Antonio José Martínez Navarro. El funcionamiento del botijo es muy sencillo: se basa en la refrigeración por evaporación. El búcaro está hecho de un material muy poroso. El agua del interior se filtra por los poros de la arcilla y, en contacto con el ambiente seco exterior característico del clima mediterráneo o atlántico se evapora por esos minúsculos agujeros. Para pasar al estado gaseoso el agua necesita energía (calor) y puede tomarla del ambiente, pero también del líquido que queda en el interior, bajando así su temperatura. A este fenómeno se le conoce como efecto botijo.
El botijo construido en barro blanco era más poroso y remojaba por fuera. El de barro rojo no rezumaba como el otro. El botijo se dejaba enfriar por la noche en las ventanas y para evitar el agua que desalojaba se le colocaba en un platito. Como única ceremonia que conozcamos, a los búcaros se le quitaba la fortaleza que pudiera tener el barro echando en su interior aguardiente.
Los búcaros o botijos y otras vasijas o recipientes de barro salían de las diversas alfarerías que existían en Aljaraque, cuyos dueños vendían sus mercancías ambulantemente por las calles onubenses en burros, donde, envueltos en paja, iban los botijos en serones. En Huelva podemos poner como ejemplo la que estaba instalada en la Plaza de la Merced. Así, leemos en un documento de compra y venta de doña Cristobalina de Feria y Guzmán a don José Rodríguez Martínez, otorgada el día 11 de febrero de 1897 ante Juan Cádiz Serrano (Folio 317, número 236) que nos dice:
<<Entre otras cosas: una casa habitación de planta baja, situada en la Plaza de la Merced, hoy Alameda Matheson, número 15 antiguo y 23 moderno, lindante por la derecha de su entrada con casa hoy de los herederos de don Antonio Picazo, por la izquierda con otra de don Julián Monís Andivia, y por la espalda tiene fechada a la carretera o calle de Gibraleón, consta de dos portales, habitaciones de ambos lados y patio corral donde existe fábrica de alfarería, con dos hornos, tres pozos, los obradores y dependencias indispensables…>>.
También se vendieron botijos en la calle Barcelona, limítrofe al antiguo Mercado del Carmen.
Una costumbre inculta que se verificaba en los días precedentes a la celebración de las fiestas en honor del dios carnavalesco de la carátula y en las primeras décadas del siglo XIX era “arrojar al interior de las casas macetas, búcaros, cántaros y otros trastos…”.
Estampa típica en la primavera mitad del siglo XX era ver salir de la célebre Posada del Carmen a los vendedores ambulantes con sus burros cargados de utensilios de barro (botijos, botellas, lebrillos….) y pregonar su mercancía por las calles de Huelva: “¡Botellas y búcaros finos…!”.
En la década de los años veinte los veranos en Huelva se caracterizaban por la temporada de baños que comenzaba el día de la Virgen del Carmen y se cerraba una vez finalizada la feria de la Cinta. En la estación citada se sentaban de noche en las puertas de las casas a tomar el fresco toda la familia donde tenían como compañero inseparable el búcaro. Había algún novio boyante que invitaba a la familia a una gaseosa o, si atinaba a pasar por allí el tío de los helados, a un barquito que costaba una “perra gorda” (diez céntimos). Muchas familias solían trasladarse por la noche a los jardines del Muelle y en el quiosco de “Bigote”, muy trabajador, emprendedor y servicial (aunque su carácter fuera caracterizado por las malas pulgas) pues bien, allí se llenaban los veladores y las consumiciones no eran otras que gaseosas y refrescos de zarzaparrilla. El viernes 21 de agosto de 1953 el “Duende de la Placeta” en el apartado titulado “Pulso de la Ciudad”, habitual durante varios años en el recordado diario “Odiel”, recordaba el simpático botijo en su artículo “Sigue el calor”:
<<Dos meses de verano y vaya que lo estamos sudando bien y lo seguiremos sudando, si Dios no lo remedia, hasta que llegue el veranillo del membrillo que también es de aúpa.
