Cristina Morales. Viajar es una experiencia que enriquece, es lo único que se compra y hace más rico. Esta frase la cumple al pie de la letra el onubense Francisco Romero Lunar, que a sus 22 años ya ha recorrido medio mundo en busca de aventuras y nuevas experiencias. África, Alemania, Australia, Indonesia, Tailandia, Nueva Zelanda o Noruega, son algunos de los lugares en los que ha habitado.
Acaba de graduarse en Derecho por la Universidad Antonio de Nebrija de Madrid, con mención al mejor expediente académico de la Facultad de Ciencias Sociales. Además, tiene previsto terminar Relaciones Internacionales en junio de 2019, tras cursar cinco meses en La Sorbona (París, Francia), y otros cinco en HUFS (Seúl, Corea del Sur).
Habla inglés, francés y alemán, y suele bromear afirmando que se defiende en español, puesto que aunque no ha parado de viajar y de vivir en países extranjeros, sigue conservando su acento andaluz. Se siente onubense y lleva por bandera su ciudad, sin embargo, tiene la necesidad constante de viajar para huir de la monotonía, necesita tener siempre proyectos en mente y planes que le motiven a seguir hacia delante.
Asegura que siempre tiene un viaje en mente y que necesita sentir esa emoción de caminar hacia lo desconocido. «Solo hay dos temporadas al año en las que me gusta hacer lo de siempre: navidades en Huelva y agosto en Punta Umbría, principalmente, por mi familia y mis amigos. El resto del tiempo, estudio y viajo; estudio mucho y viajo mucho».
Viene de vivir una de las experiencias que más le ha marcado, un voluntariado en Kenia, en el que ha colaborado en la construcción de una biblioteca y ha trabajado en la educación de numerosos niños. Para conocer más en profundidad su historia y su labor en Kenia, hemos hablado con Francisco Romero Lunar:
– ¿Qué te hizo comenzar a vivir fuera de España?
Mi primera andadura en solitario en el extranjero, sin tener en cuenta los cursos de verano en Reino Unido y Estados Unidos, para mejorar mi inglés, comenzó en septiembre de 2012, cuando me fui a vivir a Augsburgo, en el sur de Alemania, para cursar primero de Bachillerato. Un amigo que había conocido en Reino Unido en julio de 2010, en un curso de inglés, me invitó a quedarme en su casa. Querían tener un estudiante de intercambio durante un año, así que, en vez de acoger a un chaval desconocido, me acogieron a mí.
Mi experiencia en su casa fue nefasta, especialmente porque no congenié muy bien con la madre. Lo pasé bastante mal, no voy a mentir, y, después de cinco meses aguantando lo inaguantable, decidí buscar una alternativa. Mi problema era que no iba con ningún tipo de agencia, estaba completamente solo, con 16 años y muy inseguro de mí mismo. Una amiga del colegio, que también estaba de intercambio, habló con su host family y le explicó mi situación. Me acogieron en su casa y todo fue a mejor. Les debo mucho, tanto a mi amiga como a su familia de acogida.
En febrero de 2013, en el ecuador de mi estancia en Alemania, le diagnosticaron cáncer de mama a mi madre. Siempre he estado especialmente unido a ella, por muchos motivos, y tenía que apoyarla desde la distancia. Volver supondría un fracaso para ambos, y sabía que ella se sentiría fatal si volvía a casa, aunque fuera lo que más deseábamos los dos. Había luchado muchísimo por quedarme en Alemania, y mi alemán estaba mejorando un montón. Me lo tomé como un reto personal y maduré muchísimo. Me uní más aún a mi madre, que volvió a demostrarme que es una señora de los pies a la cabeza: Llevó su lucha por dentro, y mató a ese bicho con alegría y fuerza de voluntad. Toda una heroína para mí.
Después de aquello, ¿qué podría atarme a casa? Si había logrado superar esto, podría con todo. Gané seguridad y consolidé mi pasión por viajar. Comenzó a fraguarse en mí la idea de vivir en el extranjero, una idea a la que necesitaba dar forma, una idea que nunca fue un capricho de adolescente. Cuando volví a casa, les dije a mis padres que no quería hacer ciencias de la salud en selectividad, que lo mío eran las ciencias sociales. Fue un disgusto para mi abuelo Iván, que quería que fuera cirujano, como mi tío Manolo. Le dije que había cambiado de opinión: Ahora quería ser diplomático.
– ¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de vivir fuera?
Lo que más me gusta de vivir fuera es descubrir una y otra vez lo diverso que es el mundo, y derribar los estereotipos que inhiben a muchos de viajar a lugares increíbles. Me encanta descubrir estos lugares, vivirlos y volver a casa con una opinión de mi propia cosecha, nacida de mi experiencia personal.
Se suele decir que lo mejor de vivir en el extranjero es que puedes hacer lo que te dé la gana, que eres completamente independiente. En mi opinión eso nunca es verdad, porque al final siempre le rindes cuentas a alguien. Aunque me encante viajar, y a veces parezca que es lo único que hago, mi vida a día de hoy se centra en mi carrera. Tengo una beca de excelencia, y si no mantengo la media requerida, me la quitan. Sin esta beca, no podría estudiar en la Universidad Antonio de Nebrija, ni haber participado en ninguno de sus programas de movilidad internacional, que son la base de todos mis viajes. Así que sin buenos resultados, no hay viajes. Así de sencillo. Estudiar, como viajar, depende de mí, y de mi compromiso con mis padres y con la Universidad Antonio de Nebrija, que han apostado por mí desde el minuto uno y merecen que dé la cara por ellos.
Y lo que menos me gusta, aunque suene a tópico, es no poder estar tanto tiempo como me gustaría con mi familia y mis amigos. Soy un tío muy familiar, y disfruto mucho en casa. Viajar implica renunciar a muchas cosas, pero hasta ahora, he recibido mucho más viajando, de lo que habría obtenido quedándome en Huelva. Yo tengo la suerte de haber salido de España por voluntad propia: He salido como estudiante, como turista y como voluntario, nunca para buscar trabajo. Viajar no ha sido una necesidad, sino un premio, por eso tengo un enfoque muy positivo sobre viajar en general.
– ¿En qué te ha ayudado el hecho de salir de España?
Cada una de mis experiencias en el extranjero me ha aportado algo diferente, y es la novedad en sí el común denominador de todos mis viajes. No he repetido ningún viaje hasta ahora, y, a corto plazo, sólo tengo en mente repetir uno: irme de voluntariado a Kenia. No es el viaje que más me ha gustado, de hecho, no sabría ordenar mis viajes de mejor a peor; pero siento que es donde más me necesitan, y por eso quiero volver.
Viajar me ha enseñado a convivir conmigo mismo, a estar solo y a ser resolutivo en todo tipo de situaciones. Viajar te demuestra que el mundo es minúsculo e inmenso a la vez. Puedes recorrerte el mundo entero siendo un ignorante, o no salir nunca de tu ciudad y ser la persona más sabia del mundo, todo depende de cómo afrontes tu vida.
Me encanta empaparme de culturas completamente diferentes a la mía; porque, de ellas, es de las que realmente aprendo. Cuando digo esto, lo digo con conocimiento de causa. Conocer una cultura diferente no es vivir la misma vida que en casa en otro país, sino vivir como los locales, comer como los locales y sumergirse por completo en sus tradiciones y costumbres.
Ya sé cómo funciona la vida en España, y, teniendo la oportunidad de conocer otras formas de vida, no estoy dispuesto a renunciar a la libertad de escoger la que más me guste, dentro de mis limitaciones. Como se suele decir, hay trenes que pasan sólo una vez en la vida. Hasta ahora, me he subido a todos los trenes que se me han ofrecido, y estoy encantado.
– ¿Algún truco para ayudar a quienes planeen ir a vivir al extranjero?
A la hora de viajar al extranjero, me encanta sumergirme en la cultura del país por completo. Me parece esencial aprender algo del idioma local, por poco que sea. La gente valora un montón que te esfuerces por aprender el idioma en cuestión, y los fallos en la pronunciación son increíblemente útiles para romper el hielo e iniciar una conversación. Es cierto que con el inglés te puedes desenvolver en casi todo el mundo, pero eso no implica que vayan a dejar de agradecer que utilices algunas frases en su idioma. Probar la comida local, usar el transporte público, indagar un poco sobre las creencias religiosas y conocer las diferentes ideologías políticas del país son otras formas de absorber la cultura del país.
