Frasquita, la de Beatriz y de Villablanca

RFB. La blancura de Villablanca siempre alegra el alma. Nos acercamos a la villa del norte de la costa occidental onubense en la ruta de nuestra serie ‘Memorias de los Pueblos de Huelva’. Hemos quedado con Frasquita la de Beatriz, como se le conoce en el lugar. Su casa, detrás del templo parroquial, se encuentra en la calle Santa María de la Blanca -nombre original de la villa-. La calle para Frasquita -como nos dice- y suponemos que popularmente, es la del ‘Valle Grande’. El Valle Grande es una de esas seis larguísimas arterias, la primera viniendo desde la costa, que atraviesan de nordeste a suroeste la localidad.

Nos acompaña amablemente Mario Martín Román, concejal de Turismo y Comercio, un apasionado de su pueblo, su cultura y tradiciones. El alcalde, José Manuel Zamora, que está en Huelva por un pleno en la Diputación, nos manda un saludo que incorporamos al audiovisual. Francisca Pérez Jiménez, Frasquita, nos abre de forma generosa la puerta de su casa y nos sentamos en su sala de estar para charlar un rato. Son testigos su marido y una chica, asistente social, que ayuda a la pareja de mayores.



La villablanquera coincide con nosotros en lo destacado de la belleza de su pueblo y su tranquilidad. Lo que le define es a nuestro juicio, más allá de esa blancura que la abandera, la grandeza de la sencillez, la luminosidad de los espacios que permite la baja altura de sus casas, la claridad, la simplicidad… atributos que generan paz y que hacen de una humildad aparente una profunda notoriedad. Y escuchando a Frasquita la sensación que nos produce es el acompasamiento, la coherencia, entre esta estética de su bonito pueblo y el carácter de su gente. El magnetismo de esta villa, muy reconocida por su renombrado Festival Internacional de Danzas, trasciende a este notable hecho y a cualquiera derivado de la intensa actividad etnográfica que desarrollan sus vecinos.

Ella, Frasquita, nos cuenta que nació en el campo, en un enclave del término municipal que lindaba con el de Lepe, en ‘Aguas Puercas’, en Los Frailes. Por eso, y porque en aquellos tiempos su familia acudía también a la localidad costera para avituallarse y realizar ‘papeleos’, fue registrada en Lepe. Pero su pueblo era y ha sido siempre Villablanca, a cuyo núcleo urbano llegó a vivir al trasladarse con sus padres desde aquel campo de su niñez. Antes disfrutaba de las visitas esporádicas para las fiestas y encuentros con familiares y amigos, y trabajaba duramente el campo, además de la labor de jornalero del padre, que lo hacía en calderas de esencia de eucalipto. «Aprendimos a leer -señala por ella y la hermana que le sigue- detrás de las vacas«.


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Al dejar el campo y regresar a Villablanca la familia de Frasquita -ella entre ellos- se dedicó a coger palmas y fabricar escobas, que vendían allí y en pueblos próximos. La nueva residencia permitió que los tres hermanos más chicos -ella es la mayor de cinco- pudieran ir al colegio desde primera hora. Frasquita y su hermana -las dos mayores-, ya viviendo en esta nueva etapa, empezaron a trabajar en Lepe, en La Antilla, en el hotel Miramar «para ayudar a mi padre y a mi madre«. Luego en Villablanca nuestra protagonista conoció a su marido, y la mayor también «se echó novio».

Frasquita en su relato hay momentos en los que se emociona. Le preguntamos si a pesar de la dureza de la etapa en la que vivían en el campo, en una realidad muy modesta económicamente y de mucho esfuerzo para salir adelante, fue feliz entonces. Afirma diciendo que «nosotros la llevábamos bien. Si, éramos felices porque teníamos unos padres que nos querían mucho«. Ese cariño recibido de sus padres fue correspondido, porque Frasquita y su hermana de buen agrado se pusieron a trabajar, dada la pobreza de los progenitores, para ayudar a sacar a sus hermanos adelante.

Una etapa posterior en la vida laboral de la villablanquera fue en el sector de conservas. Primero en la fábrica isleña de Cabot, y luego en la de Concepción, en Ayamonte, «para traer para mis padres y para nosotros vivir«. Ahora ve en la tele como son estas industrias conserveras onubenses y admira como han progresado. Ella en su tiempo descabezaba caballas y sardinas y colocaba el pescado en las latas y también manipulaba atún, con unas jornadas muy prolongadas. Tenía compañeras de La Redondela, de Lepe,… y trabajaban en tres turnos. A cada pueblo del entorno las venían a buscar y las llevaban a las fábricas para la jornada laboral. Luego, tras el accidente de su marido, estuvo nada menos que diecinueve años en la fresa. Al respecto le comentamos sobre la dureza de esta labor.  Nos dice que «es duro pero se sobrelleva. Yo no iba a esperar a que en mi casa faltara el dinero para ir a trabajar«.

