RFB. Toda la vida en el Puerto de Huelva es una expresión que Cristóbal Ponce de León, el último Vigía, puede utilizar con literalidad. Tanto es así que el mismo día que vio por primera vez la luz, hace ochenta y dos años, su madre se puso de parto en una casetilla donde almorzaban operarios del puerto, entre ellos su padre. El lugar, justo donde hoy se erigen las oficinas centrales de la Autoridad Portuaria.
Como de cotidiano, su mamá había acudido a llevarle la comida al papá. Era un día de junio de 1942. Pero esta vez el encuentro de la pareja sería singular. El niño que llevaba encinta la mujer pedía paso. Rápido, y precisamente en una camioneta del propio Puerto, la trasladaron al Hospital Provincial de la Merced para culminar el alumbramiento de nuestro protagonista. Ese vínculo de primera hora con la institución portuaria de Cristóbal fue una ‘señal’ de que sus caminos irían unidos para siempre. Y así fue.
Tenemos el privilegio de charlar un buen rato con él, junto a nuestro amigo Cesar Vera, jefe de Departamento de Dominio Público Portuario de Huelva. Ponce de León nos cuenta muchas cosas, una ínfima parte seguro de una vida que a nosotros nos parece apasionante. Fue nada menos que el último ocupante de la mítica Casa del Vigía, el último Vigía del Puerto de Huelva. Y mucho antes, desde prácticamente un niño, ya había comenzado a trabajar en la institución. Su padre falleció cuando tenía solo catorce años y no le quedó otro remedio que ‘arrimar el hombro’, desde muy joven, para que su familia de tres hermanos junto a su madre pudiese salir adelante. «Trabajé mucho, no me quedó más remedio, y no me pesa«-aclara-.
Antes, en las vacaciones del colegio, ya había hecho cosas en el lugar que sería su definitivo hogar profesional. «Estuve en el colegio de La Morana, en el Medio Huerto, de las Colonias, y también en el San José» -señala Cristóbal-. Reconoce y agradece que en el Puerto se portaran muy bien con él, al facilitarle trabajo y ayudarle a poder sustentar a la familia. Por su vida portuaria han pasado muchos compañeros, y muchos directivos. Recuerda con especial cariño y agradecimiento a Juan Arroyo, que fue presidente a finales de los ochenta, principios de los noventa, del siglo pasado.
Nos acercamos a la Casa del Vigía -recién restaurada- y hablamos de otros tiempos. Imaginamos a Cristóbal tras los amplios ventanales de la esquina Este, sentado en una butaca con la noche encima y las luces de la elevada vivienda apagadas para ver mejor las de las boyas que enfilaban, tal cual hoy, la entrada del puerto onubense. Mirando a un canal, el del Padre Santo, por el que se han deslizado cientos de miles de ‘obras vivas‘ -quizá más-, buscando el destino o abrigo de tantos buques desde mediados del siglo XIX. Estaba una semana trabajando, 24/7, y luego otra descansando. Siempre pendiente allí, en la ‘cofa’ de la entrada del Puerto de Huelva, el Vigía, atento, observador, meticuloso.
Nos dice que cuando estaba en su puesto mirador podía llegar a ver una gaviota posarse en el espigón. Aguda visión personal que al principio se sumaba a unos viejos catalejos para observar con atención todo lo que pasaba en la bocana portuaria. Luego serían prismáticos más contemporáneos, acompañados de una estación de radio con la que comunicarse con los barcos, con los prácticos, con los responsables del tráfico, para informar de lo que acontecía en ese punto crítico de la navegación en Huelva. Muchos barcos, muchos temporales, mucho trasiego marítimo grabados en la retina de este hombre mayor que, por cierto, mantiene una vitalidad y un estado físico enviable.
Una labor ‘a pie de Barra’ que era imprescindible y que ya luego fue sustituida por el sofisticado sistema de vigilancia con cámaras. Cristóbal, el último vigía del Puerto de Huelva, cogió el testigo, en este trabajo tan especial, de veteranos colegas entre los que hubo incluso una mujer, Pepita -con una caligrafía que dejó en los registros espectacular, cuando se escribía con una pluma natural, destaca nuestro interlocutor-. A él le llegó esta encomienda hace unos cuarenta años. Cuando dejó de llevarse a cabo la función Cristóbal, que era un hombre de confianza y con una profesionalidad contrastada, pasó a asumir responsabilidades como policía portuario. Antes de ser el último vigía tuvo una variada gama de desempeños.
