Ramón Llanes. Nos cuesta vivir. No refiero mi atención al desgaste económico. A vivir, a respirar, a estar, a acomodarse. Vivir en términos de alcance de medios para sortear las inclemencias duras o absurdas de esta existencia a veces útil, a veces indeseable. Cuesta la misma vida vivir. Me imagino al gato con su preocupación por comer, dormir y reproducirse; me imagino al toro que parece no preocuparse más que de alimentarse; me imagino al pájaro que su objetivo primero la centra en el vuelo y en la reproducción una sola vez al año; imagino la piedra que no tiene preocupaciones, sí en cambio el agua que anda, habla y se relaciona; imagino la forma de vivir de un ciego en el paraíso, quiero imaginar que sus anhelos serán los mismos que los del toro o casi ni esos. Imagino al hombre, me hago más idea, y es un ser tan adaptable que vive en condiciones extremas siempre.
Que el hombre sea un ser radical lo dicen las experiencias científicas y además dicen que la más importante de las preocupaciones de este ser llamado mujer/hombre es mantener la vida, por encima de todo, incluso del deseo o de la felicidad. Y al hombre/mujer le cuesta mantener el tipo más que a nadie de sus socios naturales.
Vivir en la soledad de tenerse y sobrevivir en el desamor y mantenerse intacto en vida cuando el dolor ataca; vivir a pesar de los enemigos interiores, de esos que desconocemos y nos llegan alguna vez, díganse depresiones, desganas, cáncer, virus, inapetencias, etc. Es cierto que estamos incapacitados para casi todo, que somos pura materia vulnerable y que aún a este pesar correteamos las vigas altas cercanas a las nubes, sin paracaídas; es la vida.