Nos muestra que interiorizada la cultura del señorío, proveniente de antaño, al comentar la razón por la que el ‘papeleo’ de Villablanca se tenía que hacer en Lepe. «Nosotros pertenecíamos al Marquesado -Ayamonte- y por eso todo el papeleo había que hacerlo en Lepe«. Efectivamente, Villablanca fue en sus inicios como villa -el lugar tiene poblamiento de tiempos megalíticos- una colonización de zonas hasta entonces improductivas, promovida por los marqueses de Ayamonte para generar rentas que pudieran revertir en su propio erario. Y ellos determinaron esa dependencia inicial de Lepe para asuntos formales.

Las fiestas que conoció Frasquita cuando, viviendo en el campo, acudía a Villablanca «no tienen nada que ver con las de hoy. Aquellas eran muy pobres y hoy son muy grandes«. A aquellas antiguas fiestas que conoció de niña y jovencita «venía la banda de música de Portugal. Eran de viernes, sábado y domingo«. De las amigas con las que compartía aquellas fiestas, juegos y diversión, destaca a María, su comadre, a sus primas hermanas y a unas mellizas que se llamaban Maruja y Carmela.

Unas fiestas, las actuales, que para ella «tienen de todo. Unas fiestas muy buenas, de siete días, como la Feria de Abril -sonríe-«. Destaca, no obstante, la importancia del Festival de Danzas. Lógicamente lo vio nacer, y nos equivocamos en los cálculos comentando que tiene unos cincuenta y tantos años, cuando ha cumplido en 2023 la más que estimable, no obstante, cifra de 42 ediciones. Recuerda que el Festival «empezó muy poquito, con danzas de aquí, de la provincia de Huelva. Y después ya pasó a internacional».

Al preguntarle si está contenta de haber nacido y vivido en Villablanca responde sonriendo, con suavidad pero con firmeza, que si, que no habría preferido habitar otro lugar. Añade a la suerte de haber vivido en su pueblo la de «tener los padres y hermanos que he tenido. Cinco hermanos y a escoger de cual mejor…«. Alargamos la cuestión diciéndole que entonces ha sido una familia ‘sin peleas’. Dice que si, que «bueno las peleas normales entre hermanos… no, ni eso, porque yo he sido la mayor y ponía siempre orden«. Hermanos bien avenidos y una familia que no ha tenido problemas entre ellos, lo que afirma con seguridad y satisfacción.

Recuerda a sus padres con mucho amor, a su madre Beatriz -de ahí como se le llama- y a su padre. Piensa que están arriba y, en su condición de cristiana, considera que les protegen junto a Dios. Le encanta el alcalde que tiene su pueblo, José Manuel, y eso que no es afín ideológica de su partido. Recuerda con admiración al abuelo de este, que también fue alcalde -y carpintero- y que, según destaca, hizo muy buenas cosas por la localidad. Y así mismo a la mujer de este último y, por tanto, abuela del alcalde actual, Doña Coral, que era la maestra del pueblo.

Es devota de la Patrona del Pueblo. La Virgen de la Blanca… la número uno. Y después, la dos, la Virgen de los Dolores. «A la Virgen de la Blanca la tenemos allá arriba y eso es… la mayor devoción mariana. La queremos mucho, le tenemos muchísima devoción«. Nos cuenta también que «los vecinos nos llevamos muy bien. Nos interesamos por los demás, pero no nos metemos en las vidas de los otros. El pueblo este es muy chico pero es muy independiente. Soy persona de no guardarle rencor a nadie«.

Debemos reconocer que Frasquita nos ha impresionado. Como hemos ido sabiendo por lo que contaba, una vida muy intensa la caracteriza, con unos primeros años marcados por las dificultades económicas y una respuesta de ella y su familia basada en la decisión, la valentía y predisposición al esfuerzo para salir adelante. Mas tarde, a su marido con cuarenta años se le trunca la movilidad por un accidente y esa circunstancia determina aún más la necesidad de su empuje para avanzar, aún en ese contexto adverso. Y en toda la conversación no hemos escuchado ningún lamento ni ningún reproche al destino, si no todo lo contrario, agradecimiento y satisfacción.

Todo propio de alguien que deja el rencor en la acera de enfrente, lejos, y afronta la vida con positivismo. A la pregunta sobre su salud nos responde, en esta línea, que «tengo esta pierna operada y la otra ahí anda… pero, en fin, que yo sigo para adelante«. Hablamos de valores, y nos dice «la semilla sale de casa, hijo Nuestros hijos se han portado muy bien. lo que hemos aprendido con nuestros padres es fundamental. Yo tuve una madre maravillosa, y un padre que el Señor nos libre, y eso es fundamental. Se lo hemos transmitido a los nuestros». Tiene Frasquita dos hijos y dos nietas y se siente muy feliz. Fue feliz con sus padres y hermanos y ahora «la felicidad mas grande que he tenido han sido mis dos hijos y ahora mis dos nietas. le doy todos los días gracias a Dios porque estamos los dos -mira a su marido- y le doy gracias a Dios porque nos han mandado los servicios sociales… que es lo más grande que puede hacer un gobierno«.

 

Fotos: capturas audiovisual Edith-HBN

Villablanca. Memorias de los Pueblos de Huelva. Diputación Provincial de Huelva.

 

 

 



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