Mari Paz Díaz. La isla Saltés sigue siendo uno de los lugares más relevantes de la historia de Huelva. Situada en la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, en la Reserva de la Biosfera del Paraje Natural de Marismas del Odiel, este enclave ha sido el escenario de destacadas civilizaciones desde la protohistoria. Por ejemplo, se le atribuye ser la capital de Tartessos, lugar de desarrollo de la industria del salazón en la época romana -Estrabón habla de un templo dedicado a Hércules en la zona- o un significativo yacimiento arqueológico árabe. Una intensa actividad provocada, sin duda, por su posición geográfica estratégica de cara al mar.
De todos estos momentos históricos, uno de los más atractivos y relevantes se produce durante la época musulmana, en la Edad Media, cuando en Saltés se instala una próspera ciudad árabe, denominada Shaltish.
Como ya expusimos en artículos anteriores, de esa urbe es especialmente conocida su Alcazaba, una fortaleza defensiva del siglo XI que protegía a toda la ciudad taifa. Un monumento de grandes dimensiones con dos accesos: el terrestre orientado a la ciudad, protegido por una Torre de Flanqueo, mientras que al oeste se instaló el embarcadero para llegar directamente a la Alcazaba desde la ría.
Sin embargo, la Alcazaba no es el único punto de interés de Saltés. La ciudad en sí, cuyo origen se remonta a la época califal (siglo X) e, incluso, al Emirato de Córdoba, en el siglo IX, cuenta con enormes atractivos.
Su emplazamiento se sitúa en la zona norte del paraje de El Almendral, el área más destacada de las tres zonas en las que se divide la isla -junto a El Acebuchal y la Cascajera-, siendo esta donde se hallan los restos arqueológicos más importantes, además de haber sido nombrada Bien de Interés Cultural como Conjunto Histórico y Zona Arqueológica. No es extraño si tenemos en cuenta que fue en El Almendral donde se establecieron los primeros pobladores de Saltés, llegando a alcanzar las 25 hectáreas.
Esta ciudad islámica, la Madinat Shaltish, paró el reloj en el siglo XIII, si bien alcanzó su momento de mayor esplendor con Al-Bakri, un rey del taifa de Huelva, nacido en la isla Saltés en el año 1014. Entonces, Saltés llegó a ser cocapital de un reino taifa, en el Reino Bakrí de Umba (Huelva) y Shaltish (Saltés), aunque, realmente, se trataba de la misma ciudad.
Así lo describe el investigador Eduardo López Báez, en el trabajo presentado en la Universidad de Granada (UGR) titulado ‘El arte hispanomusulmán en la provincia de Huelva: un acercamiento a través de los ejemplos más significativos’. El reino fue durante cuarenta años seguro y fuerte económicamente, al menos, hasta la guerra con el reino de Sevilla.
La dinastía Bakrí había elegido la ciudad onubense como lugar de residencia. Allí podían disfrutar, por ejemplo, de magníficas vistas hacia al océano Atlántico o a la desembocadura del río Odiel.
Pero, ¿cómo era la ciudad de Saltés? Tal y como explica López Báez, “gracias a alHimyari, un geógrafo del siglo XIII, sabemos que la ciudad no tuvo muralla y, además, que en la misma se desarrollaban diferentes actividades económicas, donde destacaban la pesca y la metalurgia del hierro”. La muralla se planteaba innecesaria por encontrarse en una isla, pero esto no impidió que contara con otros sistemas de defensa, como sabemos, como un alcázar, un foso y una atarazana.
Una ciudad con un entramado urbano ortogonal uniforme muy similar al de Madinat al-Zahra (Medina Azahara) en Córdoba. Gracias a los trabajos del arqueólogo francés André Bazzana y a la arqueóloga cántabra Juana Bedia García, quien fuera directora del Museo de Huelva, sabemos que el trazado de la ciudad tenía varias manzanas que eran recorridas por callejones y casas adosadas.
Con dos calles principales a lo largo de las cuales se levantaban las casas, contaba con amplios arrabales. Sobre las viviendas, Eduardo López confirma que seguían la tipología islámica, siendo las más conocidas las de la época almohade, entre los siglos XII y XIII. En ellas, prevalecía la intimidad y el uso privado sobre lo público.
En definitiva, a modo de conclusión, podemos quedarnos con la idea que constata este interesante trabajo presentado en la UGR, que afirma que la Medina de la Isla Saltés, junto a otras ciudades creadas in situ por los musulmanes en la Península, es un gran ejemplo de que no siempre las ciudades islámicas se caracterizaban por tener un urbanismo anárquico y desorganizado, rompiendo así con uno de los mitos más extendidos de la cultura islámica. Y todo ello lo podemos comprobar aquí, en Huelva.