RFB. No había habido suerte de nuevo. Aquel lunes 23 de diciembre de 1912 amanecía en Huelva con una cierta resaca de desencanto porque el gordo que salió del bombo la mañana anterior no había tocado. Solo muy de refilón, como de costumbre, había llegado algo a los bolsillos de un pequeño número de onubenses.
Como una gota en el agua, como decimos, el factor de la Estación de San Juan del Puerto del ferrocarril de Buitrón, Elías Beltrán, se llevó un pellizquito del premio principal, que se había ido a Santander. Jugaba 5 pesetas que le había enviado por correo un tal Cepeda, viajante de comercio sevillano. A este aislado caso hay que añadir el del conocido panadero Rafael Colombo -hijo-, quien jugaba 45 pesetas de un décimo del cuarto premio (cada décimo costaba 100 pesetas) y que las había repartido con su padre y otros familiares, amigos y clientes del establecimiento de la calle José Canalejas, popularmente nombrada Berdigón.
Se aproximaba la hora del almuerzo y también como de costumbre, en el cruce de la calle Sagasta, Carmen, Zafra y Marina había un gran ambiente. En este día previo a nochebuena de 1912 en aquella Huelva aún más, dado que los niños y jóvenes estudiantes gozaban de sus vacaciones navideñas. Era lunes y se conjugaba la actividad comercial de la calle Sagasta y el resto de las que desembocaban en la Placeta con la proximidad de la Plaza de Abastos, centro de bullicio matinal en aquella Huelva alegre y luminosa.
Y hacía un rato que habían llegado dos extraños individuos con una aparatosa cámara fijada a un trípode. Habían situado la misma a la altura del establecimiento principal de Anastasio Barrero -banquero diversificado que vendía coloniales, harinas y cereales, además de café tostado cada día-. Su fachada hacía esquina abriendo la calle Almirante Hernández Pinzón -en lo corriente Marina-.
La atípica presencia de esos foráneos atrajo la atención de todos los que estaban en la calle. Es más, mantuvo la curiosidad de varios que observaban, desde los balcones del Hotel Internacional, la bulla callejera. Precisamente al lado de la puerta del hotel, en la entrada del célebre café Nuevo Mundo, se encontraba en ese momento el joven Juan Blanch Nicolau, hijo del propietario del establecimiento Pedro Blanch.
Nadie quería quedar fuera de la foto, ni los vecinos de la calle ni los transeúntes que pasaban por allí. Entre los que más se acercaron al objetivo estaba un aprendiz de cartero, que bien podría ser Cayetano Asensio Hierro, de unos doce años. Quizá iba con su vecino Pepito Marchena, hijo del abogado José Marchena Colombo.
Un poco más atrasados, con abrigos largos y gorra, pudiera ser que observaran la acción Manuel Bravo Cantillana y Fermín de la Sierra Vázquez. Este último el hijo del conocido consignatario, entonces sucedido por su viuda.
Algunos clientes del bar ‘El Cocodrilo‘, situado al fondo, salieron del establecimiento y miraban también, curiosos, al principio de la calle Marina. Un poco más arriba, en la misma acera, estaba a punto de pasar por delante de la contigua Marmolería Durán Joaquín Domínguez Roqueta. El corredor de comercio bajaba por la calle con dos clientes con los que se había tomado un café en el Bar Rengel de La Placeta.
En la acera del hotel, su parada habitual, se encontraba estacionado el coche de José Rivera López. En diciembre de 1912 había movimiento en Huelva, sin duda, con lo que quizá fue una casualidad que en ese momento no se encontrase en algún trayecto. El y su acompañante, por indicación de los fotógrafos, se habían aprestado a subirse al pescante para salir en la instantánea como Dios manda.
Muchos sombreros y gorras entre los que aparecen en la foto. Probablemente bastantes habrían sido adquiridos en sus momentos en la sombrerería de José Vidosa, que estaba en el nº 35 de la calle. Una arteria urbana que contaba con todo tipo de comercios especializados. Desde escopetas -Enrique Gómez- hasta cesterías -Cayetano Asendo-, pasando por tiendas de zapatos -Vda. de Gómez Cano-, muebles -Bravo-, cerillas -Miguel Borrero-, comestibles -José Bermejo-, hasta droguerías -Simón Abril- y de otras naturalezas.
Es espectacular apreciar las sombras y la intensa luz que aparece en la imagen proveniente de la calle del Carmen. Entonces Huelva, como ahora, sería la capital de España con más horas de luz al año. Suaves y soleadas jornadas que se mantenían bien entrado el invierno.
Un instante del tiempo, parado, en una Huelva cuya su esencia sigue ahí, a pesar de todo. Hoy de esa imagen no queda lamentablemente ningún edificio. Las personas era prácticamente imposible que sobreviviesen a estas alturas del XXI. Aparece un bebé que ahora tendría unos 110 años. El resto por encima.
La pena es que al menos de esa vista de Huelva en 1912 podría actualmente -calle Jesús Nazareno vista desde Marina- prevalecer algún elemento físico. Una lástima que no sea así y que solo dispongamos de fotografías para conocer escenarios de nuestro pasado, de nuestros ancestros. Ojalá se pare en algún momento esta dinámica autodestructiva.