Viajamos hacia atrás en el tiempo con este libro de historia viva del Puerto de Huelva que es su último vigía, Cristóbal, y nos recuerda que de muy joven empezó de aprendiz en los talleres. Trabajó con viejas locomotoras a vapor. Llegaba temprano, las sacaba y ponía a funcionar las calderas, calentándolas, para que al aparecer los maquinistas pudieran ya operar, sin demora. Estaban en las antiguas ‘cocheras’, en el edificio que hoy ocupa el Centro de Documentación y Recepción. En este trabajo le ayudaron mucho, enseñándole, Manolito y Orube.
También estuvo en la Calderería, y resalta que la gente que allí trabajaba eran extraordinarios profesionales y mejores personas. Siempre se sintió arropado y considerado. Luego pasó a ser fontanero y posteriormente estuvo embarcado en las dragas. Como observamos, todo un catálogo de actividades propias de un puerto como el nuestro. «El puerto tenía maravillas de todo, de soldadores, de mecánicos, de bocafraguas, de caldereros. Gente tan buena como -recuerda- Juan El Sanjuanero, encargado de la Calderería, y su hijo Pepe, que se me saltan las lágrimas al recordar lo bueno que fue también con todo el mundo. Después otro maravilloso era Antonio El Recalcao, y otro también El Quirrino, que era un bocafragua«. -bocafragua, el que modela o da forma a los hierros con el calor-.
«Alguna vez -añade- me encuentro con jubilados de la época de la draga, como Bernabé o Manolín. Que gente más buena, por Dios. Estuve embarcado en la ‘Fuensanta’ y en la ‘Fresnedo’. La ‘Fuensanta’ la llevamos después a Gandía, y allí estuvimos un tiempo enseñando a manejarla. De Huelva fuimos dos, más un capitán de allí«. Antes, en 1969, estaba embarcado precisamente en la ‘Fuensanta‘ cuando, de guardia, notó un balanceo raro del barco. Al poco les llamaron para que se desembarcaran, era el célebre terremoto que sorprendió a Huelva el 28 de febrero de aquel año. El seísmo fue muy intenso, 7,8 en la escala de Richter (el de Marruecos reciente fue de 6,9), pero el epicentro se encontraba en el Atlántico, a unos 350 kilómetros de nuestra costa.
La cercanía al mar facilitaba el desarrollo de una de sus grandes aficiones, la pesca. En la draga fondeada, cuando estaba fuera de servicio, capturaba con caña unas corvinas espectaculares. Su función en este buque era de engrasador, en las Máquinas. El aprendió trabajando pero también avanzó en lo académico, obteniendo la titulación de mecánico naval. Ha solido tener barquito para pescar. Nunca le hizo falta, ni ahora, pero está en el camino de obtener el título de patrón de embarcaciones de recreo, lo que demuestra que la ilusión y el interés por hacer cosas no tiene mucho que ver con la edad cronológica.
Esa afición a la pesca, en su momento, se sumaba a la de la caza y la cría de perdices para reclamo. Pero le ha pasado una cosa curiosa, ya no se siente capaz de matar a un animal. Por eso ha dejado la afición a cazar. Ha desarrollado habilidades de amaestramiento de perdices. Y hay una faceta en la que también es virtuoso, la preparación de paellas. Los perfiles de Cristóbal Ponce de León son de lo más variado. Tiene una finquita en Villanueva de los Castillejos y ha criado cerdos ibéricos -resalta que de los 100%- y ha producido y secado unos jamones extraordinarios. A veces la Casa del Vigía en parte se transformaba con una notoria cantidad de jamones colgados del techo.
Tanto en su casa de Huelva como en el campo Cristóbal, el último vigía, tiene numerosas vitrinas llenas de trofeos de pesca, y también de paellas -advierte-. Es guardia civil honorario, y expresa por este benemérito cuerpo la mayor de las admiraciones.
