La Paga de Navidad y el gazpacho

Primer Belén de la provincia. Valdelamusa. Col. particular

Emilio Romero. «Una de esas vivencias que recordaba muchas mañanas -nos contaba José María Romero Silva, el Minero de Bien-, cuando pasaba un rato en la cama totalmente despierto, ha sido la que viví con un gran amigo como era Eustaquio Dorado. Al recordarlas no he tenido más remedio que reírme, aunque la misma tenga cosas para llorar, pero que para mí fue de alegría, por el hecho de ser unas de las primeras luchas que tuve que llevar a cabo en mi etapa como enlace sindical en la empresa minera.

Era un 10 de diciembre, fecha esta en la que la empresa hacia el pago general a toda la plantilla pero, como quiera que todos los miércoles y sábados la empresa pagaba anticipos, lo máximo que cobraba Eustaquio, como yo, no llegaba nunca a las 100 pesetas. La razón era que casi todo lo que ganamos lo sacábamos de anticipos. Pero para mi amigo Eustaquio, ese día de pago se salió de lo normal y por equivocación del pagador le dieron el sobre de uno de los trabajadores que más ganaban en la mina.


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Nada más que hizo coger el sobre salió en mi busca para contarme la equivocación que había tenido el pagador. Rápidamente le dije, acércate por las oficinas y le dices la equivocación que han tenido, le devuelves el dinero que por equivocación te han dado y que te den el que a ti te corresponde. La contestación que rápidamente mi amigo me dio, fue la siguiente ‘Eso no se lo cree ni Dios, si este dinero que me han dado no lo he visto yo nunca en mi vida’. Y riendo, como siempre, me decía: ‘Con este dinero hoy a mí no me gana ni Baones’, -que era el más rico de la comarca-.

Pero no habían pasado media hora, cuando el guarda de la empresa se acercó donde estábamos nosotros y dirigiéndose a mi amigo le dice, ‘Eustaquio, que vayas a la oficina y te lleves el sobre que te han dado equivocado’. La contestación de mi amigo no tardo dos segundos en llegar. ‘Usted le dice al pagador que yo ya me he gastado el dinero’. Y no lo había gastado, pero de verdad que luego se lo gastó. Una vez que se fue el guarda, le dije que fuera a la Oficina de la Empresa y le llevará el dinero. ‘Eso no te lo crees ni tú, cuando coño voy a tener el dinero que tengo hoy’. 


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Le estuve diciendo que no lo hiciera que podían sancionarlo por lo que estaba haciendo, pero el con la risa en los labios me decía, ‘Que me hagan lo que les salgan de los coj.. pero este mes voy a vivir como nunca he vivido’.

La Empresa no le volvió a decir nada. El siguió en su trabajo como si no hubiera pasado nada, pero llegó el día que la alegría de dos semanas antes se volvió para el en una tragedia. Y la tragedia se produjo cuando fuimos a cobrar la paga de Navidad. Le dijeron que para él no había paga de Navidad porque ese dinero era para pagar lo que antes había cobrado sin ser de él. Y mi amigo lo primero que hizo cuando le negaron el pago fue buscarme para decírmelo. Yo olvidé lo mal que mi amigo había hecho, por no devolver el dinero que no era suyo, pero como enlace sindical tenía la obligación de defenderlo.

Rápidamente me desplace a las oficinas y solicité hablar con el director técnico, que era don Julián Prado. Me recibió en su despacho donde estaba acompañado por un señor que yo no conocía, le dije que me gustaría hablar con el como jefe de la Empresa y la contestación que me dio es que podía hablar lo que yo quisiera que no hubiese problemas por estar acompañado. Le expuse lo que significaba para Eustaquio y su familia la retirada de la paga de Navidad. Y aunque yo sabía que el director llevaba razón, nunca se la di, y la conversación que tuvimos, en algunos momentos muy dura no sirvió, en principio, para resolver el problema.

Y como quiera que ninguno de los dos cambiamos de postura respecto a esa paga de Navidad retenida durante más de una hora que estuvimos hablando, me levanté del sillón y, ya en pie, y delante de la otra persona, le dije: Don Julián, solo le voy a pedir un favor, que esta noche cuando esté usted cenando con su familia, se acuerde de los hijos de Eustaquio, que es muy posible que se acuesten sin comer nada. Decirle esto al director y contestarme de manera rápida ‘ya me jodió usted’.

Llamó con una fuerte voz al guarda, y nada más llegar el guarda le dijo de manera dura, ‘acérquese a casa de Eustaquio, y dígale que venga a cobrar la paga de Navidad’. La alegría y el abrazo que me dio mi amigo Eustaquio, ¿quién lo puede olvidar? Yo por supuesto que no, porque además de solucionar el problema a un amigo, mi labor sindical, aunque era un principiante, también fue fructífera. Que alegría he recibido hoy, recordando cosas que hice con aquel gran amigo que fue Eustaquio Dorado, entre ellas aquella paga de Navidad».

