Juan García. Aquel día, como muchos otros en estos tiempos de crisis, conducía ciego y absorto en mis pensamientos de débitos e impagos, de final de mes en que había que pagar letras y más letras, de cómo estirar el poco dinero que ganaba… que casi le doy al que iba delante cuando paró ante el semáforo en rojo.
Y de pronto se me acerca un chico de color, con una sonrisa abierta y alegre, a ofrecerme pañuelos. Bajé la ventanilla y le pregunté, con cierto coraje, por qué estaba tan contento. Es que ha salido el sol, me dijo. Esas palabras y esos dientes “como espuma blanca de olas” me golpearon el alma. Yo que lo tenía casi todo, más o menos cubierto, aquellas palabras me desnudaron. Era feliz porque había salido el sol y así estaba más calentito. Pasé todo el día con la misma reflexión: las gentes sencillas saborean más y mejor las cosas buenas de la vida.
Tan corriendo y tan deprisa caminamos que cuando me preguntan: ¿a dónde vas? Les respondo: no sé, me llevan. De ahí que los parones en seco que nos encontramos en cualquier esquina de nuestro día, nos hacen retomar la calma y serenidad para replantearnos muchas cosas.
Tengo que cambiar “la parabólica del corazón”. Sentir más y mejor los latidos que se escapan por las rendijas del alma. Así que otro día no solo baje la ventanilla, sino que me bajé a echar un rato con el chico de color. Me contó su dura travesía por África, pidiendo para comer, vestir y juntar dinero, durante dos años, esperando oportunidad para saltar el estrecho. Y ya cuando divisaban la costa española, el mar se encrespó y estuvieron a punto de zozobrar. El grito acompasado de “Dios ayuda, Dios ayuda”, les dio fuerzas para recabar en la costa. Las peripecias que tuvieron que pasar, ya las contaré otro día.
Los semáforos ya tienen cuatro colores. Desear que pronto se ponga verde para pasar del sonrojo y no darle nada, es perder una oportunidad de encuentro. Bajar la ventanilla, está bien, aunque solo sea para dar los buenos días, pero bajarse y tomar un café con ellos, está mejor.
5 comentarios en «Semáforos de cuatro colores»
Buena columna, buena reflexión, mejor actitud.
Mi enhorabuena, querido Juan. Pero no por tu reflesión en esta columna, sino por tu capacidad de reacción ante la sencillez de un gesto que, para la mayoria de los mal llamados priviligiados pasa desapercibida.
Estimado Juan:
Un ejemplo sencillo que ayuda a caminar a quienes transitamos de puntillas por los senderos de la convivencia. A veces, lo que nos propones, hace más bien que un gesto material.
Un deseo: No te canses de alumbrar a los caminantes.
Saludos
Me gusta mucho que hayas compartido con nosotros tu experiencia y recordé la mía en otro semáforo, donde otro chico de color ya me conocía de darle de vez en cuando alguna que otra moneda. Pero un día que no llevaba suelto, me disculpé y él me comentó: «No te preocupes, con tu saludo me basta». Me dejó todo el día y esa semana tocado.
Saludos.
Me ha encantado, lo demás, te lo diré en la mesa.