Víctor Rodríguez. Todos estamos en constante búsqueda, porque el impulso que ha movido a los seres humanos desde los orígenes de la humanidad ha sido la curiosidad, la creatividad y la experimentación. El equilibrio entre lo que nos agrada y lo que nos repele es también otra constante en ese viaje al interior de la mente y que justifica que, por ejemplo, vayamos al cine a ver una película de miedo donde, al pasarlo mal, paradójicamente estamos experimentando sensaciones placenteras. Hay muchos elementos que intervienen en la configuración de nuestra personalidad y eso es lo que nos hace ser quien somos; todos únicos e irrepetibles, pero a la vez, influenciados por patrones biológicos, antropológicos, culturales o religiosos.
La experimentación siempre se ha asociado al momento donde el niño descubre su propia existencia y va dando pasos para interpretar el entorno en el que se desenvuelve, al principio no más allá de su propia cuna, aunque el perímetro se va abriendo cada vez más hasta que llegamos a la adolescencia y juventud, que es donde se alcanza el mayor esplendor en la necesidad de conocer y conocerse, para ir configurando esa personalidad y ese patrón de comportamiento donde, bien por imitación o por repulsión, tan importante es el entorno por el que estamos rodeados. Esa experimentación nos ayuda a empezar a tomar las primeras decisiones, sobre gustos o afinidades. Las personas, las parejas, los axiomas, aparecerán y desaparecerán según se vaya produciendo el paso a la madurez, hasta llegar a coger o desechar las ideas de los otros y poder conformar nuestras propias convicciones. Aunque vivamos en sociedad, al final, somos individualidades, cuerpos rodeados de piel separados por otros cuerpos por un mar de aire, y sólo sabiendo quiénes somos seremos capaces de descubrir al otro.
En la realidad actual ser joven y vivir ese momento de la toma de decisiones no es nada fácil. Vivimos en una constante hiperestimulación de los sentidos, estamos en permanente conexión con el mundo a través de múltiples terminales electrónicos y de comunicación, recibimos cientos de mensajes que nos pretenden imponer qué modelo seguir o por dónde debe ir nuestro camino hacia el “éxito”. Pero hay algo a lo que nunca podremos renunciar, que es a nuestra propia capacidad de decisión. Decidir con información, con criterio, con reflexión. Luego podrá haber decisiones erróneas o inoportunas, pero que nadie nos quite la capacidad para saber que, entre tanta presión, hemos decidido por nosotros mismos. Ese es nuestro gran poder, y nuestra gran responsabilidad.