Ramón Llanes. Nunca he sabido perder un paraguas. Las ocasiones que me han propiciado el destino y el olvido son incontables; no me ha faltado el riesgo, he deambulado a diestro y siniestro por lugares diáfanos y por recovecos, me he sentado en bancos callejeros, he viajado, me he mecido por las distracciones de la voluntad a mi propio antojo, siempre con la intención funesta y subconsciente de perder el paraguas, y nada.
Mi paraguas marrón me lo regalaron una tarde de lluvia y aquella tarde dejó de llover de improviso; mi paraguas tiene el pedigrí de mis manos, mi olor inyectado, conoce las calles que ando, las paredes que miro, las caras de las gentes con las que me sostengo la vida. Mi paraguas lleva conmigo más tiempo que una eternidad y me conoce y sabe tratarme con delicadeza de objeto.
Sin embargo mi paraguas nunca se perdió, siempre me esperaba en la percha, con la soledad comprimida y el temor de una intención malévola, siempre me esperaba quieto, soñando tal vez que me vería llegar y temblaba de gozo a su manera; siempre ocupaba más la tristeza si el tiempo alargaba el descuido. Pero nunca perdí definitivamente mi paraguas, alguien me avisaba, otro alguien, en otra vez, me preguntaba si aquel paraguas me pertenecía, si lo había perdido y me lo entregaba, siempre ha vuelto a mis manos, con el mismo deseo, con su cabo fino como si fuera su piel, con la misma ternura.
Después del encuentro no recuerdo haberle recibido con algarabía ni que me produjera esa sensación humana de placer que se viene al latido de las tripas cuando algo perdido se recupera, ni recuerdo ahora cuántas son las veces que me encontró. El paraguas es una cosa demasiado insignificante, solo útil en pocas ocasiones -y menos en el Sur-, que produce cierta molestia su llevanza constante, que no posee una especial belleza para presumir con él. El mío, además, se dobla con facilidad y se guarda en un bolsillo.
Y me traigo esta reflexión ahora que vine escondiendo mi sequedad por los soportales de esta tarde húmeda y se me frustró la precaución hasta mojarme sin remedio. Eché de menos mi paraguas marrón, no pude tenerlo para que me salvara del tiempo, lo dejé donde no podía serme útil, en la percha dormida del zaguán color salmón, allí, esperándome, deseando que lo rescatara para cumplir con su deber. No sé perder un paraguas porque él no quiere.
3 comentarios en «El paraguas»
Yo creo que lo más oportuno sería que se pasase usted al uso de la elegante gabardina -dado que ya dispone de sombrero- o el informal chubasquero, a ver si le coge más cariño, porque el pobre paraguas marrón debe andar como alma en pena ante el poco fervor que le profesa.
Tienes razón y me encanta tu comentario porque me ha dejado dibujada una grata sonrisa. Gracias por leerme y gracias por escribir conmigo en este medio tan digno, donde yo también te leo. Mis saludos.
Tienes razón y me gusta tu reseña porque me ha hecho emitir una grata sonrisa. También gracias por leerme. Saludos.