El padre del minero de Valdelamusa

Emilio Romero. Ayer se cumplían cuatro años desde que José María Romero Silva, el minero de bien de Valdelamusa, nos dejó, y recordamos un relato, de tantos, en los que nos habló de su padre. Quizá pueda haberse reunido otra vez, en el más allá si lo hay, con esos progenitores que tanto amaba y admiraba. De ellos me habló mucho, y en estas líneas publicamos una de aquellas charlas sobre su vida.

«Hoy cuando pasaba por la puerta de uno de los Comedores Sociales -contaba José María-, me han venido unos recuerdos de aquellos años que de niño me tocó vivir. Recuerdo perfectamente las colas de niños y personas mayores que hacíamos en el llano del Corralón. Buscaban recibir un cazo de caldo de pescado que nos daban los soldados que en Valdelamusa había aquellos años. O aquellas filas para recoger un puñado de cáscara de patatas en las puertas del Auxilio Social. Me acuerdo perfectamente el día que me subí al umbral de la puerta del comedor de Auxilio Social de Valdelamusa. Quería ver a los amigos y a mi hermano que estaban comiendo dentro. Nada más que hice subir a su puerta, vino una señorita corriendo y me dio un empujón, cayéndome de espaldas.

En aquel tiempo nunca comprendí, hoy ya sí, porque a mí no me daban de comer, cuando había tres y cuatro hermanos que comían todos juntos. Hoy estos recuerdos me llenan de satisfacción y alegría porque cuando los tiempos cambiaron la señorita que me empujó y me cayó al suelo, ya muy mayor ella, fueron muchas las veces que me dio las gracias, por favores que yo le hice. Por mi parte quedó olvidado aquel empujón que recibí por el solo hecho de ver a mi hermano y amigos comer. Hoy como siempre, estos recuerdos me hacen ser una persona feliz, por aquello de que no es más feliz el que más tiene, sino el que la felicidad quiera repartir.

Hoy lo mismo que ayer, en ese rato que dedico a pensar cosas del pasado, han venido a mis recuerdos aquellos días que le preguntaba a mi padre el significado que tenían las letras UHP, que yo veía escrita en los vagones de la mina y en algunas de las calles de Valdelamusa. Me acuerdo perfectamente la contestación que me dio, ‘tú todavía eres un niño, ya te lo diré cuando seas mayor’. Pero era raro el día que no le preguntara por lo mismo, una y otra vez. Y conseguí un día que me lo dijese, con estas palabras: ‘Esas tres letras tienen el gran significado, que el día que eso se cumpla, desaparecerán los ricos y los pobres. El mundo empezará a ser un mundo nuevo, donde todos seamos iguales y todos tengamos para comer y dormir’.

Fue lo único que me dijo, pero fue suficiente para que se quedarán grabadas en mi cerebro y haya pensado muchas veces que, si nos consideraremos todos hermanos, la vida sería totalmente diferente. Hoy me atrevo a pedir, aquello que mi padre no conoció ni yo tampoco y que no es otra cosa que lo que significaban aquellas tres letras: Uníos Hermanos Proletarios. He de decir que UHP nació en la minería asturleonesa hacia los años 30.

Este era mi padre, tenía en la fecha de la imagen solo 58 años, y ya era un viejo. Vino a este mundo solo a sufrir. Su profesión fue la de minero, trabajo que tuvo que compartir con el del campo, y muchos días sin nada para comer. Todo para poder darle medio de comer a su familia, que la formaba con mi madre y tres hijos. En 1936 se ve obligado a marcharse al campo, por miedo a ser represaliado por el solo hecho de ser republicano. Cuando regresa a Valdelamusa es detenido y encarcelado en la cárcel de Huelva, dejando a su familia sin que entrara en su casa ni una sola peseta.

Sufrió un consejo de guerra. Estuvo muy enfermo por falta de alimentos. Conoció a sus hijos, que, siendo muy pequeños, tenían que desplazarse hasta Almonaster o Cortegana a por higos o castañas. El objeto era tener algo que comer pues él, por su enfermedad, estaba inmóvil todo el día en la cama. Tuvo que aceptar, sin querer, que sus hijos siendo unos niños no fueran a la escuela, para tener que marchar al campo a guardar cabras y ovejas.

Conoció que a uno de sus hijos con 14 años se lo llevaran a la cárcel de Cortegana con los manos esposadas. Fue amigo íntegro de todos sus amigos. Nunca le oímos hablar mal de nadie. Ni siquiera de aquellos que mientras estuvo en la cárcel le negaron un trozo de pan a sus hijos. Y lo que más me duele son los recuerdos de aquellas noches que después de dedicar más de doce de trabajo entre la mina y el campo, y con deseos de acostarse, se llevara horas con sus hijos. Se dedicaba, en una pizarra, a escribir las cuentas de sumar, restar, multiplicar, dividir y al final hasta problemas que resolver. Hasta que no los resolvía no se iba a dormir.

Ese fue mi padre, la persona que lo dio todo a cambio de nada. Yo soy padre de seis hijos, pienso yo que no he sido malo. Pero también pienso muchas veces que bueno como fue mi padre no he sido ni el 10%. Papá, se perfectamente que no me oyes, pero te lo digo, son muchas las veces que pienso lo mucho que te sacrificaste por nosotros. Puedo decirte que cuando estoy con mis hermanos siempre hablamos de nuestros padres. Y a los tres se nos cae la baba contándonos cosas de ustedes. Papá, Mama, seguimos acordándonos de vosotros. Y por supuesto queriéndoos cada vez más, porque fue mucha la vida que sacrificaron en favor de esos tres hijos, que todavía estamos por aquí.