Nos cuenta historias sorprendentes, como que con un grupo de amigos, antes de la mili -18 años-, iba a coger pájaros a la zona de la Rábida. Entonces, obviamente, no estaba el puente aledaño al Monumento a Colón. Allí estaba el embarcadero que conectaba esa Punta del Cebo con el viejo Muelle de la Reina de La Rábida. Después de las Colombinas, por la mañana llegaban y el atravesaba a nado el Tinto para llegar al Muelle de la Reina y coger una barca con la que, bogando, volver al Muelle de la Punta del Cebo y embarcar a los amigos para trasladarse a la Rábida. Por la tarde hacía con los remos el trayecto contrario, se volvía de nuevo con la barca al Muelle de la Rábida, la dejaba allí, y regresaba de nuevo a nado.
Le preguntamos por anécdotas de cuando era el Vigía. Nos cuenta una que da a entender el celo que manifestaba en su trabajo. «Una noche, eran las cuatro de la mañana, estaba Manuel Grávalos, el práctico, venía entrando con un barco a la altura de la boya número 3, y de pronto dejo de verla. Qué cosa más rara, me digo. Cojo la emisora, les llamo y escucho ‘si, Cristóbal, dime… -la voz de Grávalos- y escucho que le dice al capitán… ¿no te dije que Cristóbal iba a decir algo?, que la hemos pasado por la quilla, respondió«. -nos reímos- «Vendría -prosigue- algo distraído, se le iría un poco el rumbo y la echó al fondo«.
«Otra vez, un pesquerillo, ahí por la boya 13 , a las dos de la mañana, iba andando y le pegó un porrazo a la boya impresionante y también la echó a pique. Tanto que los prácticos le cogieron la matrícula. A los pesqueros muchas veces les ayudábamos. En ocasiones enredaban las redes en las hélices y nos pedían poder acercarse al muelle para arreglar la situación. Entonces yo era el que llamaba al ‘rana’ para dejar libre las hélices. El hombre se venía en coche rápido para acá, y aquí yo le ayudaba con los equipos para que hiciese su trabajo«. Entendemos, pero nos aclara por si hubiera duda, que el ‘rana’ era el buzo.
En el emplazamiento de Vigía del Puerto de Huelva tuvo la oportunidad de relacionarse con los prácticos y los tripulantes de sus lanchas, que embarcaban y desembarcaban en el muelle del Vigía. Se deshace en elogios para esta gente que compartió con él tantos momentos de profesión y también de compañerismo y colaboración. «Gente buenísima, nos ayudábamos mucho. Ahí, en la casa de los prácticos, fue donde yo aprendí a hacer ‘arroz con robalo‘«.
Le preguntamos como fue eso y nos cuenta que «yo en el muelle cogía muchos robalos, y robalos grandes. Y los regalaba. Y un día me dice un marinero que estaba ahí, que había estado toda su vida en la mar, ‘te voy a hacer un arroz con robalo y tu ya no vas a regalar más robalos’ -nos reímos- ¡estaba el arroz con robalo, Dios mío de mi alma!, y digo, pues es verdad. Después ya cogía los robalos y de ahí empezaron las comidas mías«.
Nos dice Cristóbal que esta vez que ha venido con nosotros a la Casa del Vigía es la tercera que lo hace desde que se fue. Se notan vibraciones de nostalgia en el brillo de sus ojos. Lo comprendemos, el último vigía vivió soledad, belleza, camaradería, paz, temporales… tantas emociones que tiene que tener la mochila bien cargada de estas. Un trabajo en el que figura como último eslabón, vivo, de una tradición que rezuma de romanticismo, de sal, de luz y color, de protagonista de la longeva historia del Puerto de Huelva.
Último Vigía Puerto de Huelva.
3 comentarios en «Cristóbal, el último Vigía del Puerto de Huelva»
Conocí a Cristóbal hace mas de cincuenta años y le gustaba mucho también poner la red y los jilgueros.
Un fuerte abrazo estimado y recordado Cristóbal. Me ha encantado leer y recordar parte de tus vivencias cuando éramos adolescentes y vivíamos en el Barrio de las Colonias. Te escribe Pepito Punta Umbría. Un abrazo.
Que Dios le dé mucha salud y muchos años de vida, es historia viva del Puerto de Huelva, la casa del Vigía, 1906 proyecto del gran ingeniero Francisco Montenegro, como otros muchos, la fábrica de gas para las boyas, el muelle Norte, el muelle de Levante, etc. Una abrazo de un aficionado a la historia de Huelva.