Te quiere, Cristo de la Lanzada tu Barrio, te entrega su alma, porque la gente sencilla no te abandona, ni le importa que sea, tarde, noche o madrugada, que cualquier momento es bueno para abrigar la esperanza de aliviar con su oración tu muerte. Por los clavos de sus manos, las espinas que te hirieron y aquella lanza romana que te atravesó el costado, mana sangre redentora para ganarnos el cielo, brota fuente de agua pura para anegar los infiernos y hacer camino luminoso lo que era oscuro sendero.
Estás en el Calvario acompañado de María en la advocación del Patrocinio y rodeado de todos, va el Cristo de la Lanzada que ha muerto ya en una tarde de Martes Santo, muerte y vida conjugadas con temores y penas en esa llaga que abrió el pecho de Jesús en la postrera Lanzada, pasión y muerte de Dios en Las Colonias y allí quieren verlo y sentirlo para rendirse a sus pies entre suspiros y plegarias.