Un consejo que daría, siempre que se visite un país extranjero para corto o largo plazo, es echarle un vistazo a las recomendaciones de viaje para cada país del sitio web del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, que están totalmente actualizadas. España es uno de los pocos Estados que ofrecen asistencia consular a los ciudadanos españoles en todos los países del mundo. Nada más cruzar una frontera extranjera o desactivar el modo avión al aterrizar en el aeropuerto de otro país, te llega un SMS con el número de teléfono de emergencia consular del país en cuestión. Yo recomiendo guardar el contacto, porque nunca sabes cuándo te va a hacer falta, y sé por experiencia propia que puede resultar de gran ayuda.
Muchos tampoco saben que, desde 2015, por ser ciudadanos de la UE, en los países donde España no tenga representación diplomática o consular, los españoles tenemos derecho a la protección de las autoridades diplomáticas y consulares de cualquier otro país de la UE. Yo soy 100% europeísta, y cuanto más conozco la Unión Europea, más me gusta. Los anteriores, son servicios a disposición de todos los españoles, que pagamos con nuestros impuestos y debemos utilizar responsablemente.
– ¿Qué te llevó a ir a África?
Aunque tenía mis dudas, quería vivir la experiencia y en cuanto tuve tiempo y dinero para hacerlo, me informé sobre los destinos que había, sobre el contenido de los diferentes programas, y sobre los atractivos turísticos de cada uno de los países que tenía en mente. Al final, opté por Kenia, sin saber que sería una de las mejores decisiones de mi vida. Después de un mes allí, realmente pienso que mi presencia en el continente africano ha tenido un impacto muy positivo. Junto con mis compañeras de voluntariado, he motivado a los niños y a los profesores del colegio en el que hemos trabajado, transmitiéndoles valores fundamentales y entregándome a ellos por completo; he construido una biblioteca en el colegio, centrándonos en la educación como instrumento fundamental de cambio en Kenia; y me he esforzado para que me quieran por quien soy, no por lo que tengo (que no es que sea rico, pero en Kenia cualquier hombre blanco lo es). Soy consciente de que no voy a cambiar el mundo en un mes, pero sí creo que es posible hacerlo a lo largo de toda tu vida, con muchas pequeñas acciones.
Al final, por muchas fotos que enseñe o muchas historias que cuente, solo la gente que he conocido en África y yo sabemos cuál ha sido mi papel en Kenia, que es lo que me importa. Lo cierto y verdad es que he dado lo mejor de mí, y creo que he ayudado más que si me hubiera quedado sentado en el sofá de casa, con el aire acondicionado, viendo una película.
– ¿Alguna anécdota en el extranjero?
Tengo mil anécdotas de viajes, a cada cual más extravagante. En enero de 2017 me recorrí Java, Bali, Lombok y las Islas Gili (Indonesia), con seis amigos. Fue un mes muy especial, en el que viví aventuras inolvidables. Entre ellas, recuerdo con especial cariño a Lilo, un conejito que me compré al llegar a Indonesia, en Malang, y nos acompañó durante el resto del viaje. Subir un volcán con 39 ºC de fiebre montado en un poni, o sobrevivir a un trayecto en un minúsculo bote que casi naufraga, son algunas de las vivencias que, junto con mis amigos, tuvo que resistir Lilo.
En Bangkok (Tailandia), dos amigos y yo nos escapamos de milagro de un secuestro en un bar una noche en la que terminamos comiendo escorpiones fritos y saliendo con unas chicas de Siria. Cruzar Australia de sur a norte en una caravana con cinco amigos también fue una hazaña de película o viajar en una avioneta para ocho personas a las Islas Tiwi, habitadas únicamente por aborígenes, fueron algunas de las vivencias que tuvimos allí.
En Milford Sound (Nueva Zelanda), un huracán casi tumbó la caravana en la que habíamos estado viajando tres semanas, con mis amigas y yo dentro. Vislumbrar las auroras boreales en Islandia cuando ya habíamos desistido de su búsqueda fue impresionante, al igual que deambular en solitario en un poblado vikingo abandonado, a los pies del imponente Vestrahorn.
– ¿Dónde te ves en el futuro, en qué lugar del mundo?
A día de hoy, y consciente de que mi futuro es aún incierto, sigo queriendo ser diplomático. Tras cinco meses de prácticas en la Embajada de España en Noruega, pude confirmar que quería dedicarme a ello. Una cosa tengo clara: quiero trabajar fuera de España, pero para España. Después de haber viajado tanto, estoy muy orgulloso de mi país. Me he dado cuenta de que ser español va mucho más allá de los toros, la paella y el flamenco. Ser español implica ser ciudadano de la Unión Europea; apostar por la democracia, la diversidad y los derechos humanos; y ser referente mundial en numerosos aspectos sociales, para la sorpresa de muchos.
