José Luis Gozálvez. Dicharachera, jocunda, estruendosamente risueña, Susana le ha dado la vuelta al bisonte erguido de la cueva paleolítica de Altamira y lo ha convertido en un toro rotundo y sereno para el cartel de las capeas de Beas.
Podría haberse decidido por otros modelos, como aquellos bóvidos en las paredes de la roca embistiendo o revolcándose en el polvo; heridos o muertos. Pero no, ha optado por la imagen más contundente, solemne y totémica y, tal vez, menos violenta del animal.
Como en aquel sistema primitivo del lenguaje estético, la figura humana está relegada, fragmentada y a menor escala que el portentoso animal. De todos modos, Susana no puede renunciar a su mundo de rostros que insinúan siempre su estado anímico, de ojos y miradas directas o impertinentes, de gestos abstractos de color, la amalgama creativa de esta artista que cambió su especialización, y su trabajo, por dejar de tener que ir en automóvil en lugar de a pie al mismo, y ahora parece querer volar.
De la misma manera que nuestros artistas de hace miles de años aspiraron a abrir la historia del arte, de los que Goya o Picasso con sus dibujos tauromáquicos fueron discípulos aventajados, el cartel de Susana revela una poderosa voluntad artística en su concepto y forma, sus líneas y manchas. De esta manera lo prehistórico y lo primitivo enlazan con la vanguardia, porque en ambos casos constituyen dos maneras de salirse de la Historia.
Qué extraordinario lujo para la gente de Beas contar con este cartel de fiestas.