Los niños de las escuelas. Col. Particular

«Es posible que muchos de los que no vivieron aquella situación de penurias y hambre que se vivió en España no se crean nada de lo que yo cuento sobre las cosas que tuve que hacer cuando solo tenía 10 añitos -prosigue José María-. Y si digo esto, es porque yo pienso igual cuando miro a mi nieto Gonzalo, y rápidamente yo mismo me pregunto si yo era así cuando hice aquellas barbaridades. Porque, aunque es verdad todo lo que cuento, también es una verdad que yo nunca pensaba que era así.

Porque que un niño con 10 años coja una cesta y se ande más de 60 kilómetros para traer 7 u 8 kilos de higos o castaña, parece que no puede ser verdad. Pero si era verdad. Y lo tuve que hacer muchísimas veces, pues con mi padre enfermo y sin nada para poder comprar, fue esa la única manera que mis padres y sus tres hijos no murieran de hambre. Hay amigos conocedores de aquellos momentos, los que me dicen muchas veces que fui un niño valiente. Y mi contestación siempre ha sido que no, porque si yo hice aquello que tuve que hacer, lo hice porque no conocía el miedo.

Es verdad que sólo tenía 10 años, pero estoy seguro de que si hubiera conocido el miedo lo que hice me hubiera negado hacerlo por mucha hambre que tuviésemos. Que fue lo que le pasó a mi hermano, que pasó muchísima hambre y no fue capaz de saltarse a un huerto y llevarse una cesta de tomates, que yo con toda tranquilidad hacía.

Yo mismo hoy con más de 86 años, analizando aquella época, y las cosa que sin mandármelas nadie hice, o estar en el campo solo sin compañía de nadie, guardando cabras aquellos días de tormentas y lluvias y cuando entraba en casa todos abrazándome con cara de pena y yo riéndome. La conclusión que hoy saco que en vez de ser valiente lo que yo pienso que era un niño con muy poco conocimiento de las cosas que con esa edad me podían pasar.

De todas maneras, odio aquella época, más que nada por las personas que vi morir pidiendo pan, y que comparándolas con la manera de vivir de hoy parece imposible. Aunque si digo la verdad, dormir con tus padres y hermanos en la misma cama porque no había mantas para mí era una gozada y mis sueños una maravilla. Así que para terminar diré que hoy es muy diferente la manera de vivir a como vivimos entonces, pero yo que de niño no pisé una escuela, aquellas penurias me han servido para saber distinguir el bien del mal.

Que disfruté mucho de niño sin tener nada, es completamente cierto. Tenía unos amigos maravillosos, tan maravilloso que lo que teníamos siempre lo compartíamos unos con otros. Uno de ellos fue mi amigo Juan Romero, de apodo ‘El Randa‘, -porque de verdad, era una randa y además de lo más gracioso que había-, y fue con el que más fechoría cometí. Ahora al recordarlas no me da vergüenza contarlas pero sí que me dan ganas de reír.

Hablamos de tiempos muy duros, donde la máxima penuria era no tener nada que comer. Una tarde se acerca por mi casa y a escondidas de mis padres me dice, ‘compadre, -que era como nos llamábamos- esta noche nos vamos a comer un buen gazpacho. No quiso decirme donde ni como íbamos a comer gazpacho. Yo deseando que viniera la noche no me moví de su lado ni un solo momento. Como esperaba llegó la noche y me dice con la risa en los labios ‘compadre vámonos’.

Y nos fuimos a una casa donde vivía uno de los jefes de la empresa, concretamente el jefe de almacén, y nos sentamos enfrente de la vivienda en espera que la mujer del jefe pusiera el gazpacho en la ventana, para que se pusiera fresco, pues en aquella época nadie tenía frigorífico. Y, efectivamente, apareció la mujer con un dornillo lleno gazpacho. La alegría que yo recibí no podría explicarlo con letra, pues quiero recordar que era poquísimo lo que aquel día habíamos comido y ver aquel dornillo lleno de gazpacho migado con trozos de pan fue inmensa. Una vez que la mujer desapareció, nos fuimos en busca de la presa.

Llegué el primero, cogí el dornillo, me lo llevé a la boca y dejé porque mi amigo Juan me dijo, ‘Coño no te lo bebas todo, deja algo para mí’. Esta fue una de las chiquilladas que ahora al recordarla más gracias me hacen, pues si mi amigo Juan no me dice nada, se queda aquella noche sin probar el gazpacho. Todo esto lo tuvimos que hacer porque las circunstancia lo mandaba, ya que eran muchos los días que se pasaban sin comer, y si comíamos algo eran porquería como las pipas de las algarrobas que la gente tiraban de sus bocas.

Pero claro, a recordarlo hoy, lo que me produce es risa, siendo ese uno de los motivos por lo que me gusta contarlo y más porque la edad que teníamos cuando hacíamos estas fechorías estaba entre los 9 o 10 años, que a cualquiera que ahora lo lea le parecerá imposible que unos niños hicieran aquello. Lo que viene a demostrar que el hambre despierta el ingenio. Yo eso lo tengo claro, muchas de las cosas que hice de niños no sería capaz de hacerlas ahora que voy a cumplir 87 años«.

 

 

La paga de Navidad, el minero de Bien.

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