿Qué tiene en común con su personalidad?
– Diego Galván es un personaje ficticio, pero comparto con él algunas vivencias de mi paso por Sevilla como estudiante de Medicina: la huelga de estudiantes que marcó el curso 85-86, las clases del profesor Frontela, los cambios estructurales de Sevilla con motivo de la Expo… Muchas de la reflexiones que hace Diego en torno al ejercicio de la Medicina y a sus propias creencias religiosas, me las he planteado yo mismo en algún momento.
– ¿Cuánto tiempo ha tardado en escribir Prodigioscopio?
– En torno a dos años, uno casi para la documentación intensa de la obra (escenarios, la vida en los ochenta, la biografía de los personajes históricos…) y otro para la redacción. Acabé la novela en el verano de 2011, aunque realmente la novela nunca se acaba porque, tras releerla en varios ocasiones, siempre acabas haciéndole algún cambio para mejorarla.
– ¿Qué característica considera que es la más atractiva de su obra?
– Desde mi punto de vista, es una forma muy amena de conocer la historia del estetoscopio, de dónde viene, quién y por qué lo inventó. Curiosamente, la mayoría de los médicos y sanitarios no la conocen, aún siendo tan atractiva. Desde el punto de vista de los lectores con los que tengo ocasión de conversar, la novela va más allá: la intriga te atrapa desde el primer capítulo y se mantiene a lo largo de la misma, con un final inesperado pero convincente. Algunos me cuentan que les ha encantado la historia de amor que late entretejida, a otros los datos históricos narrados con estudiada precisión, hay quien ha reflexionado como nunca con los aspectos religiosos. He descubierto que para cada lector tiene un atractivo diferente.
–¿Cuándo empezó a compaginar su faceta de escritor con la de neumólogo?
-En el año 2005, un amigo médico me propuso preparar una conferencia sobre Literatura y Medicina, consciente de mi afición a la lectura. Lo que entonces iba a ser una charla de diez o quince páginas, se convirtió en un ensayo, Medicina y literatura: hacia una formación humanista. Desde entonces no he parado de escribir.
– ¿Qué le aporta cada una de ellas?
– Creo que es a Chejov, médico y escritor, a quien pertenece la frase: la Medicina es mi esposa, la literatura mi amante. Sin ánimo de abogar por el adulterio, creo que de alguna manera define lo que a mí me ocurre. La Medicina es mi profesión, aunque suene mal decirlo, es la que me permite mantener mi casa y mi familia, amén de proporcionarme una gran satisfacción personal cuando siento que mi trabajo ha servido para curar a algún paciente; la salud no tiene precio. Sin embargo, la escritura me permite fantasear, evadirme del sufrimiento al que tengo que asistir, inevitablemente, a diario en el hospital. Los médicos no podemos curarlo todo, a pesar de lo avanzado de la Medicina y, por desgracia, tengo que asistir a personas a las que solo puedo mejorar su calidad de vida. Por otro lado, creo que escribir me permite conocer mejor, no solo a mí mismo, también a los demás; es posible que me haga mejor médico.
– ¿Tiene en el tintero algún libro cuya trama se desarrolle en Huelva?
– La Tierra siempre llama. A pesar de que vivo en Marbella, y ahora estoy trabajando en la trama de una historia que ocurrió en Marbella hace más de cien años, cuando vengo a Huelva siento como si no me hubiera ido. Es posible que alguna vez la refleje en alguna novela.
– ¿Qué significa para Fernández Guerra ser onubense?
-Sobre todo me siento muy orgulloso de ser andaluz. Los andaluces sabemos vivir la vida con coraje, exprimir el día, sacarle el jugo a nuestro entorno. Esto lo saben muy bien los extranjeros afincados en la Costa del Sol, con los que converso a menudo. Pero yo soy choquero, y lo llevo a gala allí donde voy. A veces, se nos olvida que tenemos una provincia llena de recursos y encantos: las playas (de las que yo discuto por ser las mejores, sanamente, con mis amigos malagueños), la magia de la Sierra, los mejores productos culinarios del mundo, ese fandango que me sigue poniendo los pelos de punta… Por si fuera poco, el onubense es una persona abierta, generosa, dispuesta a ayudar siempre que hace falta… qué más se puede pedir.
– Y por último, un mensaje para la gente de esta tierra…
– Que nunca renieguen de su origen, sin caer, por supuesto en el chovinismo, que luchen por lo que quieren. Qué siempre estén dispuestos a escuchar los problemas de un amigo, si es posible con un vino del Condado y un ‘platito’ de gambas o jamón por delante.