
JdeB. Vale la pena salir del bullicio cotidiano y pararse. Buscar algún lugar en donde respirar a pulmones llenos y limpiar la mente de tantos pensamientos ruidosos, ajenos a nuestra esencia. Y la provincia de Huelva ofrece mil y un lugares para eso, para descansar del vértigo al que nos sometemos en un consumo de vida a veces sin sentido, sin contenido por lo fugaz.
Doñana en general es uno de nuestros más preciados tesoros y, paradójicamente, menos conocidos por los onubenses.

Hay espacios en este paraíso de la naturaleza que te permiten eso, parar el tiempo y sacarle más jugo, más autenticidad.
El charco del Acebrón está ahí cerca, formando parte del Parque Nacional. Y no es el charco en sí, si no su entorno. Los senderos que le rodean te permiten introducirte en el cuento que quieras, dibujar estampas mágicas de eterna imaginación infantil. La visita al palacio, una edificación sorprendente por lo atípica en el lugar, ya supone una experiencia singular.

Necesariamente tienes que evocar la personalidad y motivaciones de su promotor y primer propietario, Luis Espinosa Fontdevilla. Sin descendencia, nacido en familia comerciante de vinos acaudalada, Espinosa tuvo el sueño cumplido de construir el atípico palacio en una inmensa finca junto al arroyo de La Rocina. Pero el final de la historia no fue feliz, dado que terminó arruinado y teniendo que vivir sus últimos días en Almonte, acogido en la casa de quién fue su capataz.

Hay un sendero que parte del palacio y rodea el charco absolutamente espectacular. Frondosa vegetación en un mundo de algaidas que nutren a un bosque de ribera, con enormes eucaliptos, pinares y matorral, compartiendo espacio con añejos sauces y alcornoques, todo ello entre el canto de aves acuáticas como ánades y fochas. Centenarios acebuches y madroños forman parte también de un conjunto impactante por su inusual belleza.
Charco del Acebrón. Huelva.