Juan Carlos León Brázquez. La poesía de Rafael Vargas (Minas del Perrunal, Calañas, 1939) se ha desparramado cual barocoria a través de más de 20 libros, más otros de ensayos y alguno de prosa, como éste Tal Cual, donde repasa su trabajada existencia a base de voluntad y honestidad. El Otoño Cultural de Aracena ha conocido, en la Iglesia-Ermita de Santo Domingo, la presentación de la autobiografía de un poeta auténtico, de ida y vuelta, prolífico; uno de esos poetas que quedan de referencia, en la mina y en la sierra de sus raíces. Son como unas Pastorelas donde, sin ánimo de vanidad, repasa los rasgos de una existencia en lucha, por la vida y por la poesía, Tal Cual.
Vargas transitó de pastorcillo a poeta, si es que existe una transición para ello. Porque desde su temprana orfandad supo que la vida no le sería fácil, de ahí el subtitulo de su nuevo libro “Pisando charcos”, presentado por los poetas serranos Manuel Moya y Mario Rodríguez, ya que la prevención de la precaria salud hizo desistir de su presencia en un lugar auténticamente mágico, como la iglesia del antiguo convento de los dominicos de Aracena. Como él mismo dice en su libro “mientras se consolidaba el polen fatal del dolor, aprendí demasiado deprisa los mecanismos de la supervivencia”, con el silencio como respuesta. Largos años de infancia y adolescencia “en desconcierto”, privado de todo lo que un niño de seis años necesita tras la muerte temprana de su madre. “Un golpe que aturde”, o como dijo Manuel Moya, su prologuista de tantos de sus libros y también de éste, “Una vida jodida, llena de incidentes y de frustraciones”.
Manuel Moya considera a Vargas como el hermano grande que la vida le ha dado en la aventura literaria y “en la vida humana”. Destacó la sinceridad de su vida y de su poesía, con un ayer y un ahora de su propia vida contada con su palabra. Y el propio Rafael Vargas remitió un escrito que fue leído donde aseguró que Tal Cual “es un relato veraz sin disfrazar nada, donde uno mira el tiempo que se le escapa. Lo que importa -asegura- está aquí, contando solo lo esencial. Faltarán cosas, pero no sobra nada”.
Y de esa vida uno se aturde con el niño huérfano que llegó a maldecir al cielo y pronto tuvo que dormir al raso, con una ropa que mojada se secaba en el cuerpo, cuidando el rebaño de cabras o la piara de cerdos, pero de esas vivencias adquiere un amplio sentido de la libertad, de la naturaleza y del deseo de saber. Ocho años desde los ocho. “Un cabrero sin futuro”, dice Moya, pero al que se le abre un mundo desconocido cuando tras ir a beber a un pozo encuentra casi un centenar de libros prohibidos, quizás ocultos, quizás abandonados. “En vez de agua para el cuerpo, la encontré para el alma”, dice. Y en la soledad de los campos leyó dificultosamente sin jartarse, mientras maduraba antes de tiempo. A partir de ahí los interrogantes y las preguntas, ya que poco entendía de lecturas atropelladas e inconexas, pero que le decían que existía otro mundo.
Después vino el emigrar a Barcelona, a buscar una vida mejor, en un momento en que la ciudad Condal era la capital de la libertad, si es que esa palabra existía en la España de Franco. Allí fue cuando adquirió su compromiso de luchar contra la dictadura, cuando amplió su aprendizaje y se lanzó frenéticamente a la poesía. Tanto que fundó el grupo poético Diapasón, dirigió y presentó su propio programa de radio “Al encuentro con la poesía” y hasta fundó la Peña Flamenca de Badalona. Tal como dijo en Aracena Manuel Moya, “ha sido un divulgador del flamenco y uno de los grandes investigadores de los poetas andaluces del siglo XX”.
El Epílogo es de otro poeta serrano, Mario Rodríguez, quien recordó que, tras 40 años en Cataluña, volvió a sus orígenes, a la Sierra, “a un lugar del que se sentía extraño y del que procedía” y es ahí cuando intenta que los jóvenes poetas encuentren su propio camino y crea Huebra, en donde abrió los ojos a la poesía a tantos jóvenes onubenses -hoy no tan jóvenes- que encontraron refugio publicando en Huebra. La obra de Vargas, apostilló Rodríguez, “es perfeccionista, de una sinceridad suicida”.
Para estos “jóvenes poetas”, Vargas es un referente, donde la ternura, lo social y su compromiso se encuentran “en el sentido de la verdad, con una enorme capacidad de lucha para superar todos los problemas”. Como dice el propio Rafael Vargas, “lo que tiene que suceder, sucede”, por eso en el tramo final de una vida llega este “Tal Cual. Pisando charcos”, en el que en su lectura no hay nada indiferente.
Rafael Vargas. TAL CUAL (Pisando Charcos). Bohondón Ediciones. 2020.