Nos dicen que ayer sopló viento de todas las direcciones menos ese tan grato que en otros tiempos nos llegaban de la mar y que parece ser ha tomado aquel rumbo que el de las caballas, que tancaras se dejan ver.
En nuestra Redacción solemos refrescarnos empinando de vez en cuando el clásico botijo y bien que nos refrescamos gracias a un ingenioso invento de esos que se descubren por casualidad. Consiste tanta ventura en un pqueño agujero abierto, no intencionadamente, muy cerca del pitorro que nos empapa mientras bebemos sin darnos cuenta. Es decir, que después de calmada la sed se nos pega el camisón al pecho y es una delicia el sentir cómo nos llega hasta la espalda un frío glacial cual si estuviéramos en una nevera.
Tanta dicha está al alcance de todos y como no somos egoístas, lo damos a conocer al público para que disfrute, con la venia del compañero Octavio –excelente periodista que perteneció al diario “Odiel” durante varios años y que publicó, entre otros, la exquisita obra titulada “Se nos fue la Cervecería” –se refiere a la Cervecería “Viena”, añadimos nosotros-, tan original sistema de evitar el calor>>.
En los años cincuenta, sesenta y setenta se veían en los bazares onubenses magníficos botijos de vivísimos colores, llegados de las apreciadas alfarerías murciana y valenciana.
Francisco Montero Escalera publicaba en las páginas del diario “Odiel” del día 30 de junio de 1968 un artículo titulada “El búcaro, amigo fiel”, en el que alababa los dones que el hombre recibía contra el calor de la omnipresente presencia del botijo en aquellas fechas:
<<Cuando aún el sol se oculta en las frecuentes brumas primaverales, con aires fríos a veces, y también con lluvias, se prolonga en una y otra calle, un viejo pregón que nos ambienta y dispone para recibir la veraniega estación con todos los honores. El tal pregón se ha dejado oír ya como siempre:
Bucaroo… fino…
El vendedor, siguiendo a las bestias cargadas de tan frágil como típica mercancía, mantiene en un dilatado y sostenido tiempo, barrunto de temprana modorra, su potente voz recreándose en ella para que así cale por ventanas y balcones el oloroso barro que da el agua fresca en los días calurosos del estío.
La virtud del búcaro se hizo eterna a partir de su concebida creación por el hombre. No hay otra cosa en la casa tan precisa como él en los ardores de la canícula. Su frescura se hace densa en el hogar con solo su presencia y más aún si se le ve brotar de sus poros gotas parecidas a las del rocío de la mañana…
Hemos dicho que el búcaro se hizo eterno a partir de su concebida creación y así como neveras y frigoríficos se empeñan en hacerla la guerra, pero no. El búcaro seguirá mientras continúa el trigal cuidando las doradas viñas. Sólo dejaría de ser eficaz en el caso de que el sol se (palabra cortada y por lo tanto desconocida) como consecuencia del fin de todas las cosas.
Búcarooo…finooo.
El pregón del vendedor mantenido en un elevado tiempo, ha calado ya calado ya por ventanas y balcones. En él queda la fragancia del barro cocido que se palpa como una bendición >>.
En la actualidad los búcaros, con el alto grado que se ha alcanzado en el campo de la refrigeración del agua, ha quedado relegado a un segundo plano, cosa que no ocurría antiguamente en la que el botijo era uno de los componentes habituales entre los enseres domésticos, siendo omnipresente en aquellos viajes en tren a la playa de la Punta del Cebo o Sebo, o en las tertulias familiares que se desarrollaban hasta altas horas de la noche en los frescos patios de las casas de vecinos o en las puertas de la casa de la calle.
De ahí que el gran compositor y poeta onubense Pedro García Morales en su libro de poemas titulado “Gérmenes”, publicado en 1911, le cantara con admirables versos:
Medianoche…
El búcaro rojo
al relente cuelga
Son de guitarra…
Sueño en mi reja,
caricias del aire,
destellos de estrellas.