Un poco de Prozac para don Quijote

Yolanda Pelayo. La imaginación de don Quijote y su capacidad de crear realidades no demasiado ciertas, de generar ilusionantes expectativas en el pobre Sancho, hizo que éste se entusiasmara no pocas veces con las vilezas de su señor. Pobre inculto, envuelto en tan española candidez…

Creyó que, tras relatarle la idea del bálsamo de Fierabrás, tan antiguo como el mismo Jesucristo, y virtuosamente dosificado “… que con sola una gota se ahorrarán tiempos y medicinas…”, todo sería maravilloso, allí no habría pasado nada y podría alcanzar la cura de todo mal. Además, como el coste de producción se antojaba tan bajo, no tuvo más remedio que sucumbir ante tan tocomochante idea; por Dios! pongamos en marcha ya semejante pócima.


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Han pasado cinco años, ya hace casi cinco largos años desde que se comenzó a barruntar la depresión y todo se nos empezó a transformar de una mañana a aquella misma noche. Al principio, y con cierta dosis balsámica, por un bobo bien administrada para que la curación nos consiguiese envilecer, el resultado no fue tan trágico e inesperado como posteriormente tuvimos la mala suerte de disfrutar, y digo bien, porque al menos conseguimos agarrarnos a los troncos que dejó la explosión, desgraciadamente algunos se quedaron. Qué cierta es la sabiduría popular cuando nos dice que, a veces es mejor tratar con cien pillos que con un tonto.

Más tarde, gracias a que somos una sociedad un poco más formada que la del siglo diecisiete, nos tuvimos que poner a tomar conciencia de la realidad y se pensó que lo balsámico era mejor dejarlo para el vinagre, que nos merecíamos algo mejor; de nuevo aparece vestido de otra guisa otro aclamado don Quijote que, en su triunfo, nos suministra otras dos gotas de la pócima. “¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? Dijo Sancho Panza. Es un bálsamo de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte ni hay que pensar en morir de ferida alguna”.


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Este nuevo Quijote, con la receta en su poder, había olvidado la precaución de lo debido a Sancho, osó de nuevo en no cambiarse más que de atuendos y consiguió de éste poco más que el afianzamiento en su ser de la idea de locura cara dura del que solo usa las soflamas para evitar dar lo anunciado. Sancho, embaucado desde el principio, decidió prescindir de la prometida ínsula a cambio de la receta de un bálsamo cuyos resultados, iluso de él, solo se conseguían con el duro trabajo.

Y es que siempre se ha dicho de nuestro país que es uno de Quijotes,  incauta de mí, lo tomé por el lado del que se cree salvador del prójimo a título gratuito, dejando lo oneroso para otra ocasión que lo merezca más. El tiempo me ha hecho ver que sí, el nuestro es un país de Quijotes, pero lo veo desde otro punto de vista, es una tierra de embaucadores que en su real ensoñación prometen hasta meterla,  que nos hacen beber Fierabras sin límite para que podamos seguir caminando a su lado. Por eso, quiero pensar que el momento que está surgiendo y va a venir, fruto de una esperada catarsis, nos va a devolver las cosas que se nos olvidaron y nos va a quitar aquellas a las que nos acostumbramos.

Un poco de Prozac  para don Quijote, que el tiempo se va.

1 comentario en «Un poco de Prozac para don Quijote»

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