España tiene mejor reputación fuera que dentro, y solo te das cuenta de esta realidad cuando viajas al extranjero. Aunque el acceso a la carrera diplomática es complicado, estoy dispuesto a darlo todo para superar las oposiciones y conseguir mi plaza. Sé que quiero empezar a opositar en septiembre de 2019, pero no sé cuándo acabaré. Una vez apruebe, todo se verá. Me encantaría empezar en África, porque sé que, conforme vaya avanzando mi carrera, preferiré destinos más cómodos y estables. Pero todo se verá, todavía es pronto para decidir.
– ¿Has tenido algún choque cultural en los lugares en los que has vivido?
Los choques culturales constituyen un pilar fundamental en todos mis viajes, de hecho, los busco. No salgo de España para ver lo mismo de siempre, sino para aprender de la diversidad cultural del mundo en el que vivo. Resulta interesante que el choque cultural no es mayor cuanto más lejos viajes. El mayor choque cultural que he tenido hasta el momento ha sido en Kenia, viviendo un mes con una familia Maasai en un habitáculo en medio de la nada. Los Maasais se erigen como una de las 42 tribus que integran el país, siendo una de las más conservadoras. Tienen su propio idioma, tradiciones centenarias, y una mentalidad muy retrógrada.
A pesar de ser cristianos fervientes, como resultado de la colonización, no han dejado de celebrar sus arcaicos rituales religiosos. Asistí a un sacrificio de ocho ovejas, para festejar que habían podido comprarle un coche al obispo del pueblo más cercano. Fue macabro, espeluznante y de otra era, pero todo forma parte de la experiencia y así, sin darme cuenta, logré integrarme en una de las sociedades más cerradas de África y el mundo.
– ¿Cómo has afrontado la dura realidad que se vive en África?
Antes de todo, conviene aclarar que en África existen muchas realidades dispares. Kenia es un país de contrastes. En Ngong Town, un pueblecito a una hora y media de Nairobi casi desprovisto de gente blanca (o mzungus, como ellos prefieren llamarnos), tuve mi primer encontronazo con la pobreza. En Kenia, no tienes que buscar la pobreza; seguro que viene a ti sin que la busques. Y eso que Kenia no se encuentra entre los países más pobres de África. Yo he de decir que no he visto hambre en Kenia. Sí que he visto gente medio desnuda, he comido arroz con frijoles cada día, y he tenido que acostumbrarme a una ducha cada tres días, con un cubito de 5 litros de agua templada. Las calles no están ni asfaltadas ni alumbradas, y no tienen desagües; y muchas casas no tienen ni electricidad ni agua corriente. Pero para ser sincero, todo esto nunca llegó a afectarme demasiado: Iba concienciado de lo que había y tenía mi billete de vuelta en la cartera, todo formaba parte de la experiencia. Para mí, no obstante, hay realidades más duras que la pobreza, al menos que la pobreza que yo he visto en Kenia.
Lo más duro para mí ha sido la crueldad con la que los profesores castigan a los niños en el colegio. Cuando los niños se portan mal, les golpean de forma repetida con una vara de madera en la palma de las manos y, a los varones, también en la espalda. Portarse mal engloba cualquier comportamiento que se salga de la amarga rutina en la que los niños se ven inmersos, que consiste en estudiar de cinco de la mañana a cinco de la tarde de lunes a sábado, con un descanso de seis a siete de la mañana para desayunar, y otro de una a dos de la tarde para almorzar.
Queda mucho por hacer en Kenia, y los voluntarios podemos ayudar muchísimo. No obstante, no podemos olvidar que, en Kenia, somos nosotros los intrusos, y debemos respetar la cultura y las creencias del lugar. Podemos hacer sugerencias, siempre que consideremos que algo puede funcionar mejor, pero no podemos imponerles una forma de pensar diferente, ni decirles qué es lo que está bien y lo que está mal. Ya lo intentamos una vez y fracasamos.
1 comentario en «Francisco Romero Lunar, cuando viajar se convierte en un modo de vida»
Me ha flipado Paco!!!