RFB. Las señas de identidad son a veces esgrimidas con discutible fundamento. En Huelva, como en otros lugares, esa apetencia de utilizar de forma simplista un concepto tan relevante ha sido y es, probablemente, una constante. Para discernir y separar ‘el grano de la paja’ solo basta con observar la historia y profundizar un poco en sus referentes. Y en este análisis, en lo concerniente a nuestra capital y nuestra provincia, ese singular metal rojizo anaranjado, vistoso por su brillo, que es el cobre sin duda constituye una de las claves conformantes de tal identidad.
Pero si hablamos de identidad hay que necesariamente observar el cobre desde la perspectiva antropológica. En este sentido, la extracción de minerales en la faja pirítica onubense que permite, desde tiempo inmemorial, obtener el cobre, es obvio que define uno de esos elementos, la minería. Pero, más allá, habría que destacar la metalurgia del cobre y, en particular, la fundición.
El que tengamos en la avenida Francisco Montenegro la fundición de cobre que año tras año se encuentra entre las primeras del mundo en eficiencia no es una casualidad. El que Atlantic Copper, con esa fundición y la planta de electrolisis (refinado) genere uno de los mayores volúmenes de producción de cobre refinado en Europa, con su especial significado estratégico en el panorama industrial español, tampoco lo es. Constituye el resultado de una tradición ancestral sumada al impulso inversor de Freeport McMoran. Esta firma norteamericana adquirió la antigua Rio Tinto Minera y se centró en la parte de actividad metalúrgica, a la que denominó en su momento Rio Tinto Metal, hoy Atlantic Copper.
Y esa tradición ancestral se remonta a muchos siglos atrás. Las escorias derivadas de la obtención del cobre que hay en los múltiples yacimientos mineros de la provincia, con significado arqueológico, señalan la existencia de fundiciones desde época pre-romana. Calcopiritas, calcocitas y tetrahedritas, entre otros compuestos, han sido procesados toda la vida en estas tierras para producir este brillante metal que resulta protagonista, por tanto, en nuestra historia y presente.
En 1970 se traslada definitivamente esta actividad a la capital pero, casi seguro, en Huelva ciudad la misma tuvo antecedentes remotos en tiempos protohistóricos. Un argumento de peso es, sencillamente, que las primeras evidencias de fundición de cobre en el mundo se remontan al sexto milenio A.C. en Oriente Medio. Parece evidente que esas técnicas fuesen fácilmente importables a estas tierras (ricas en minerales cupríferos) como muy tarde en época tartésica, máxime conocedores del intenso intercambio comercial con los nativos de nuestro enclave.
Está claro que la fundición onubense es, en tradición, heredera de las operativas en la provincia durante el siglo XIX. En particular, la de Cueva de la Mora y la de Minas de Río Tinto. Pero lo es, también, de las referidas protohistóricas y quizá de una que pudo haber concretamente en la ciudad de Huelva. Sabemos que a nivel industrial los descubrimientos arqueológicos han puesto al descubierto factorías romanas vinculadas a la pesca. También que, recientemente, se han descubierto parte de los restos del puerto tartésico en el subsuelo del antiguo edificio de Hacienda, y cuya línea de atraque se extendería hacía la actual Plaza de las Monjas. Un puerto importante, como podía ser este, conlleva comercio pero también actividad industrial. No sería descartable, ni mucho menos, que hubiese en su entorno una fundición de cobre en toda regla.
Hay un episodio en nuestra historia reciente que refuerza esa hipótesis. El descubrimiento del depósito de armas y utensilios de bronce (aleación de cobre y otros metales, estaño principalmente) en la ría de Huelva, en 1923, fue un acontecimiento arqueológico de alcance internacional. De hecho, el Museo Arqueológico Nacional, donde se ubican la mayoría de estas 400 piezas de bronce (y una de hierro), considera que el conjunto, a día de hoy, sigue siendo el más abundante e interesante depósito de armas de la península ibérica. El encuentro del valioso conjunto, como se sabe, se produjo de forma fortuita en las labores de dragado en torno al muelle de Tharsis.
Pero estas armas tenían una singularidad, eran usadas, muy usadas. Tan usadas como que solo se explicaban como un cargamento de restos de lo que en su momento pudo ser un equipamiento bélico. El misterio aparecía asegurado. Unas armas, y objetos varios pero sobre todo armas, juntas en un punto del fondo de la ría de Huelva. Entre 7,5 y 9,5 metros de profundidad. La interpretación inmediata era que podía ser la resultante de un hundimiento por un combate naval en el Odiel. Pero ese deterioro de las armas deshacía la explicación. También se habló de una ofrenda religiosa. No parece una ofrenda correcta con armas devaluadas, inoperativas. En este caso los dioses bien podrían sentirse molestos.
Parece que la explicación más plausible puede ser que ese conjunto de armas fuese destinada como cargamento de materia prima a una fundición, que estaría en Huelva. La cuestión es ¿en donde está? ¿habrá restos en el subsuelo de Huelva?